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Todos ya conocen la norma: hay que llevar el tapabocas por encima de la nariz y quitárselo agarrándolo desde las tiritas. No hay que dejarlo descansar bajo la barbilla, ni manipularlo tocando su parte externa o interna, ni debe quedar holgado. Tampoco hay que bajarlo para hablar o toser. Después de 24 horas hay que desecharlo, si es desechable, y lavarlo, si es lavable.

Antes de que empezara el 2020 casi nadie que no hiciera parte del personal sanitario conocía el uso estricto del tapabocas. Hoy se ha vuelto parte de la rutina diaria para salir y relacionarnos con los otros, además de un elemento que inspira desconfianzas, burlas y señalamientos: por no llevarlo, por llevarlo muy debajo, por usarlo de las mil formas en que se puede usar incorrectamente.

Difícil habituarse a él, pero hoy son más necesarios que la misma ropa interior, y su uso es obligatorio. Al tanto de esto muchas marcas de ropa lo incluyeron en sus colecciones y artistas y artesanos lo han incorporado a sus propuestas creativas.

El tapabocas —que como medida aleccionadora fue usado a comienzos de la pandemia en esculturas de Fernando Botero en Medellín o más recientemente en un Niño Dios de cerámica en México— es la prenda de uso diario que nos proporciona una dosis de calma y prevención ante el peligro y la incertidumbre de los contagios de Covid-19, que hoy golpean al mundo en otra ola de contagios masivos.