
Un senador liberal con quien me encontré en estos días por los pasillos del Congreso me sorprendió con la siguiente afirmación: “Póngale la firma que este año es el de la negociación de paz con las Farc”. Al ver mi cara de asombro, o de espanto, con semejante frase, pues yo hago parte de los millones de colombianos que después del fracaso del Caguán no quiere saber nada, por ahora, de diálogos con grupos subversivos, el parlamentario me soltó la siguiente perla: “El papel de Piedad Córdoba será fundamental en todo el proceso”.
Pero cuando pensaba que las frases del congresista liberal respondían más a su deseo íntimo que a evidencias concretas, un encuentro posterior que tuve con un alto oficial de las Fuerzas Militares, ya retirado pero siempre bien informado, aumentó mi perplejidad: “El presidente Juan Manuel Santos se la va a jugar toda por la paz. Si las Farc entienden que llegó la hora de la salida política y se montan en ese bus, estaremos asistiendo bien pronto a una negociación de paz del Gobierno con las Farc”.
Y como si todo lo anterior no fuera suficiente para comenzar a considerar el escenario de una negociación entre el Gobierno y el grupo guerrillero, el viernes en la noche el propio presidente Santos en la clausura del congreso de la Misión Carismática Internacional en Bogotá afirmó que “si las Farc dan señales claras, contundentes de querer la paz, las puertas no están cerradas”.
¿A qué llama el presidente Santos señales contundentes de paz? Abandonar para siempre la práctica del reclutamiento de menores, que en las Farc ha crecido de forma desmesurada en los últimos años; abandonar de una vez por todas los ataques a la población civil, que sigue siendo un ‘método’ equivocado de las Farc para tratar de mostrar una fortaleza militar que hoy no tienen; abandonar el secuestro y la extorsión, tanto de civiles por razones económicas como de militares por motivaciones políticas y estratégicas, y abandonar el negocio del tráfico de drogas, que es hoy por hoy su principal fuente de financiación.
¿Están las Farc en capacidad de cumplir al pie de la letra ese catálogo de exigencias por parte del Gobierno, en caso de que, como se está comentando con tanta insistencia en los últimos días, Santos esté considerando seriamente la posibilidad de un diálogo con ese grupo guerrillero?
Durante la negociación del Caguán, en el gobierno de Andrés Pastrana, las Farc dieron muestras contundentes no solo de falta de olfato político y de carencia absoluta de sentido histórico, sino de un desprecio enfermizo por todo lo que significara buscar una salida negociada al conflicto armado. Ni Manuel Marulanda, ni Raúl Reyes, ni Jojoy, ni el propio Alfonso Cano, hoy máximo comandante de ese grupo guerrillero, entendieron que no podían seguir viviendo de espaldas a una comunidad nacional e internacional que les exigía un viraje total en su comportamiento político y militar, y los obligaba a buscar la salida negociada al conflicto. Las exigencias de Santos no son diferentes a las que en su momento les plantearon a los jefes guerrilleros los negociadores del gobierno de Pastrana.
En el libro que sobre los diálogos del Caguán escribí con Jorge Lesmes y Édgar Téllez, Diario Íntimo de un Fracaso, historia no contada del proceso de paz con las Farc, están narrados decenas de episodios en los que los jefes guerrilleros demuestran que la paz no era su prioridad y que estaban en la mesa de negociación por motivos diferentes a los del Gobierno, entre ellos la búsqueda de un fortalecimiento militar que les permitiera seguir en la guerra. El Caguán fue, pues, una burla por parte de las Farc no solo al Gobierno sino al país que creyó, esperanzado, que había llegado la hora de la paz, como lo creyó en los 80, durante el gobierno de Belisario Betancur, cuando otros acercamientos también fracasaron.
¿Será que ahora sí van a entender los jefes guerrilleros que llegó la hora de negociar en serio con el Gobierno? ¿Qué se está jugando Santos y que Cano? ¿Cuál será el papel de Piedad Córdoba si se crea el escenario de la negociación con las Farc? ¿Y los militares?
La hora de Santos
Juan Manuel Santos es un presidente con visión histórica. Nadie mejor que él sabe que la pacificación del país, por la vía del diálogo con los grupos guerrilleros, es la mejor carta de presentación que podrá tener a la hora del balance de la historia. Pero de igual manera también sabe que si fracasa en ese intento, la cuenta de cobro que tendrá que pagar será tanto o más alta que la que paga en la actualidad Andrés Pastrana, a quienes los colombianos no se cansan de cobrarle los diálogos del Caguán, hecho por demás injusto, puesto que los mismos respondieron al llamado ‘Mandato Ciudadano por la Paz’, que contó con el respaldo de casi 8 millones de votos. Quienes conocen a Santos saben que a él le gusta apostar duro y que asume riesgos. Si decide apostarle a la negociación con las Farc, nadie mejor que él para saber a lo que se expone si pierde, pero tampoco nadie mejor que él sabe lo que gana si las cosas salen bien.
La hora de Piedad Córdoba
Piedad Córdoba, a quien Santos le asignó la responsabilidad de estar al frente de la liberación de los cinco soldados y policías que están en poder de las Farc y que serán entregados en los próximos días, también se está jugando su vigencia política, ya no como senadora, luego de la drástica sanción impuesta por el Procurador, sino como promotora de paz y defensora de Derechos Humanos, campos en los que ha logrado un enorme reconocimiento internacional. Como se recuerda, Piedad fue protagonista de primer nivel en todas las liberaciones de los políticos secuestrados por las Farc, quienes recobraron su libertad gracias a su mediación, entre ellos Alan Jara y Luis Eladio Pérez. Si la apuesta de Santos es la negociación con las Farc, no hay duda de que Piedad será protagonista, pues tendrá la mejor oportunidad de su vida para demostrarles no solo al Procurador sino a muchos colombianos, que su compromiso no es con un grupo guerrillero en particular, sino con la paz nacional.
La hora de las Fuerzas Militares
La garantía de la paz es la seguridad. Así de simple. Es más: la teoría del expresidente Alfonso López era la de que solo la aplicación de la fuerza por parte de los militares terminaría por llevar a la mesa de negociación a los grupos subversivos. “Hay que golpearlos en el campo de batalla, para llevarlos a la mesa a negociar”, decía el expresidente liberal. Negociar no es claudicar. Bajar la guardia en estos momentos y permitir golpes del enemigo, como ha venido ocurriendo, es no solo un error estratégico que saldría muy costoso a la hora de una negociación, sino que daría al contrario una ventaja cualitativa difícil de superar en la mesa de negociación. A la mesa se debe llegar fortalecido. El Ejército y todas las fuerzas así deben entenderlo. Es muy mal momento para el relajamiento de las tropas. El mando debe estar unificado y comprometido con la misión encomendada. No es hora de deslealtades, y quienes así se comporten deben ser retirados de inmediato, antes de que sea demasiado tarde. El respaldo al mando militar debe provenir directamente del Presidente de la República.
La hora de ‘Alfonso Cano’
De los jefes guerrilleros que robaron pantalla durante los diálogos del Caguán el único que tiene vigencia es ‘Alfonso Cano’, los demás, o están muertos o fueron extraditados, tal es el caso de ‘Simón Trinidad’. A ‘Cano’ lo conocí en Tlaxcala, México, siendo yo enviado especial de ‘Cromos’, durante las conversaciones de las Farc con el gobierno de César Gaviria. Creo que ‘Cano’, pese a su radicalismo, es capaz de entender los momentos históricos que viven las organizaciones guerrilleras como la que él ahora comanda. Su más reciente mensaje a la opinión pública así parece demostrarlo, cuando pidió el respaldo de los colombianos a la llamada Ley de Víctimas, así como a la de la Restitución de Tierras, impulsadas por el gobierno de Juan Manuel Santos. Las opciones que tiene ‘Cano’ no son muchas: o se entierra con las Farc, como ‘Jacobo Arenas’, ‘Manuel Marulanda’, ‘Raúl Reyes’ y el ‘Mono Jojoy’, o le apuesta a la salida negociada y saca al grupo guerrillero a la vida civil.
Por Oscar Montes