Atlántico

Bellavista: la Villa Caracas de Puerto Colombia

En uno de los cerros de este municipio, cientos de venezolanos han echado raíces en los últimos años. 

Hay días en que Andrés Alexander Morales Ferrer, un venezolano de 16 años, siente tanto dolor en su cuerpo que dura postrado, lleno de malestares, angustias y lágrimas, como mínimo, 48 horas en su humilde cama, un colchón viejo que comparte con sus tres hermanos y su madre en una casa levantada a punta de bolsas y materiales ‘rescatados’ de la basura.

Al joven, según su relato, le crujen los huesos a niveles insoportables. La espalda se le pasma, el cuello se le atornilla, los hombros le arden, las piernas se le entumecen y la columna se le desvía. Todo un cóctel de dolencias en articulaciones, tendones y músculos que, a su corta edad, limitan su espíritu ingobernable, su fuerza y su alegría.

Mery Granados

Sus pesares y calambres tienen una razón tan obvia como cruda. Andrés, a falta de una figura masculina de peso en su hogar, decidió desde hace un par de meses asumir una tarea que no debería hacer un niño, pero que la extrema pobreza y el deseo de darle algo de dignidad a su familia, lo obligaron a ejecutar: carretear agua en pimpinas, ancladas a un palo seco, desde el casco urbano de Puerto Colombia hasta uno de los puntos más altos del Cerro Cupino, todo un desgastante y riesgoso ascenso por una elevación geológica que se ha convertido en los últimos años en el nuevo barrio de los más necesitados.

La tarea no es nada fácil
Mery Granados

Al principio, los dueños de restaurantes, centros recreacionales o vecinos del sector, que cuentan con saneamiento básico, le permitían llenar los recipientes con el líquido, pero con el pasar de los días esa costumbre empezó a causar malos tratos y disgustos. El joven –decidido a cumplir su misión– se tragó el sapo del rechazo y siguió buscando una fuente hídrica hasta que la encontró (tubería) y, de ahí en adelante, no ha parado de hacerlo. Prácticamente le toca. No hay de otra.

 “Es pesado. En estos días me estaba doliendo la columna porque no aguantaba el dolor, pero por ahora seguiré haciendo esto hasta que podamos tener una pluma aquí donde vivimos”, manifestó Morales.
Mery Granados

El cuerpo de Andrés es lánguido y sin rastro de fibra. Evidentemente pasa hambre. Mucha. Pero el joven –literal– se ha partido el lomo por hacer tan bien su tarea que ahora tiene una variada clientela. A sus 16 años y, por más sorprendente que parezca, el muchacho asciende todos los días por caminos llenos de barro, empinados, resbalosos y llenos de obstáculos, con hasta 40 litros de agua. Un error y caería por algún barranco, pero no pasa. Por cada ‘servicio’ cobra 1.500 pesos a todo el que lo necesite en la invasión, dinero que invierte en los arreglos de su oxidada bicicleta y en las necesidades de su hogar.

Él no tiene el discurso de estudiar, de añorar un juguete o entretenerse viendo dibujos animados. La pobreza se lo quitó de un tajo. Su mente está enfocada en meterle el hombro a su hogar y darle una actualización demasiado humilde, pero noble.

 “Quisiera ahora tener mi casa con tablas y poder tener la facilidad de tener agua aquí mismo. Es lo que uno quiere. Que el rancho sea más bonito”, apuntó.
Bellavista
Mery Granados

Andrés vive rodeado, en su inmensa mayoría, por no decir todos, de compatriotas. Desde las faldas del cerro hasta su parte más alta, lo que reina son las costumbres, dichos, gustos y la oralidad característica de los venezolanos. Es por eso que para todos los que no son de ahí, el pesebre que se divisa desde la plaza del municipio es conocido como Villa Caracas, aunque en realidad se llame Bellavista.

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La invasión comenzó hace varios años y ha estado encadenada de una serie de problemas. En varias oportunidades las autoridades han intentado desalojar a la población invasora, pero el proceso ha sido complejo. Hasta el punto de que el número de casas y familias ha crecido considerablemente. Se pasó de menos de 100 a miles. Todos extremadamente pobres. Todos extremamente necesitados.

Mery Granados

En su momento la noticia se regó como pólvora. Uno de los cerros de Puerto Colombia empezó a ser deforestado por desconocidos y, de inmediato, llegaron los primeros invasores.

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Los primeros lotes, según versiones de la comunidad, se vendían entre 500 mil y un millón de pesos. Ahora cuestan, dependiendo las características del terreno y el rancho, hasta un total de cinco millones. Por otro lado, no hay servicios públicos y los riesgos de derrumbes con las lluvias siempre están latentes.

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La mayoría de las personas que habitan ahora en este sector residían en el casco urbano de Puerto Colombia o en Barranquilla, pero los valores de los arriendos y la llegada de la pandemia apretó sus bolsillos tanto que se vieron en la obligación de mudarse a lotes baldíos.

 “El negocio es fácil. Aquí no hay nada firmado ni esas cosas. Todo es de boca y con dinero. Por ejemplo, yo compré mi terreno y le invertí un dinero y luego me quiero mudar para otro lado, yo voy a venderla por el valor que le invertí y un poco más al interesado que quiera vivir aquí. No todos los ranchos están en las mismas condiciones. Hay gente que no tiene ni para tener las casas en tabla”, explicó Fanny Caldera.

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En la actualidad, los habitantes de esta invasión aseguran vivir tranquilos y con lo justo, pero reconocen la precariedad en donde viven. Los hombres, en su mayoría, se dedican al oficio del mototaxismo, mientras que las mujeres se quedan en el hogar.

En el barrio, por lógicas razones, las casas tienen conexiones eléctricas fraudulentas. Además, la comunidad ha hecho fosas sépticas ante la carencia de alcantarillado. Por otro lado, el agua es conseguida por los mototaxistas que suben con galones de agua para la venta.

“Es una zona muy tranquila, pero tenemos mucha escasez. No tenemos beneficio de nada porque aquí no sube nada. Sentimos mucha tristeza porque quisiéramos tener todos los beneficios que tiene la gente de Puerto”, manifestó Eneida, quien vive hace menos de un año en la invasión.

“Lo que me parece es que necesitamos más ayuda con las autoridades. Aquí necesitamos muchas cosas. Necesitamos la luz, el agua. Carecemos es con el agua. Necesitamos un colegio o un parque porque aquí hay muchos niños que necesitan divertirse y estudiar. Le pedimos a las autoridades que se apiaden de nosotros. Esperamos que aquí todo sea hermoso como todo en Puerto”, expresó por su parte Jaymar Vera.

Mery Granados

Según cifras de Migración Colombia, a corte de junio de 2019, Puerto Colombia es el tercer municipio del Atlántico con mayor número de venezolanos (5.226). Barranquilla encabeza esta lista con 89.823, mientras que Soledad le sigue con 16.160 personas.

En Bellavista, que también es conocido como Villa Caracas, Villa SolVilla Colina, entre otros, predomina la basura, los matorrales y restos de cosas inservibles que en algún momento se les dará uso. Las calles son demasiado empinadas, no hay un lugar para el disfrute de los niños y, salvo uno que otro hogar, la mayoría de los pobladores duermen en muy malas condiciones.

Pero en medio de todo lo malo, agradecen por el terreno que tienen y le ven el lado bonito de ser los dueños de un balcón con una vista envidiable.

“Esto es tan bonito. A pesar de que nos faltan cosas, la vida aquí es buena. Los atardeceres son hermosos. Creo que desde aquí tenemos un lugar privilegiado. Se ve el mar, el muelle y los edificios bonitos de Puerto. Esperamos estar algún día como allá. Porque Puerto es un destino bueno, de oportunidades y que llama la atención”, aseguró Alexandra Lourdes.

Además de este tipo de invasiones, el crecimiento turístico e inmobiliario de Puerto Colombia, que ha venido acompañado del desarrollo de Barranquilla hacia este punto, ha generado que en otras zonas del municipio se generen constantes problemas por la apropiación ilegal de terrenos.

Crecimiento

Puerto Colombia ha venido fortaleciendo su apuesta por una reactivación económica impulsada por el turismo.

La recuperación del muelle, la plaza principal y el malecón son tres grandes proyectos que se vienen ejecutando en el municipio para potencializar la actividad turística.

Por otro lado, en el Congreso de la República dio un gran paso el proyecto de Acto Legislativo que le otorga a Puerto Colombia la categoría de Distrito Turístico, Cultural e Histórico. La plenaria del Senado aprobó la iniciativa en cuarto debate, el cual corresponde a la primera vuelta por el Congreso.

La iniciativa, de autoría de la congresista Martha Villalba, busca dinamizar la economía de este municipio, a través del aumento en la demanda de bienes de consumo producidos en el mismo y en todo el territorio Caribe, así como el aumento en la demanda de servicios de hospedaje, construcción, turismo y transporte.

EL HERALDO quiso dialogar esta temática con el alcalde de Puerto Colombia, Wilman Vargas, y de paso conocer el trabajo que está adelantando su administración para atender las necesidades de estas comunidades y tratar el tema de las invasiones, pero no respondió.

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