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El efecto de los decibles totalmente desbordados de la mezcla disparatada de los diferentes sistemas de sonido hacía temblar los cristales, mientras un río humano bajaba y subía, iba y venía, o se detenía en la esquina, o se extasiaba al fragor de la champeta, el reguetón, el vallenato y la salsa que peleaban al unísono en una batalla por atraer la clientela.

Todo esto sucede en un pequeño sector que abarca las calles 104 y 105 en la afamada carrera 13 del barrio La Paz, donde la jungla de cemento vibra al calor del licor y otros aditamentos recreativos que llegan de la mano de la noche y al filo de la luna.

Justo al lado de la casa cural un grupo de 5 rumberos acomodados en el bordillo consumían cocaína sin pudor, a la vista de todos.

Este es el agite nocturno de todos los fines de semana que arranca los días jueves y muere los domingos por la madrugada, pero si llega a caer festivo, pica y se extiende, como reza el dicho popular.

Este sector ya es conocido como ‘la zona in’ del Suroccidente, caracterizado por riñas que terminan en lluvia de botellas, visaje de puñal, disparos y heridos, terrazas que amanecen bañadas en orines, vómitos, excremento, basura,vidrios rotos, desechos de empaques de droga, condones usados e intimidación por parte de los propietarios de los establecimiento de rumba.

Esta situación la vienen denunciando algunos vecinos que aseguran que cada día el sector se vuelve mucho más peligroso e insoportable.

Motos, carros que vienen y van, jovencitas emperifolladas, pequeños combos asegurando sus esquinas y el flujo del licor que se paseaba de mano en mano como amo y señor del territorio.

“Este es el vacile efectivo por aquí vale mía”, apuntó un esporádico bailarín de champeta, en medio del humo y de las ventas de chuzos, cigarros, agua, cerveza y refrescos, sosteniendo una botella de cerveza medio vacía en su mano.

José Alejandro Charris vive en la calle 104 con carrera 12F, prácticamente al lado del cinturón del ruido y el descontrol nocturno del barrio La Paz. Sus noches a partir del jueves son poco menos que un martirio, ya que conciliar el descanso y la paz perdida, es algo que ni en sus mejores sueños alcanza a lograr. Alejandro lucha desde hace años con una condición mental que reviste mucho cuidado, y el ruido y todo lo que tiene que soportar los fines de semana no han hecho más que exacerbar su trastorno bipolar afectivo.

“Lo que más afecta a las personas que padecen mi condición es la falta de sueño, ya se puede imaginar cómo me siento con este problema”.

Alejandro relata que han llamado al Damab, que se han levantado actas, se han realizado pactos, acuerdos, reuniones con las autoridades y todo continúa igual, aseguró desesperado.

El padre Cyrilo, líder espiritual y comunitario, asegura que “esto ya está fuera de todo control, nos hemos cansado de llamar a la Policía, al Damab, lo hemos intentado todo”.

Al sacerdote le preocupa, además del ruido que no deja descansar a los ancianos del Hogar San Camilo, los flagelos que trae consigo esta rumba descontrolada; “consumo y venta de drogas, prostitución, promiscuidad, peleas, violencia, ahí se ve de todo y frente a las narices de la ley”, afirmó.

Isabel Cervantes, una ama de casa que vive justo al lado del estadero La Arenosa, denunció amenazas contra su integridad. “A mí me han amenazado por estar denunciando esas sinvergüencerías, yo no vivo tranquila, no duermo, no puedo ver televisión, y esas peleas que se arman uno vive es expuesto todo el tiempo”, apuntó con un tono de desesperación en su voz, enfatizando que, “ el CAI está aquí mismo a media cuadra y pasan por aquí y no hacen nada”.

Para Humberto Mendoza, director del Damab, la tranquilidad y el orden ciudadano no es negociable desde ningún punto de vista, “en el sector se llevaron a cabo unos procesos que incluyeron mesas de trabajo con la comunidad, con los mismos propietarios de los establecimientos, con la Policía, donde se firmaron unas actas de compromiso y en vista del incumplimiento y la falta de voluntad que se observa, el Damab tomará medidas ejemplarizantes”, apuntó el funcionario.

La madrugada se despeinó en el barrio La Paz, que a duras penas de paz solo conserva el nombre.

Por Redacción Local