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La paz es y será todo aquello que seamos capaces de construir en su nombre, su trascendencia es innegable. Pero la paz puede convertirse en una “caja de pandora”, porque posiblemente no estemos preparados para sus consecuencias ni sepamos con precisión todo lo que de ella puede derivarse.

Conocer de un acuerdo para silenciar los fusiles, que busca el cese de hostilidades con un grupo armado ilegal como las Farc, cuya incidencia delictiva ha sido demostrada durante años, merece toda la atención.

Al mismo tiempo, vislumbrar la posibilidad de detener la producción de víctimas como consecuencia de acabar con las confrontaciones y los escenarios de violencia es esperanzador.

Hoy, más que nunca, parecen exacerbadas las intenciones de sobreponer el diálogo a la guerra, la reconciliación está más cercana a nuestra realidad nacional.

Sin embargo, en un Estado Social de Derecho no todo lo que se planea se obtiene por cuenta de sus pactos políticos, en las dimensiones y en los tiempos esperados.

Frente a nosotros se cierne la posibilidad de moldear una paz duradera, ¿queremos trabajar al respecto?

Las autoridades están obligadas a concretar las esperanzas que están generando y a hacer posibles los anhelos más allá de la firma de un acuerdo. El verdadero Estado Social de Derecho se verá por encima de la firma.

La paz no puede depender solamente de lo que se negocie con actores armados ilegales, implica mejorar condiciones de vida, exige confianza en las instituciones, requiere tolerancia, respeto e igualdad, obliga a una acción eficaz de las autoridades.

Mientras se impulsan cambios institucionales para cumplir lo negociado con un actor armado ilegal, es menester corregir las circunstancias que ocasionaron que el Estado de Derecho no pudiera evitar profundas afectaciones de los derechos de los ciudadanos y específicamente, de las víctimas.

Reconocer y atender a las víctimas del conflicto es primordial. Es un trabajo de largo aliento.

No se puede dejar de lado que las autoridades han tenido imperfecciones que han ocasionado afectaciones significativas a los derechos de los ciudadanos, esto también debe remediarse.

Wilson Ruiz

@WilsonRuizO

Episodio: Lucho Bermúdez

Leída la interesante nota de ‘Lucho inédito’, publicada en la edición de EL HERALDO del 7 de julio por el afamado columnista Heriberto Fiorillo, quiero reforzar la oportuna información para corroborar que, efectivamente, Lucho Bermúdez mantuvo en Aracataca una relación de siete años con la bella señorita María Luisa Gómez, hija de un acaudalado hacendado que, no obstante, se opuso a esos amoríos hasta lograr que esa amistad amorosa concluyera, actitud que el maestro Lucho celebró y así alcanzó a ser el músico más importante que ha dado la Costa Caribe colombiana.

En afirmación a esos amoríos, Lucho le dedicó a la bella dama cataqueña varias canciones como fueron los pasillos Tus recuerdos y Dos almas unidas, el vals María Luisa y Licha. Pasados varias décadas, Patricia Bermúdez Gallo, hija del maestro, se propuso reunirlos a los dos, puesto que ambos estaban residiendo en Bogotá. Efectivamente, Patricia logró contactarla y ella aceptó verse con su viejo amor. El encuentro se llevó a cabo en la casa de ella, pero después de un intercambio de saludos, y ya septuagenarios, se sintieron muy extraños y la visita fue efímera pues ambos quedaron callados. Esto motivó a que Patricia diera por terminada la reunión, que no resultó conforme a las expectativas. Lo que siguió de ahí en adelante es historia conocida por los colombianos seguidores de Lucho Bermúdez.

José Portaccio Fontalvo

joseportaccio@hotmail.com