
“La peor censura que existe es la que uno mismo se hace”: Adriana Lucía
La cantautora acaba de lanzar su séptimo disco, ‘Qué no me falte la voz’, sintonizado con su activismo social, su discurso de esperanza y crítica.
Adriana Lucía es río, mar, porro, clarinete y gaita. Adonde vaya también es un pedazo de El Carito, de Lorica, del Caribe sabanero. Qué no me falte la voz es el nombre de su nuevo álbum, el séptimo de su carrera y quizás el más comprometido con la realidad social del país, con los líderes, con las víctimas y la naturaleza arrasada.
Adriana es madre, emprendedora del sector gastronómico con ‘La tienda del porro’, hija de una maestra y un músico, hermana y tía.
Habla cuando quiere y de lo que desee, no se guarda nada, tal vez eso no le cae bien a los que piensan distinto a ella en las redes, sobre todo en Twitter.
En resumidas cuentas, ella es todo eso al mismo tiempo, en una tarima o sentada a la mesa con su familia. Adriana Lucía es una Mujer Miércoles que abraza los cambios, como los que damos en esta revista de EL HERALDO.
“Para mí es un honor estar en esta nueva temporada, me honra, yo soy una mujer con un alma caribe, todo lo que me conecte con mi tierra y con mi gente lo agradezco enormemente”.
El río, la música, la vida
¿Cuáles son las raíces de Adriana Lucía López Llorente?
La Adriana cantante, la artista, la mujer, es la misma como mamá, como músico, mis raíces provienen de El Carito, lo que soy proviene de mi casa. Yo creo que cuando uno nace en un pueblo nunca se va, tienes esas costumbres, esa manera de sentir. Por ejemplo, una de las cosas fundamentales para mí es atender a la gente, siempre compartir, siempre querer hacer música para compartir. Cuando llega gente a mi casa les pregunto: ¿Ya comiste? Yo me creo la mamá de todo el mundo, creo que ese espíritu maternal, en el buen sentido de la palabra, lo reflejo en todo.
¿Cómo se llaman tus padres y cuántos hermanos tienes?
Nosotros somos tres hermanos, mi hermano Luis Antonio, que le decimos Luigi, es el percusionista de mi banda y también de la de Marti (Martina La Peligrosa). En mi casa todos somos músicos. Eso habla de una familia que siempre vio la música como una opción de vida. Mi mamá se llama Anoris Llorente, y mi papá Antonio López. Él es compositor, músico, es el autor de varias de mis canciones más representativas como Porro bonito. Mi mamá es maestra, no es músico, pero hace barra (risas).
Me imagino que en las reuniones nunca falta el porro y el fandango…
Yo me crié en una casa de puertas abiertas donde entraban y salían músicos todo el tiempo, donde había gente cambiándose las faldas, las polleras, donde estaban armando mazos de vela. Mi papá siempre ha sido gestor cultural, hemos trabajado siempre alrededor del Festival de la Chicha, entonces siempre estábamos planeando y armando eventos. Recuerdo que cuando éramos niños las cucharas se convertían en baquetas, en la mesa se cantaba y se canta, mis sobrinos también son músicos, en las fiestas siempre se canta.
“La peor censura que existe es la que uno mismo se hace”
La cantautora acaba de lanzar su séptimo disco, ‘Qué no me falte la voz’, sintonizado con su activismo social, su discurso de esperanza y crítica.




¿Cuál es el significado de ‘El Río’ en su obra musical? De hecho así se llama su canción que hace parte del álbum ‘Qué no me falte la voz’ ¿Con esa canción usted quiere mandar un mensaje de protección del medio ambiente y al mismo tiempo de la emocionalidad, del río emotivo que hay dentro de nosotros?
¡Oye! lo definiste tal cual, son las dos cosas combinadas. Yo soy de agua, nací a orillas del río, allí donde se bifurca en la Ciénaga Grande de Lorica y para el otro lado coge para el mar, entonces nosotros somos de agua, soy de Lorica, soy de El Carito. Eso hace que uno tenga una condición diferente, los ríos y el mar son las puertas que nos comunican con el mundo, entonces si naces cerca lo haces con los brazos abiertos. El río siempre lo llevo en mí, imagínate mi nivel de osadía, pero a lo que voy es que cada vez que llueve y uno está en El Carito, como yo soy del Bajo Sinú, de la parte más baja del río, cuando llueve el agua corre muy fuerte, entonces la gente siempre dice —por aquí pasa un río, por aquí había un arroyo—. Esa es la memoria de la tierra, de la naturaleza y los cuerpos de agua que los humanos destruimos. Hemos destruido la naturaleza, pero al mismo tiempo nos destruimos a nosotros mismos porque nosotros somos ese río. Si yo eso lo llevo al amor, al plano de lo que somos, yo amo viajar, buscar, conocer, pero lo que más me gusta es volver, regresar al lugar de origen, así como el agua se pone contenta cuando vuelve a su caudal, uno también se pone contento cuando llega a sus amores, a los brazos que tienes que llegar.
¿Y tú vives eso?
Yo lo vivo, yo soy un poco aburrida para eso porque aunque soy muy abierta para conocer a mí me gustan las mismas vainas, siempre me como el mismo mango biche, me gusta lo mismo, soy muy facilita de conocer, el mismo mote de queso, la misma canción, me emociona lo mismo. Yo soy como ese río que vuelve al caudal, que se pone contento con lo que ya conoce, eso me hace tremendamente feliz.
¿Y ese caudal musical de Adriana Lucía a quién le da voz?
Bueno, aunque la música y la composición es un acto primeramente egoísta porque el primer impulso del autor es sacar lo que tiene adentro y decir lo que tiene que decir, ya sea para sanar, para transmitir una alegría o una nostalgia, ese primer impulso me da voz a mí, a mis sentimientos. Pero cuando suelto una canción al viento, a la ventolera, tú te das cuenta que le llega a mucha gente que encuentra identidad a eso que tú estás contando. Mira tú, el mundo tan diverso y amplio, pero las historias son las mismas de amores y desamores, engaños y desengaños, festejos y alegrías, terminan siendo las mismas historias. Yo quiero darle voz de alguna manera a la gente que crea que los dolores hay que sacarlos para que duelan menos, a la gente que sea real. Yo soy una mujer muy real con mis defectos y mis virtudes, todo lo que escribo y compongo es de verdad y no estoy diciendo que haya gente mentirosa, pero no tengo esa capacidad de decir palabras que no siento, al contrario, a veces me quedo seca porque no quiero decir nada. En este momento tengo tantas ganas de hablar de esto, me emociono cada vez que encuentro gente que me dice que sienten lo que yo estoy diciendo.
Puedo decir que...“El río siempre lo llevo en mí, imagínate mi nivel de osadía”.
¿Y que no te falte la voz?
Que no me falte la voz. Esa canción puntualmente la escribí para los líderes sociales de este país, la escribí en el camerino de un conversatorio muy fuerte en el que participé, donde había un ex paramilitar fundador del Bloque Caribe de las autodefensas, estaba Pastor Alape (exguerrillero de las Farc), estaba el director del primer grupo que hubo de las Farc en el Caribe, que se fundó en la Sierra Nevada. Esas personas estaban hablando, conversando, pidiéndose perdón, contando sus historias familiares. Eso te hace soñar con una nueva historia, te hace soñar con que este país tiene futuro porque Colombia es desgastante y es fácil caer en la desesperanza con tanta noticia mala, pero como yo creo en la esperanza yo quería hacer esa canción para decirle a mucha gente que la peor censura que existe es la que uno mismo se hace. Cuando uno dice ‘yo mejor me callo, yo para qué digo’ esa es la peor censura. Necesitamos que mucha gente valiente use su voz para que en Colombia contemos una nueva historia.
¿Crees que sí se puede?
Por eso cuando la gente me dice que si vale la pena, incluso mi misma familia, yo insisto en decir que claro que vale la pena. Cómo no va a valer la pena dejarle un mundo mejor a Salomón (su hijo), a los hijos de Salomón, a sus nietos. Cómo no va a valer la pena de que este país viva y cuente otras anécdotas, otras historias, cómo no va a valer la pena. Claro que vale la pena usar la voz que uno tiene para darle amplificación a otras voces. Si hay algo cierto es que este país siempre ha escuchado las mismas voces, este país no ha escuchado voces diversas, siendo un país diverso. Yo siento que tenemos la posibilidad de darle voz a un montón de gente que antes no la tenía.
Cambiando de tema, si voy a La tienda del porro, tu restaurante en Bogotá, ¿qué tengo que pedir?
No vas a alcanzar a pedir todo lo que yo te puedo recomendar, pero tienes que pedir el mote de queso, que es nuestro plato insignia, además que es el primer plato de la vida que yo aprendí a cocinar, por ese plato yo amé la cocina, es el plato que mi mamá hace cuando yo llego a El Carito. También tienes que probar el bocachico, tienes que pedir una zarapa. La zarapa para nosotros es el fiambre, la manera como los campesinos llevaban su plato de comida al monte, la zarapa no es un plato, sino la manera. Hay una que tiene arroz de frijolito de cabecita negra, carne desmechada, berenjena, plátano, ají dulce. También tienes que pedir la zarapa de pollo que tiene pollo guisado en zumo de coco con arroz de lenteja, un poquito de berenjena y plátano sensación con ajíes encurtidos.
En últimas la cocina es memoria, es territorio…
Por eso yo te decía al principio de esta entrevista que para mí no hay diferencias entre la Adriana Lucía cantante o la mamá, es la misma vaina, la música y la cocina se parecen. Cuando la gente se va de su país o de su ciudad hay dos cosas que nunca deja: la música y la comida; uno siempre quiere escuchar sus cancioncitas y comerse sus platos predilectos. Además, así como nuestra música caribe cuenta una historia, la comida también lo hace. Cuando uno va al mercado de Lorica y ve ese montón de especias, igual que en Damasco u otras partes del mundo, uno dice —acá hay una historia que se está contando—. La cocina es memoria, es identidad, además es la manera de construir uno mismo su propia identidad.
“Yo me crié en una casa de puertas abiertas donde entraban y salían músicos todo el tiempo, donde había gente cambiándose las faldas, las polleras, donde estaban armando mazos de vela”.