El sonido de Sal si puedes, a las 5 de la tarde, en la convulsa plaza de la Proclamación, ejerció un encanto repentino en Harry George Searing y Randall Wolfgang, dos músicos de la laureada orquesta de cámara Orpheus, que paseaban, orondos, por la ciudad vieja.
La melodía no provenía de un concertista extraviado del Festival Internacional de Música de Cartagena de Indias. Era un hombrecillo común y silvestre, parado en una esquina de la plaza colonial, con rasgos indígenas y golpeado por la sofocación de la tarde, el que tocaba con virtud un pequeño saxofón artesanal, de color gris y hecho con tubos de PVC.
Harry y Randall se quedaron pasmados con aquel prodigio musical callejero.
Los músicos estadounidenses hacen parte de una de las orquestas invitadas al festival. Orpheus, de EEUU, ha dado conciertos en todo el mundo y ha ganado cuatro premios Grammy. Los músicos extranjeros se dirigieron al saxofonista del andén, con gorra y ropas sudadas.
Era Edil Cabello Lorenzo, de 37 años, quien había recorrido los Andes, en chivas y buses, desde Lima, Perú, su patria, por cuatro días con sus noches, hasta llegar a orillas del mar Caribe, para vender los saxofones que bien hace con sus propias manos y mejor toca para deleite de todos.
Edil no sabe ‘ni papa’ de inglés y a los músicos estadounidenses les pasa lo mismo con el español. Pero la magia de la música los unió. Los hombres del oboe y el del fagot de la orquesta Orpheus llegaron hasta donde los saxofones de Edil. Vieron que uno tocaba y los otros los llevaba colgados de una cuerda amarrada a la pretina.
'Son twenty (veinte) dollars', les dijo Edil y los músicos rieron. Le dijeron que les permitiera uno a cada uno para tocarlos. Y muertos de la risa, los estadounidenses dieron toque.
Harry dice que quedó maravillado al oír sonar el instrumento artesanal, hecho por un rebuscador peruano, en el Caribe. 'Es un sonido agradable y único', comentó en entrevista con EL HERALDO.
En su vida de conciertos por el planeta, durante sus paseos a la hora de los descansos se ha encontrado con flautas artesanales que venden comerciantes informales en las esquinas, pero nunca un saxofón.
Tan encantados quedaron que cada uno compró uno y después el dúo de amigos músicos se fueron por las callecitas y callejones de la ciudad de piedra dedicándole una serenata improvisada a Cartagena y a la gente que los veía caminar como locos de contento, tocando sus saxofones de 40 mil pesos (que muchas veces quedan en 30 mil).
'Interpretamos óperas y música popular. Ahora que llegue a EEUU le regalaré este saxofón a un amigo saxofonista que toca en un espectáculo de Broadway', dijo Harry.
Mientras tanto, el peruano Edil seguirá en las calles, con sus saxofones de plástico, encantando ahora con su música a los gringos de los buques de placer; o a los argentinos que andan de vacaciones, o a cualquiera de los turistas que por estos días visitan a Cartagena.
Se vino desde Perú porque ya en su país hay muchos vendedores callejeros con saxofones de PVC y el mercado está saturado.
'Me dijeron que en Cartagena hay muchos turistas y por eso vine a parar aquí. Me ha ido bien, porque aquí no se conoce este invento', cuenta.
Trajo 200 saxofones y dice haber vendido la mitad.
Una vez termine, recogerá sus cosas, guardadas en un hotelito de Getsemaní, y tomará otra vez rumbo en buses y chivas por la cordillera hasta llegar a Lima, donde preparará otro paquete de saxofones para la próxima temporada.
Saxofones de PVC que aprendió hacer de sus hermanos y amigos y que ahora vende en las calles calientes de la Cartagena musical de estos días.