El Heraldo

Santos y el país, al borde del abismo

Dijo el presidente Santos en estos días: “Estamos, sí, en un temporal, en una tormenta...”. Lo que no sabe el primer mandatario (o no ha querido entender) es que la tormenta es tan fuerte que puede acabar con cualquier posibilidad de reelección, con la poca gobernabilidad que le queda y, lo que es más grave, conducir al país a una crisis institucional nunca antes vista. La última vez que los campesinos de Boyacá se levantaron fue durante la Guerra de los Mil Días, y lo que ocurrió en ese entonces fue desastroso. El presidente, de manera ingenua, minimizó la protesta campesina y lo que parecía un paro sectorizado terminó haciendo ‘metástasis’ en el resto de la población excluida, oprimida y sin posibilidades.

Para ser justo y sincero, Santos heredó una serie de crisis y flagelos cuya génesis data de mucho tiempo atrás. Así como el presidente se hizo al poder de ‘carambola’, le ha tocado lidiar de chanfle con toda suerte de entuertos y adversidades. Problemas que podrían tener una suerte diferente si el presidente ostentara un liderazgo decidido y estuviera mejor rodeado. No hay ministros ni asesores de talla (con algunas pocas excepciones) para acompañar al presidente en estos aciagos momentos. Tampoco ayuda mucho el hecho de que el presidente, cada vez que tiene la oportunidad, cambia de parecer, por cuenta de la presión mediática o de ciertos sectores de la ciudadanía. Un verdadero líder debe hacer lo que tiene que hacer, aun cuando sus posturas no sean de buen recibo.

Por otra parte, carece de coherencia que el presidente le extienda una mano conciliadora a las Farc (que han hecho y desecho), al tiempo que trata a los labriegos de la tierra como si fueran delincuentes de la peor laya. Nadie que tenga la parcela produciendo y comida en su mesa para alimentar a sus hijos se va a ir a un paro a protestar y a exponer su integridad. Al que le está yendo bien no sale a quejarse a la calle. La gente está pasando hambre de verdad, y la bomba social que se cocina es de dimensiones bíblicas. Incluso los encapuchados y vándalos que aparecen en las revueltas –y no es por justificarlos– son personas que no tienen trabajo, que no tienen futuro y que hasta el día que empezaron a tirar piedra fueron invisibles para el Estado.

A Colombia se lo han robado los mercaderes de la política: la salud y la educación tienen dueños diferentes en cada departamento. Se lo han robado los industriales que ‘cuadran’ a los políticos para generarles, a través de leyes, innumerables beneficios a sus negocios. Las cementeras, los productores de insumos agrícolas y las farmacéuticas, entre muchos otros, también saquean el país y a los más pobres, cuando se ponen de acuerdo para especular con el precio de sus productos. Los grupos armados ilegales han teñido de sangre nuestra historia. Los gobiernos de turno satisfacen sus egos y veleidades, mientras el pueblo se hunde cada día más y las promesas que se hacen tras cada paro o levantamiento son incumplidas sistemáticamente.

¿Qué esperábamos que pasara, después de tanto y tanto daño? Cosechamos lo que sembramos: el robo, el odio y la exclusión producen más de eso.

La hecatombe que hoy vivimos es susceptible de empeorar, pero ese escenario no le sirve a Santos y tampoco le ayuda al país.

Probablemente sea el momento de pensar en serio, sin sectarismos y revanchas, en una serie de reformas estructurales que le mejoren la calidad de vida al ciudadano de a pie. Solo espero que no sea demasiado tarde.

La ñapa I: Uno de los principales artífices de la debacle agraria guarda un silencio cínico: el petardo de Juan Camilo Restrepo.

La ñapa II: La arrogancia es peor consejero que la imbecilidad. Si no que lo diga Gustavo Petro.

La ñapa III: ¿Había necesidad de ordenar la captura de Luis Alfredo Ramos? Justicia es sinónimo de equilibrio.

Por Abelardo De La Espriella
abdelaespriella@lawyersenterprise.com

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