
Vicente Fernández se despidió de Colombia queriendo volver, volver
Vicente Fernández se da licencia de muchas cosas en tarima.A sus setenta y dos años de edad, con casi medio siglo de carrera exitosa y una voz tan hialina y resonante como la ha tenido siempre, es un artista que está por encima del bien y del mal. Se da licencia de aventarse un trago de tequila, uno de ron y otro de aguardiente. Se da licencia de fumarse un cigarrillo, de llorar y de confundir el país donde se está presentando. Se da licencia de pedir perdón por el lapsus y de cantar durante tres largas horas sin pausa y sin asomar cansancio. Y si en sus manos estuviera, también se daría licencia de volver a nacer en su mismo México lindo y querido.El último de sus conciertos de despedida en Colombia sucede en la noche del viernes 21 de septiembre y seguramente se prolongará hasta la madrugada del sábado 22. Seguirá de largo, con la mejor vitalidad de un mancebo y respaldado por la fuerza descomunal de esa voz que irrumpe en medio de los acordes de catorce avanzados músicos del Mariachi Azteca, quienes le han seguido el ritmo y el paso en la vertiginosa gira que anunció el Charro de Huentitán desde el pasado febrero, cuando decidió que en el año corriente se retiraba de los escenarios del mundo.Durante los últimos dos meses ha ofrecido tantos conciertos de despedida a lo largo del país, que aún muchos dudan de que sea el retiro definitivo, porque les parece que ya son muchos adioses o porque consideran, con justa razón, que el charro de charros, todavía tiene mucho para dar como el máximo intérprete vivo de rancheras y uno de los mejores de la historia.“¿Ya me perdonaron?”, pregunta el cantante cuando termina de cantar Sublime mujer, y de la nube de la vocinglería fluyen vítores y una que otra palabrota de alguien a quien le pareció gravísimo que Fernández hubiera saludado a Venezuela y no a Colombia. No importa, el rey de la ranchera es consciente de que le faltan muchas para dejar a todos contentos. Además, él lo anticipa: “mientras ustedes sigan aplaudiendo, su Chente les seguirá cantando”.Esta noche el público es bien heterogéneo, y ese pueblo que por décadas ha delirado con sus discos y los ha comprado toditos, brilla por su ausencia. A muchos no les alcanzaba para comprar la más barata de las boletas y apenas pudieron llegar hasta las afueras del escenario para captar los ecos de un concierto histórico o rebuscarse vendiendo recordatorios del acontecimiento.La muchedumbre que rodea el nicho luminoso es una fusión de empresarios, actores, modelos exuberantes, políticos y uno que otro rollizo con mostacho y pinta de hacendado que se ha pasado de licor esperando ver en el proscenio a la estrella de Jalisco.Por supuesto que también llegaron los más fieles seguidores, los de toda la vida, los que más allá de los apuros económicos superaron las barreras de los achaques o las enfermedades. Una artista en silla de ruedas que quiere entregarle a Vicente un retrato al carboncillo y tiernos provectos que acomodados en el tropel viajan a la memoria y disfrutan con el show del artista, como lo hicieron en 1980, cuando Fernández vino por primera vez a Colombia.Los mariachis interpretan Estos celos, uno de los éxitos más recientes, y la euforia es total. Hombres y mujeres gritan, hay jovencitas que quieren comerse a besos a Vicente, como en Serenata huasteca, el hombre las seduce a todas y se sienten aludidas en las canciones. Les canta a las sublimes, a las divinas, a las ajenas, a las prohibidas. Lo dijo cuando reveló la noticia de su retiro: “voy a cantar a los países donde me entiendan lo que yo canto”.En medio de la ferviente comunión con el público, el artista le cede por unos minutos el micrófono al mayor de sus potrillos, Vicente Junior. Canta demasiado bien, pero tendrá que cabalgar demasiado para acercarse a la gloria paterna. El mismo vástago no lo puede creer “ha sido un regalo maravilloso en este 2012 compartir escenarios con mi padre”.Todos están franqueando en una penumbra inolvidable, en cada verso y en cada lágrima de un macho que no se apena por llorar. “Se están miando las niñas de mis ojos”. Al terminar Bohemio de afición, recibe un sombrero vueltiao y un tapiz de la Virgen de Guadalupe, íconos de Colombia y México, ahora enlazados por gracia de la voz sublime de Vicente Fernández.Modula El hijo del pueblo, parece que con esta acaba. Pero todavía no, sigue cantando. El rey. Pasa derecho. Ahora De qué manera te olvido y continúa con una y otra. México lindo y querido, La ley del monte. Al final, una cuarentena de melodías, una por cada año de ilustre carrera musical. Lo había advertido desde el principio, mientras escuchara la ovación no pararía. Ha recordado a Infante, a Javier Solís y, por supuesto, a José Alfredo Jiménez.El ídolo del pueblo ha completado más de tres horas. Sucumbieron algunos beodos, pero él está completo y su entonación cada vez mejor. Como una paradoja, finaliza con Volver volver. Por ahí dicen que el que mucho se despide pocas ganas tiene de irse, y hoy, ni Vicente ni el exultante público quieren hacerlo. Ha sido el último concierto en Colombia, porque Vicente Fernández Gómez es un hombre de palabra. Se va bajo el infinito cénit de su trayectoria artística, mas los incrédulos dicen: “ojalá vuelva a despedirse todos los años”.Por César Muñoz VargasEspecial para EL HERALDO