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Enorme consternación mundial ha generado la acusación hecha por el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, según la cual el actual régimen que gobierna a Siria utilizó armas químicas para atacar a compatriotas opositores el pasado 21 de agosto, provocando la muerte a más de 1400 personas, entre ellas 400 niños, y afectando a otras 3600, las cuales están siendo atendidas en hospitales de Damasco.

Algo que complica aún más la invivible situación de guerra civil que vive este país hace dos años es que el gobierno estadounidense ha anunciado una posible acción militar “limitada y contenida” por parte de sus tropas, para lo cual cuenta con Francia como principal aliado. Por su parte, el régimen sirio de Bashar Al Assad ha desmentido tal uso de armas químicas por parte de su gobierno, aspecto que ha sido corroborado por Rusia, cuyo presidente Vladimir Putin ha desafiado a los Estados Unidos para que presenten al mundo las pruebas que poseen del mortal ataque efectuado en Siria con sustancias prohibidas y no vaya a utilizarse este hecho, no comprobado, para invadir a ese conflictivo país asiático.

De igual manera, la ONU ha servido de mediador en el conflicto enviando a un equipo de expertos en armas químicas, quienes están elaborando un pormenorizado informe a partir de muestras y evidencias directamente recogidas en tierras sirias, reporte que será entregado a ese organismo en aproximadamente dos semanas.

Resulta ser de extremada gravedad que se pudiese comprobar que el régimen de Bashar Al Assad efectivamente hubiese planificado este atentado utilizando el gas sarín, considerado el más mortal de los armamentos químicos, y que tiene la propiedad de producir en 10 minutos la muerte de quienes lo inhalan.

Aunque se tienen indicios de que las armas químicas se empezaron a usar entre los humanos desde los enfrentamientos entre los romanos y los persas, en el siglo III, en el mundo moderno las primeras denuncias se remontan a 1915, cuando en Bélgica el ejército alemán atacó al francés con el gas cloro, dejando un saldo de 15.000 soldados muertos. De ese tiempo para acá se han repetido similares ataques químicos en el desarrollo de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, así como en confrontaciones como la de Italia contra la población de Etiopía, en 1935; el de Estados Unidos en la invasión a Vietnam, en la década de los 60; en el ataque del mandatario iraquí Sadam Husein contra Irán, en la de los 80, y más recientemente en el Japón, en donde la secta religiosa Verdad Suprema (Aum Shinrikyo), entre los años 1994 y 1995 produjo sendos atentados ferroviarios utilizando el gas sarin (el mismo que supuestamente se utilizó en Siria), produciéndole la muerte a 20 personas y afectando a otras 5300.

Es pertinente que los organismos internacionales, como la ONU y la Opaq, diluciden objetivamente la posible responsabilidad del actual régimen sirio en este execrable sacrificio de vidas humanas. En caso de ser cierto este abominable genocidio, el actual gobierno sirio, pero específicamente su cabeza visible, Bashar Al Assad, debe responder ante la Justicia internacional aplicándosele las sanciones contempladas por la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (Opaq), instancia encargada de prevenir y controlar en el planeta la producción, el almacenamiento y el empleo de armas químicas y sobre su destrucción.

Esto desestimularía la repudiable práctica de algunos sanguinarios gobiernos de utilizar esas mortales sustancias para simultáneamente producir la muerte masiva de seres humanos, en su mayoría inocentes, y generar daños ambientales de incalculables proporciones.