Aprecio muchísimo a los hermanos sanandresanos. He tenido amigos isleños: Hollis Brackman, Arlington Nelly, Yolanda Otero de Jones, Antonio May, los hermanos Vicente y Julio Robinson, entre otros.
Doy fe de su inmensidad amorosa y sus desvelos por Colombia.
Ellos se sienten orgullosos de ser colombianos, a carta cabal. Me duele demasiado la mala racha y el viacrucis por el que pasan.
No entiendo por qué razón a los isleños no se les da cabida de primera clase en la Cancillería u otros ministerios. Tengo el pálpito de que, si hubiera habido isleños, destacadísimos, en la perpetua y rancia delegación nacional ante la Corte de La Haya, sus luces y aportes habrían sido positivos y, por ende, favorables a Colombia.
Nicaragua ganó la partida, jugó con cartas marcadas. Hubo premeditación, alevosía y ventaja. Ortega supo ligar su póquer de aces y dar cañazo con amaño, suerte y tino. Históricamente, nuestros presidentes: nacidos, amamantados y criados en el Altiplano, no tiene apego por nuestros mares territoriales.
El expresidente José Manuel Marroquín (1887-1904) murió sin conocer el mar. ¿Cómo no se iba a perder a Panamá? Isleños: no lloren encima de la leche derramada. Vendrán días mejores. No se desanimen. Mantengan su fe en Colombia.
Atentamente,
Lloyd Daniel Díaz Webster