No se supo cómo llegó a Macondo la noticia de la muerte de Gabo, pero pronto fue un rumor confirmado y lamentado por todos los habitantes del pueblo que lucían desconcertados ante la certeza de la muerte del que creyeran inmortal, y se sintieron, entonces, más vulnerables ante la macondiana lógica de que si se murió él, ¿qué quedará para nosotros? Pese a estos ominosos pensamientos, ninguno de ellos pensó faltar a aquel sepelio que atraería gente de todas partes y sería más concurrido que Los funerales de la Mama Grande.
Como era de esperarse en este día de abril, el sol brillaba con esa particular intensidad de estos meses y empezaron los tradicionales comentarios sobre que era el sol de semana santa, frases interrumpidas por alguien que observó cómo la mariposas amarillas que revoloteaban por todas partes fueron tornando de color sus alas a un violeta más acorde con las circunstancias, acostumbrados a tantas cosas insólitas, el fenómeno no pasó de ser algo anecdótico que todos prefirieron pasar inadvertido.
Los corrillos derivaron hacia la pregunta de por qué Gabo no recurrió a Melquiades o mejor a su espíritu que aún aparece por las calles de Macondo, asegurando que el gitano con sus menjurjes alquimísticos lo hubiera restablecido; otros opinaban que si no pudo salvar al primer José Arcadio, su gran amigo, tampoco podría hacerlo con su creador y algunos comentaron que el autor, al no tener las habilidades para tejer de Amaranta, no pudo pronosticar con exactitud el momento de su muerte y esta lo sorprendió lejos de su río de aguas diáfanas y piedras como huevos prehistóricos.
Al mencionar aquel río los murmullos se refirieron al momento del regreso de aquel José Arcadio como el gran descubridor de lo cercano que estaba el progreso y ellos todavía viviendo como burros, este recuerdo les entristeció, aún más, al percatarse que solo muriendo su creador, se despertaba el interés por su Macondo, el cual es el reflejo mágico del espejo en el que se miran los pueblos del Caribe colombiano.
Santander Palma Ariza
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