El sueño de la prosperidad, para la mayoría de los colombianos, es sacar a sus hijos de la escuela pública y mandarlos a un colegio privado; dejar de ir al hospital cuando se está enfermo, para ir a una clínica privada, y bajarse algún día del bus para subirse a su propio automóvil. La realidad nos dice que actualmente más del 70% de los colombianos asisten al sistema de educación pública; al enfermarse, el 67% deben hacer largas colas en los hospitales para que los atiendan, y al 77% les toca la vicisitud de transportarse en un bus público.
Reflexionando sobre la altísima abstención en las elecciones a Senado y Cámara, he recordado el estudio auspiciado por Colciencias “¿Hacia dónde va Colombia?”, que señala como una de las características del colombiano su altísima racionalidad individual, que ahoga la racionalidad colectiva, dificultando generar bienes públicos. Desafortunadamente, por diversas circunstancias, buscamos el éxito individual. Hace muchos años al profesor japonés Takeushi, que enseñaba matemática en la Universidad Nacional, le preguntaron cómo era posible que Japón, 50 años atrás, era tan pobre como Colombia y ahora nos llevaba tanta diferencia. El profesor respondió: “Un colombiano es mucho más inteligente que un japonés, pero dos japoneses son más eficaces que dos colombianos”.
Es posible que este individualismo esté asociado a muchos otros problemas, como la crisis de legitimidad del Estado, la violencia, la pobreza, el narcotráfico o la debilidad de la integración nacional, que ha hecho que los ciudadanos no valoren la importancia que juega el Estado en su calidad de vida.
El nuevo Congreso tendrá que decidir aspectos claves de la vida de todos los colombianos; no solo las negociaciones de paz con las Farc, sino también las tan esperadas reformas en salud, pensión, educación y justicia, entre otras. Sin embargo, el 56% de los colombianos se abstuvieron de elegir a quienes los represente en esas decisiones tan trascendentales para sus vidas.
Si hiciéramos un ejercicio hipotético, suponiendo que el 56% de los abstencionistas hubieran votado por candidatos y partidos distintos a los que se presentaron, solo 35 curules hubieran sido ocupadas por los partidos y candidatos actuales, y las restantes 67 curules tendrían otros ocupantes.
Sabemos que los países donde el voto es voluntario, la abstención es alta, pero en el caso de estas pasadas elecciones —sabiendo la importancia histórica que tendrá el actual Congreso—, cuesta entender que tantas personas que viven quejándose de los políticos, teniendo las opciones, prefieran abstenerse.
Si queremos bienes públicos de calidad, la sociedad colombiana, junto con mejorar su capacidad organizativa, debe tener una mayor participación en la vida de su sociedad para hacer realidad la promesa de la Democracia.
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