Antes de que recibamos los primeros paquetes de marihuana estéticamente prensados y bien envueltos, en impecables cajetillas producidas por la Philip Morris, la empresa que fabrica el Marlboro, ya en Uruguay se nos adelantaron y dieron el paso que Colombia no se atrevió a dar nunca.

Por estos días de Obama y Castro en insólito y ejemplarizante estrechón de manos; del carismático y terco alcalde Petro disparado en popularidad por cuenta de un fallo excedido –con relación a la irregularidad que lo originó– y el de una pataleta del dueño de un equipo de fútbol que cree que el balón y el estadio son solo de él, el tema de la legalización de la cannabis complementa un delicioso menú para la opinión pública.

El particular presidente Pepe Mujica decidió asumir el riesgo y dio vía libre al cultivo controlado, pero no pueden hacerse mucha ilusión los consumidores permanentes, ya que solo podrán adquirir 40 gramos mensuales en las farmacias, por valor de un dólar cada uno.

Es esta una ley polémica que comenzará a regir en cuatro meses, luego de que sea aprobada su reglamentación, la cual incluye el cultivo de hasta seis plantas de marihuana por persona.

Uruguay es un país de tres millones de habitantes que se caracterizan por su tranquilidad, y lo más cerca que están de las yerbas santas y no santas es del mate. Que sepamos, su población no tiene un alto consumo de droga, pero una tribu de narcos decidió aprovechar esa paz uruguaya para realizar sus cultivos, lo que originó la decisión de Mujica.

Son muchos los estudiosos del tema que consideran la legalización como una forma de disminuir el narcotráfico, pero aun así, a Uruguay le están recordando lo establecido en 1961 en la Convención Única sobre Estupefacientes. Los uruguayos que han echado raíces aquí, como el distinguido profesor Carlos Ortega, están lejos de esos hábitos, así que la relación con fumar porro es muy lejana.

En Colombia, la legalización de la marihuana fue propuesta en 1980 por el entonces presidente de Anif Ernesto Samper Pizano, sin éxito alguno y con mucha controversia. Algunas voces se alzaron entonces, con olor a santidad, para criticar la propuesta, pero otras preveían que habría legalización y cultivo extensivo en otros países y que la guerra era un asunto de dinero y no de moral.

Aquí tuvimos la mejor del mundo, pero la producción de la yerba en Colombia decayó después de la fumigación con paraquat, un peligroso veneno que estaba prohibido en Estados Unidos, pero que aquí fue usado para rociar la Sierra Nevada. El veneno acabó con los cultivos de cannabis, pero también con los de café y naranja, y produjo afecciones a niños y ancianos de las tribus indígenas, que iniciaron una acción legal contra el ministro Parejo González, quien había autorizado la fumigación.

El procurador de la época sancionó al ministro con mucho menos de 15 años.

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