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La salud, ese complejo estado que nos lleva al bienestar, que nos hace más felices que el dinero, que permite las actuaciones inteligentes y positivas del ser humano, ha sido relegada a un segundo plano, por convertirse en un negocio más, que crece con el engaño y escasa participación de sus verdaderos actores. Los profesionales de la salud, aquellos que hemos dedicado toda una vida a formarnos en su entendimiento, hemos sido desplazados por equivocadas y en ocasiones malintencionadas, decisiones estatales.

Con base en el principio obligatorio de dar salud a todos sus ciudadanos, y con el aporte solidario de los que tienen se aumentó la cobertura, pero con una calidad deficitaria de la atención. Los aportes del Gobierno para la salud, alrededor de 25 billones por año, han estado cada vez más distantes de los de la guerra, y aún con la bonanza minera y sus denominadas regalías, siguen siendo insuficientes, principalmente por los altos costos de la intermediación, llena de burocracia y corrupción.

Jurídicamente, una sentencia de la Corte Constitucional ordenó al Gobierno aplicar los principios constitucionales de dar salud a sus ciudadanos. Esta sentencia, unida a la tutela, ha sido utilizada por un gran porcentaje de la población necesitada, con resultados favorables parciales.

Ante un panorama de incumplimientos, servicios médicos deficitarios, bajos niveles de prevención, desorden y mal manejo financiero, salud pública ineficiente, corrupción sin control, indisciplina y recursos que se quedan en manos de los intermediarios, no hay duda de que el sistema actual tocó fondo, esperándose una reforma que mejore no solo cobertura, sino que tenga en cuenta principios fundamentales para lograr una buena salud.

Con estos principios, el Estado debe recuperar el liderazgo perdido, entregado a las comercializadoras de la salud, dándole cumplimiento a la sentencia de la Corte, privilegiando al paciente y respetando a los trabajadores de la salud, apoyando su educación y formación, no permitiendo que sigan siendo explotados para beneficio de unos pocos, mejorando su dedicación y desempeño con la aceptación de conductas y tratamientos con evidencia científica.

El Estado deber ser fuerte en el apoyo y vigilancia, al buen manejo financiero de las instituciones que realizan la atención de los pacientes, con impulso en la ciencia, investigación y tecnología, con la creación y puesta en funcionamiento de redes de servicio, eliminando los intermediarios ya reconocidos, apoyándose en una tecnología sistematizada, estadísticas veraces, que incluyan indicadores internacionales que sirvan de guía para acabar con los monopolios de la salud, separando actividades incompatibles de intermediación.

Debemos volver a la humanización de la atención en salud integrando el apoyo local, nacional e internacional de los entes externos de salud de compromiso mundial, integrando y proyectando los medios de comunicación, para que den una información verdadera y útil a las comunidades con intervenciones rápidas, oportunas y eficientes, teniendo siempre en cuenta a la gente, incluyendo poblaciones y comunidades en situaciones de desventaja, proporcionando apoyos inmediatos de vivienda, agua potable, servicios públicos, empleo, educación y entretenimiento.

La reforma a la salud solo será buena si participan sus actores principales, trabajadores de la salud y beneficiarios, bajo normas de juego claras y eliminando la intermediación, que tanto daño ha hecho.

Por Álvaro Villanueva, MD
alvillan@post.harvard.edu. 49villanueva