La cubana es una revolución agraria como han sido las grandes revoluciones sociales triunfantes en la historia de la humanidad, a excepción de la inglesa que fue industrial y de la francesa que fue política. La distribución de la tierra es la gran meta del hombre, en todos los tiempos, para la búsqueda de la felicidad.
En ese sentido los revolucionarios cubanos no fueron unos planificadores urbanos, y en los primeros 50 años de la revolución los gobernantes se olvidaron de la arquitectura de la ciudad de San Cristóbal de La Habana, declarada por la Unesco patrimonio de la humanidad, y una de las ciudades mas bellas del Caribe insular y del Gran Caribe.
Por ello se creyó, por turistas y visitantes, que la revolución iría a acabar con la magia de La Habana como ciudad encantadora y tantas veces cantada y alabada por pintores, cineastas, escritores y simples mortales, que frente a su Malecón, sus balcones, sus calles y sus murallas coloniales quedaban embrujados.
Pero afortunadamente para la estética de la humanidad La Habana como ciudad está siendo restaurada por el gobierno revolucionario que, en una inversión supermillonaria está reconstruyendo, con paciencia de orfebre, ese patrimonio cultural. Ya la ciudad no es la ciudad desteñida de las primeras décadas de la revolución que mostraba sus paredes sucias y sin pintura, desconchadas y sus ventanas atrapadas por el óxido y la salinidad del Mar Caribe.
Hoy La Habana, la vieja, está siendo sometida a un ambicioso proceso de restauración y reconstrucción arquitectónica. Y los colores pasteles del amanecer del trópico, azules, rosados, verdes y beiges, están regresando para quedarse en sus mansiones y en sus edificios más emblemáticos, y en sus barrios populares.
La Habana, como el ave fénix, renace de las cenizas para volver hacer su viaje a la semilla: la de ser una ciudad para contemplar y gozar. Deja de ser lúgubre para regresar a brillar, como estrella polar, en ese mundo mágico de las islas y ciudades del real y maravilloso Caribe.

Andamios de madera soportan el trabajo de restauración que le está devolviendo el color pastel a La Habana vieja.
Gran parte de la urbe, que describen plumas como las de Guillermo Cabrera Infante (La Habana para un infante difunto) o la de Leonardo Padura (Los Herejes), está tomada por albañiles, pintores de brocha, electricistas, carpinteros, herreros y, obviamente, por arquitectos e historiadores, que sin desmayo avanzan en devolver su encanto. Y prepararla para ser La Meca del turismo en la región. La Habana está siendo restaurada sigilosa y públicamente para ser ofrecida, por la revolución, como uno de sus más hermosos triunfos para la visión placentera de la humanidad. La ciudad donde las noches son más largas como una pierna de mujer, alta y jugosa.

Las históricas escalinatas de la entrada de la Universidad de La Habana, cuya sede también está siendo restaurada recordando su color amarillo maracuyá.
Entonces hay que volver a La Habana, no solo a disfrutar la explanada de la Plaza de la Revolución, con sus palacios y esculturas gigantes de mármol de Carrara y sus íconos, sino para descubrir los paladares (restaurantes) que florecen dentro de sus viejas casas restauradas o en proceso de serlo. Y deleitarse con el sol y la tarde sobre el bolsillo de la bahía y encontrarse con los ojos azules y negros de las habaneras que, como la primavera, están floreciendo como toda la ciudad, convertida no solo en epicentro turístico sino en pilar de la revolución que, sin dejar de ser agraria, está consolidando una revolución urbana al no dejar naufragar frente a las olas y su óxido destructor, a ese gran patrimonio arquitectónico y cultural de la humanidad que es San Cristóbal de La Habana, la vieja renacida y la nueva que se construye cada mañana.

El verde regresó con su nostalgia de hoja de guayaba haciendo contraste en una esquina histórica de la ciudad con blanco y gris.