El Heraldo

Esclavitud

Lincoln está de moda. Dos películas actuales repasan su obra y su muerte. Spielberg lo retrata terco, más intrigante que un monseñor vaticano y hasta débil ante la severidad e inteligencia de su mujer (merecedora de su propia película). Allí Lincoln se enfrenta a su época obsesionado con la idea progresista no tanto de abolir la esclavitud –ese fue tan solo el efecto-, sino de que todos los hombres somos iguales.

Un artículo reciente establece un paralelo entre Lincoln y Uribe, recordándonos cómo se sobornó al congreso para lograr un fin tan impuro como la reelección. Yo me detuve más en otro tema: la distancia enorme que había entre el poder centralista y el resto del país, una grieta que –amparada en la economía pero utilizando la política- separaba el norte y el sur, mientras el tizne de la guerra cubría de hollín toda la verdad. En esto se me pareció mucho a Colombia.

A Lincoln le obsesionaba la idea de abolir la esclavitud, pero sabía que la emancipación era un arma para debilitar al sur, cuyo poder económico se basaba –precisamente- en la esclavitud. Utilizó todo su poder y el amor de su pueblo en lo primero, pero de paso consiguió lo segundo. Su obra es aquella, pero sin su terquedad y clientelismo quizás USA sería hoy un país con menos estados. ¿Le preocupaban tanto los prejuicios como la consolidación de la nación? No lo sé, pero esto me planteó una pregunta: ¿se habría dividido Colombia si el poder económico del paramilitarismo en regiones como la costa hubiera seguido en su vorágine ascendente?

En nuestra amada Locombia, al reseñar la película algunos se detienen en los rasgos que se creen negativos de uno de los presidentes más importantes que ha tenido EEUU, mientras que lo que lo hizo grande no importa. Resaltando solo lo malo, seguimos obsesionados ya no solo con el paramilitarismo sino con la guerra, mientras se nos enquistan los grandes problemas. Las desigualdades siguen allí, la ignorancia, la falta de oportunidades, la corrupción, el clasismo, la intolerancia.

Lincoln también nos muestra, más que los prejuicios, cómo los prejuicios ocultan otros intereses, como el poder o el dinero. Sucede detrás del racismo al igual que de cualquier otro prejuicio, digamos la homofobia, pero cómo nos preocupa más ver lo malo que aprender de lo bueno, enfatizamos que la maldad humana es universal antes que detenernos en el concepto de que todos somos iguales.

Oscuro y muy dramático, el filme me llenó de preguntas. Como buena obra de arte, tiene demasiadas miradas, imposibles de desligar de las preocupaciones personales o nacionales. Igual me ocurrió con la otra cinta, a pesar de que su guión es débil y maniqueo, y su rol principal no recae en una actuación tan magistral. Dirigida por Robert Redford, se llama Los Conspiradores y plantea la historia de lo que sucedió tras del homicidio de Lincoln.

Muerto el asesino material, ocho hombres enfrentaron un juicio por conspiración. Solo uno logró escapar: John Surrat. Al no poder ser aprehendido, su madre fue acusada y sentenciada a la horca en un juicio atípico donde ni la evidencia ni los testigos eran fiables. Su abogado consiguió una orden de clemencia por su edad y género. Aun así, al día siguiente Surrat se convirtió en la primera mujer ejecutada por el gobierno federal de EE.UU. ¿La razón? Con el presidente Johnson a la cabeza, el enceguecido odio del pueblo se impuso sobre la verdad, la justicia y la razón. Todo excusado en la necesidad de “cerrar heridas”.

En Colombia, las heridas cada vez se abren más. No hay justicia, ni importa la verdad. Seguimos esclavizados al odio y los prejuicios, justificados por algunos –o la iglesia- en aras del poder.

Por Alonso Sánchez Baute
@sanchezbaute

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