Le piden que espere, como si el dolor pudiera pausarse. En una bolsa de plástico lleva consigo la foto de su hijo y la fotocopia de la cédula. Marilenis Padilla ya ha ido tres veces a Medicina Legal. Conoce el proceso: se anuncia y aguarda el ingreso.
“Diles que es tu ser querido y que necesitas enterrar su cabeza“, le aconseja uno de los vigilantes. Ambos están sentados observando la entrada de la entidad, en el barrio Los Andes.
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Marilenis escucha en silencio sus palabras y se ubica en las rejas de las instalaciones. Luego se pasa a la ventana de la portería y otra vez vuelve a sentarse.
Ella espera. Espera como lo ha hecho por nueve meses. Espera cada día en su carrito de madera, en el que vende agua en la plaza de San Nicolás. Así como espera darle cristiana sepultura a su hijo, ella espera, porque es su último recurso. Ella espera, pero nada llega.
Y así se van acumulando segundos, días, meses, dolores y frustraciones. Lo cierto es que ya casi se completa un año desde que encontraron la cabeza de su hijo en el barrio Carlos Meisel, el 8 de agosto de 2024.
Su nombre era Yesid Cabrera, pero su muerte le otorgó el popular reconocimiento del “mutilado del barrio Carlos Meisel”. Su mamá le dice Yesid. Él solía llamarla Mari.
Para poder entregarle el único resto hallado de su hijo y constatar el parentesco, la entidad le realizó una prueba de ADN un mes después del trágico hecho. Sin embargo, aún no le han entregado los resultados.
“Señora, acérquese”, la llamó el funcionario encargado del ingreso. Y Marilenis va, envuelta en un tormento de esperanzas. Esperanzas que quizás provengan del mismo amor de madre o de la fortaleza que le pide a Dios cada mañana. O de ambos. O de todas partes con tal de contenerse.
Espasmos de felicidad
—Mari, te voy a arreglar esta casa. Te la voy a poner más bonita que las de por aquí —le prometió Yesid a principios de agosto.
—Tú sí eres mentiroso.
—No, Mari. No me digas así. Son bendiciones que Dios me va a dar para arreglar este hogar —le aseguró el joven.
El techo de la casa de Marilenis está hundido. Dice no tener la mitad de las paredes ni contar con piso.
Incluso cuenta que no vivió con Yesid porque la infraestructura de su casa no le permitía criar a un bebé enfermo de los pulmones, como lo fue él en su momento.
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“Estuvo internado casi cinco meses. Le sacaban líquido de un pulmón. Solo respiraba con uno. El otro se le llenaba de agua”, recuerda Padilla.
Las eventualidades la obligaron a darle la crianza de su niño a un familiar. Al crecer, a Yesid le gustaba lo caro: zapatos, ropa... Lujos que Marilenis no podía darle. Años más tarde —y quizás influenciado por su entorno— se extravió en las drogas. Ahí empezaron los problemas.
“Hacía cosas malas en la calle, pero no era constante. Le dieron una moto para trabajar y esa moto tenía un muerto. En la URI me lo ‘empapelaron’ como extorsionista, pero él nunca fue eso”, afirmó la mujer.
Por eso pasó un año y siete meses en la cárcel. Y al salir, le preguntó a Marilenis si podía irse a vivir con ella.
— Si quieres venir para acá, ven. Yo aquí te recibo. Yo soy tu mamá —le expresó muy entusiasmada.
Estuvieron finalmente juntos quince días. Y fueron los más felices de la vida de Padilla.
“Yo no quiero que nadie te toque en la calle, nadie te diga nada, porque tú has sido una buena mujer. Has sido mamá y papá para todos nosotros”, le había dicho Yesid en esas dos semanas.
Al joven le gustaban los piercings, y un día antes de su desaparición había manifestado volver a usarlos. Ese mismo día, Marilenis le había preparado un pedacito de carne antes de irse a trabajar en la plaza. Cuando regresó en la noche, lo buscó. Ya no estaba. No llegó en toda la madrugada.
Cada día la vida sigue
Marilenis rompe la bolsa de maíz y lanza los granos sobre el cemento caliente de la plaza de San Nicolás. No pasan ni diez segundos cuando arriban palomas de todas partes. Y, con el espectáculo, aparece en su rostro la curva de una sonrisa tímida.
Le place darles de comer. Como si, en el acto, satisficiera su instinto de madre protectora, incluso en medio de la pérdida.
Mientras espera los resultados de su hijo, Marilenis sigue con su vida: a las 11:00 de la mañana llega a su carro de madera y plástico para vender bebidas desde 1.000 pesos y el maíz a 1.200 pesos.
Pero su pequeño negocio es un tiro al aire: solo a veces le genera ingresos para volver a surtirlo.
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Marilenis no sabe lo que es el descanso. Tampoco leer ni escribir. Es, por lo general, callada, ensimismada. Cuando habla, dice poco, pero al completar sus oraciones sus vocablos vienen cargados de certeza, contundencia y lamento.
Tuvo la oportunidad de irse estudiar en Bogotá cuando trabajaba como empleada doméstica en una casa, a los 10 años. Pero su madre no la dejó, y a los 14 inició su vida como mamá.
“Ahí empecé a tener hijos, sin respaldo de nadie. Siempre he criado a mis hijos sola. Mi casa se mojaba. Nunca tuve una casa firme. Me tocó dormir en la calle con mis hijos. Nunca he tenido una felicidad. La única felicidad son mis hijos”, recalca.
Ha seguido su vida tras la muerte de Yesid, pero su tristeza se ensancha al no poder sepultarlo.
Ella, que mantiene generalmente una expresión neutral en la que se asoma en ocasiones la amabilidad, se desborda cuando el alcohol entra en su organismo.
En ese instante de honestidad, de distracción, de baja guardia, se derrumban sus muros. Entonces, el llanto y la vida misma son incontenibles.
El bucle del olvido
Marilenis camina desde su casa a Medicina Legal. Recorre largos kilómetros y en instantes se sienta a una banca a descansar y ver el panorama. Pausa, respira y retoma su destino.
Pese a su esfuerzo por resistir los dolores ocasionales de su hernia vaginal al caminar, solo ha obtenido respuestas desalentadoras en Medicina Legal. Esta vez no fue diferente.
Cuarenta minutos después, su pequeño cuerpo se asoma sobre la pálida luz de la entidad. Aparece sujetando sobre su pecho la carpeta con los documentos de su hijo.
—Señora Marilenis, todavía no hay información —le declaró la funcionaria unos minutos antes.
—Cualquier cosa, ¿ustedes no me pueden llamar? —preguntó.
—Claro. Cuando tengamos el resultado la vamos a llamar.
Es su tercera vez consultando el proceso. Ya parecía estar atrapada bajo una especie de ciclo, porque la funcionaria le había dicho lo de siempre.
“Vine con aquella alegría de que me iban a decir que me la iban a entregar y todavía dicen que es largo el proceso de ADN, porque nada más lo único que está es la cabeza”, expresa con sus ánimos derrotados.
Marilenis sabe que es su hijo. Siente en su corazón que es él. Y con esa esperanza —y con ese dolor— se mantiene en una interminable espera.
Panorama del conflicto juvenil en B/quilla
Según Dayana Fontalvo, analista en seguridad, los jóvenes en Barranquilla que forman parte del crimen organizado viven, generalmente, en condiciones de pobreza y provienen de familias disfuncionales.
Muchos de los que cometen actos de sicariato son menores con edades de 16 a 18 años. Por otro lado, las víctimas también son jóvenes.
“Hoy en día, las pandillas en la ciudad están más fortalecidas. En el 2012, cuando los índices de criminalidad eran más bajos, teníamos alrededor de 3.000 jóvenes en el mundo criminal”, afirmó.
De acuerdo con el Dane, para el trimestre de noviembre de 2024 a enero de 2025, hay 52.000 jóvenes entre Soledad y Barranquilla que hoy se encuentran sin educación y sin empleo, lo que “da una pista clara de la gran situación de violencia que atravesamos”, explicó.
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Y finalizó: “creo que hay un problema de olvido institucional frente a esta problemática”.
Detalles del caso de Yesid Cabrera
La cabeza de Yesid Andrés Cabrera Ortega apareció junto a un cartel a su lado que expresaba contundentemente que “todo aquel colaborador, jíbaro y extorsionista de los tales Pepes será declarado objetivo militar en los barrios mencionados como Nueva Colombia, Meisel, Bajo Valle y La Manga. Serán declarados objetivo militar y quedará así como el sapo este”, siendo este uno de los aspectos más llamativos para las autoridades en su momento.
En aquel entonces, la identificación se realizó a través de fotografías difundidas en redes sociales y confirmadas por la Fiscalía.