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Hablaba en este espacio la semana pasada sobre la empresa canadiense RIM, que a pesar de la enorme popularidad del teléfono inteligente BlackBerry, su producto estrella, está encaminada a perder su liderazgo en un mercado que domina.

Hoy voy a mencionar a otra organización cuya apabullante hegemonía —más grande aún, en su sector, que la de BlackBerry en el suyo— no la pone a salvo de pasar de moda. Me refiero a Facebook.Sí: Facebook. Pero: ¿Facebook no está acaso en la cima del éxito? Su fundador, Mark Zuckerberg, ¿no fue elegido hombre del año por la revista Time? ¿Su historia no acaba de ser llevada al cine en una película nominada al Oscar y dirigida por uno de los directores más populares de nuestro tiempo? ¿No ha llegado a los 700 millones de usuarios? Si fuera un país, Facebook sería el tercero más populoso del mundo, solo superado por la India y la China. ¿No está anunciada su entrada en bolsa el año que viene, con una valoración inicial exorbitante, sin precedentes, de 100.000 millones de dólares?

Lo anterior es todo cierto, y seré el primero en reconocer que mi visión del futuro de la red social es altamente especulativo y que irá en contravía de la mayoría de los observadores del mercado. Al fin y al cabo, de alguna parte, de inversionistas dispuestos a creer en la firma, tendrán que salir los 100.000 millones de dólares que se anticipa que se ofrecerán por ella. Pero aún así pienso que en la curva ascendente de su popularidad Facebook ya tocó el punto más alto, y que el reto que le espera ahora, el de mantener su liderazgo absoluto y no defraudar las tremendas expectativas que ha creado, será difícil de lograr. El principal obstáculo está en que sus millones de usuarios, la novedad inicial ya superada, tienen hacia la red sentimientos cada vez más tibios, cuando no negativos.


Aunque Facebook lo niega, observadores muy juiciosos de la compañía han notado que en las últimas semanas su ritmo de crecimiento se ha aplanado, lo que indica que no le están llegando tantos usuarios nuevos como antes. En algunos países, como Estados Unidos y Canadá, ya hay grandes números de personas que han cerrado sus cuentas. El número de desertores en esos dos países va en 7 millones: poco si se le compara con el total, pero una señal inequívoca de que algo está cambiando. Y esa cifra no incluye los millones de personas que han abandonado sus cuentas sin cerrarlas oficialmente.

Las razones son muchas y merecerían todo un análisis sociológico. Una parte de los usuarios se ha aburrido de la actitud descuidada y abusiva de la red con su información privada. Otros están cansados de la cháchara que parece ser su idioma predominante. Y muchos están dándose cuenta de que no vale la pena la cantidad de tiempo que le dedican a mantenerse al tanto de las insignificancias en la vida de los demás. Han decidido que, así como nadie se muere arrepentido de no haber pasado más tiempo en la oficina, nadie se muere deseando haber pasado más tiempo en Facebook. (Yo mismo, que cerré mi cuenta hace unos meses, hago parte de ese último grupo.)

Otras redes que parecían invencibles, como Hi5 y MySpace, hoy están quebradas y resultaron no ser sino modas de nula rentabilidad. Para crear software se necesita tiempo e ingenio, pero poca infraestructura y capital. Eso, que permitió que Facebook fuera creado en un dormitorio de Harvard, también permitirá que surjan con facilidad competidores. No tengo duda de que en algún cuarto universitario o algún garaje de alguna parte del mundo se construye desde ya la que será la red social de mañana.

Por Thierry Ways
cod-ab@thierry.net