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Patilla es un pueblo que, debe usted saber, no produce ni una sola patilla. Es de esos rincones municipales que muchos olvidan, donde nada sobra y todo falta, empezando por el agua. A los patilleros, como les llaman a los habitantes de esta vereda de Sabanalarga, Atlántico, les llega el preciado líquido, milagrosamente, desde el cielo.

Frente a un gran portón verde están las mujeres de Patilla esperando a que el señor Pompilio, el único que tiene una reserva natural dentro de su predio, les dé permiso de entrar y tomar algunas cubetas con agua, pese a que el color de esta sea tan oscuro como aquella puerta que suelen cruzar.

'Esta agua sucia que hoy tenemos, apenas sirve para lavar los trastos', expresa María del Socorro Castillo, quien, aunque agradecida por la bondad de su vecino, reconoce que lo que lleva a su casa parece 'sacado del arroyo'.

Por eso cuando llueve, es sencillamente un 'regalo de la virgen y de Dios'', pues la lluvia es la principal fuente de abastecimiento de agua potable en Patilla. Para ellos es la más sana, limpia y natural que conocen. Sobre todo, muy por encima del servicio de acueducto y alcantarillado que les ofrecen y del que no pueden hacer uso para el consumo humano.

'Cuando lavo con esta agua, la ropa me queda más sucia', comentan las mujeres entre ellas, mientras cargan las pimpinas que hoy, deberán usar para bañarse.