El Heraldo

Para ti, mi adorada Barranquilla

Celebremos con regocijo y alborozo el Bicentenario de Barranquilla. La Arenosa se ha ganado en franca lid su fama de ciudad abierta y de avanzada, habitada, sin discriminación alguna, por gentes de todas la regiones del país y del mundo, que han encontrado en ese mágico pedazo de tierra ubicado entre el mar Caribe y el Río Magdalena un oasis de alegría y de grandes oportunidades. En Barranquilla confluyen todas las culturas y las diferentes formas de pensar, en perfecta y simétrica armonía.

La gran virtud de Barranquilla es la visión de progreso y la hospitalidad de su gente, el ánimo de superar sus propias expectativas y la intención de agradar al extraño, para que no se sienta forastero, resaltando y premiando sin complejos la capacidad de lucha y el mérito personal de cada quien. Es así como se ha construido una ciudad orgullo de toda la cuenca del Caribe, con una pléyade de exponentes extraordinarios en los campos del arte, la literatura, el diseño y la ciencia. No es casualidad tanto talento: Barranquilla es la tierra escogida por los dioses para hacer los más hermosos milagros.

Mientras que otras ciudades han sido erigidas por sociedades excluyentes, el talante caribe de Barranquilla, que la hace descomplicada, libre desde siempre (nunca hubo esclavitud), acogedora, laboriosa, imaginativa y creadora, encarna la modernidad y el verdadero sentido universal y cosmopolita de la grandes urbes del mundo. El auténtico pensamiento caribe reposa en Barranquilla porque esta es una ciudad sin límites ni ataduras, sin arribismos y abolengos; porque su gente es una bacanería total, generosa y afable; porque el barranquillero observa al infinito más allá de sus fronteras.

Sorprende que una ciudad tan joven haya dejado atrás a otras llenas de tradición y de gloria, lo que me lleva a concluir que la importancia de los pueblos no está en su historia, sino en la fuerza y el coraje de sus habitantes. Con el pasado no se puede sostener el prestigio si no se tienen presente ni futuro.

El secreto de Barranquilla está en el carácter alegre y cordial de su gente, en ese estilo desprevenido y coloquial de su dirigencia, exenta de poses arrogantes tan comunes en otras partes. Todo el que llega a Barranquilla con una buena idea y ganas de trabajar es bien recibido.

Su ubicación geográfica la hace grande e invencible en el ámbito del comercio internacional y la sitúa como un referente de desarrollo y porvenir. Cuando se llega a Barranquilla, se perciben de inmediato la pujanza y el voltaje (que tanta falta les hacen a otras regiones de la patria), avalados por sus industrias y por una clase dirigente remozada que se ha despojado de intereses subalternos para hacerla grande y asegurarle un sitial indiscutible en el progreso interno del país y del resto del mundo.

En muy poco tiempo, Barranquilla será la capital económica de Colombia –dejando rezagadas a aquellas ciudades que creían que hacer empresa en el Caribe era un imposible– y en los próximos veinte años será sin duda una de las ciudades que jalonarán el desarrollo global en el planeta.

En adelante, no se podrá hacer nada sin el concurso de Barranquilla. Los pueblos andinos que desplazaron y retardaron su esplendor contrariando la lógica elemental (que señala que las capitales importantes deben estar cerca al mar), en señal de contrición volverán a su regazo a impulsar el progreso nacional y a recuperar el tiempo perdido.

Eres la Puerta de Oro, mi querida Barranquilla, porque a través de ti entraron a Colombia, por primera vez, la aviación, el cine, las emisoras, los semáforos, un puerto marítimo y fluvial, las zonas francas, las líneas férreas, los estadios, toda la cultura del mundo, las mejores viandas y los más exquisitos vinos.

Deseo que mis hijos crezcan en tus calles, que mis canas se tiñan de tu brisa; añoro cada día un frozo malt después de la comida y una tertulia con mis amigos en el San Juan, el bar de la alegría.

Mi cuerpo está en ‘la Nevera’, pero mi alma está contigo, Curramba de mi vida.
abdelaespriella@lawyersenterprise.com

Por Abelardo De la Espriella
 

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