El destino (también llamado fátum, hado o sino) es definido, como el poder sobrenatural, inevitable e ineludible, que según se cree guía la vida humana y la de cualquier ser a un fin no escogido, de forma obligada, en circunstancias a veces fatal. Padecer una enfermedad o sufrir un accidente puede llevar a la muerte. Momentos especiales y otros elementos se mueven alrededor de los hechos que se suceden día a día, y no hay nadie que por segundos se haya escapado, y a veces salvado, de padecer o morir. No nos tocaba. Otros, que nunca imaginaron su fin, en forma casual, equivocada e inentendible, encontraron su último día en el momento en que proyectaban nuevas y prósperas ideas.
Los niños pequeños, inocentes y frágiles, ni siquiera han tenido en su pensamiento el fin de unos tiempos felices, sin sufrimientos, considerados los mejores, al menos que la enfermedad, la pobreza, el abandono o el castigo de los mayores, o circunstancias extremas, como las guerras, batallas o conflictos o desplazamientos, los coloquen en situaciones de desgracia.
Para los mayores, esperar el destino que nos lleve inexorablemente a la muerte es la peor derrota, aceptada sin lucha. Ni siquiera el sufrimiento de la muerte de un hijo nos puede vencer. Existen tantas personas que nos necesitan, algunas que a veces con una sola palabra podemos ayudar, u otras veces con un importante favor, hecho con todas las ganas, lo que nos hace sentir útiles a la especie, para el desarrollo de un mundo mejor, luchadores para vencer enfermedades, sufrimientos y toda clase de males. Vivimos con nuestro propio destino, pero sufrimos y sentimos con el de los demás. No comprenderemos ni aceptaremos nunca a aquellos que parecen destinados a hacer lo contrario, aumentando el sufrimiento de otros, no respetando derechos, ni de niños, de ancianos, madres embarazadas o de cualquier edad o condición. O los que se olvidan de los enfermos, no recuerdan que somos hermanos, y sin pensar ni meditar acaban con la vida de sus semejantes.
El destino no es aceptar el fracaso, la pobreza, el desempleo, el hambre, el analfabetismo o la ignorancia, o dejar de luchar contra ellos. Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ellos, dijo Bolívar, en ese momento histórico, contra los españoles, no contra ella, la naturaleza, como equivocadamente esta frase se tergiversó. Luchar contra la muerte es nuestra obligación, pero tampoco desconocer lo ineludible y cruel de su realidad, para lo que debemos estar preparados.
¿Será el hombre capaz de desarrollar, los mecanismos para volver a la vida después de semejante sufrimiento? Sí, es capaz, aunque difícil, si la salud no le ayuda, a vencer el recuerdo, que entrañablemente llevamos con un ser querido. Aprender a vivir con los que se fueron, a llorar hasta la última lágrima, que cada vez aflora con el mínimo recuerdo, a aceptar la dura realidad de no tener sus voces de felicidad, sus sonrisas, sus gestos alegres, o sus preguntas incomprensibles e incontestables. Impresas en nuestra mente, no desaparecerán jamás, como un recuerdo perenne, como ángeles que nos orientan y corrigen, sumando los días que cada vez hacen más cercano el destino que, algún día, nos busca reencontrar. Quizás muchos, que no hayan vivido estas especiales circunstancias, consideren esta interpretación equivocada, pero no existe la casualidad y lo que nos parece un simple accidente surge de la más profunda fuente del destino.
Por Álvaro Villanueva, MD
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