El Heraldo
Este es el aspecto general que presentan las viviendas de Pita. Humildes casas levantadas con materiales alternativos como el bahareque, la madera y la paja. Charlie Cordero
Barranquilla

La pobreza ahorca a Pita, que espera una reparación colectiva

Vereda de Repelón sufrió incursiones de las AUC, en 2000 y 2003. En 19 casas de bahareque, habitantes cuentan cómo sobreviven a la espera de auxilios prometidos.

Al lado de una vieja estatua de San Roque, erigida en el centro del caserío, se lee un mensaje escrito con brocha: “En este pueblo no queremos más la guerra, lo único que queremos es la paz”.

En ese mismo sitio, que sirve de parque del pueblo y no es más que un arenal con unas cuantas sillas plásticas cubiertas por un techo de paja, sostenido por palos secos, las 32 familias que allí habitaban hace 15 años vivieron dos de las historias de sangre y muerte producto del conflicto armado colombiano, el mismo que lleva más de 50 años azotando, principalmente, las zonas rurales del país.

Para llegar a Pita, localizado en un cerro en jurisdicción del corregimiento Las Tablas, Repelón, al sur del Atlántico, hay que transitar por una pendiente que parece eterna. El pedregoso camino de herradura, que solo puede superarse a lomo de bestia, en moto o en vehículos todo terreno, es una especie de montaña rusa polvorienta.

BARBARIE PARAMILITAR

En 2000 y 2003 esta vereda probó los filosos colmillos de la violencia.

Hoy, la población está conformada por 19 casas de paredes de bahareque, techo de paja y columnas de maderas viejas.

En los ojos de Ana María Romero  puede verse el dolor que la acompaña desde aquella madrugada del 31 de diciembre de 2000, cuando un grupo de hombres, fuertemente armados, atravesó la neblina nocturna que cubre los cerros para llevarles terror y dolor.

En pánico, la comunidad de campesinos abandonó a la carrera su terruño.

Romero cuenta que en la primera ocasión, cinco amigos, compañeros de infancia y de supervivencia en el cultivo de la tierra, fueron sacados de sus hogares en medio de la fresca madrugada, para ser asesinados a golpes. A sangre fría.

“Esa vez, la mañana nos cogió asustados y guardando lo poco que podíamos para salir corriendo y buscar dónde meternos”, dice.

En la primera masacre los que murieron fueron habitantes del caserío de Cieneguita, a pocos minutos de Pita. “Eran conocidos de la infancia. Perdimos cultivos, animales, chécheres, porque lo más importante era salvar la vida”, relata la mujer en medio de la visita que, el pasado jueves, realizaron funcionarios de la Unidad de Restitución de Tierras - Territorial Atlántico.

Ella, y varios de los labriegos que vivieron la mortal incursión armada, aseguran que a sus vecinos los asesinaron con golpes de ‘mona’ o mazos.

Las acciones fueron perpetradas, de acuerdo con la Unidad de Restitución, por paramilitares del Bloque Norte de las AUC, frente José Pablo Díaz, comandado por Édgar Ignacio Fierro, alias Don Antonio, la mano derecha del extraditado Rodrigo Tovar Pupo, o Jorge 40.

LIMITACIONES

Pita es una población cercada por la necesidad y los dolorosos recuerdos. Está acechada por la pobreza, los estragos de la prolongada sequía que afecta la fuente principal de sus ingresos: los cultivos de pan coger. No tienen gas, agua ni alcantarillado y el servicio de energía les llega de forma irregular. Las dificultades económicas que afectan a sus habitantes saltan a la vista.

Con una sola escuela rural de primaria, en la vereda viven 32 familias conformadas por 102 personas. En medio de las humildes casas que bordean el cerro hay una cancha de arena para jugar fútbol y una de baloncesto que se ha ido deteriorando, como le ha sucedido a la estatua de San Roque, patrono del caserío, testigo mudo del embate de la violencia.

El cara tapada, 30 de septiembre 2003

Eran las 11:30 de la mañana del 30 de septiembre de 2003  cuando reapareció la muerte vestida de camuflado militar, atavíos civiles y armada hasta los dientes.

“De repente se sintió fue la gritería mandando a que nos reuniéramos en el parque. Eran como 60 tipos con fusiles y escopetas ‘pajizas’. Empezaron a sacarnos de las casas. Mi papá estaba en la de su otra familia y acababa de venir de la ‘rosa’ (así llaman los campesinos a sus pequeños cultivos). Entre los tipos había uno con la cara tapada, con un pasamontañas: Era el que miraba a los hombres y decía con la cabeza sí y no”, recuerda, con gesto serio y casi rígido, Félix Caraballo, hijo de uno de los campesinos que ese día terminó muerto: Félix Antonio Caraballo Sánchez, de 44 años.

“Lo amarraron, lo tiraron boca abajo, lo pateaban y le gritaban vulgaridades. Le decían que era guerrillero. Yo lo miraba y él me hacía señas para que me quedara quieto y no fueran a cogerla conmigo. A mí se me salían las lágrimas, pero no podía hacer nada. A papa y a Daniel Montero se los llevaron. Dijeron que no nos preocupáramos, que los iban a devolver, pero los mataron. En la noche nos tocó recogerlos por lados de Cieneguita. Tenían unos perdigones, tiros de escopeta, en la espalda”, cuenta Félix, hoy  padre de familia de 30 años, que en esa época contaba con 18. El difunto Félix fue un campesino que cultivaba la tierra y tuvo 14 hijos, repartidos en dos familias que vivían ambas en Pita.

Daniel Montero era oriundo de Villa Nueva, Bolívar, y no residía en Pita, pero debido a sus cultivos era un habitual visitante del pueblo. También tenía una ‘rosa’ en el sector de Cieneguita.

Dos viudas y 14 hijos

“Félix Antonio tuvo 7 hijos conmigo y 7 con la otra señora que se fue vivir a Las Tablas con sus hijos después de que lo mataron. Su otra familia sé que recibió reparación ya, pero nosotros estamos esperando todavía. En ese tiempo me fui con mis hijos para Repelón y  volvimos a los 5 meses. Nos tocó volver con todo y miedo porque se nos acabó la platica. Ya no teníamos para dónde coger”, cuenta Mercedes Barrios Almeida. De acuerdo con la Unidad de Restitución de Tierras, Pita fue estigmatizada por las AUC debido a que la zona es un corredor estratégico que conecta con el departamento de Bolívar y a finales de los 90 el frente 37 de las Farc hacia presencia en el sector, lo que derivó en señalamientos a la población de “auxiliadores de la guerrilla”.  

El más veterano del pueblo

Esteban Otero tiene 81 años, nació y creció en Pita. Su apellido es el predominante en el pueblo, aunque muchos no hayan regresado después de los episodios de violencia. El veterano labriego es diabético y debido a ello perdió una de sus piernas. Con su hablar tranquilo, pausado,  recuerda que su padre fue de los primeros colonos que habitaron estas tierras, en una época tranquila y pacífica.

“Mis padres fueron de los fundadores. Mi papá era de Villa Nueva, Bolívar, y empezó a cultivar la tierra con un amigo de esta zona; con mi  madre, que era de Las Tablas, se juntó y en 1915, más o menos, se establecieron aquí. Después se vino gente de Arenal, de la misma Villa Nueva, porque estas tierras siempre fueron buenas para cultivar, frescas y tranquilas, hasta que empezó a venir esta gente que nos amedrentó y  mató a mi sobrino Félix”, dice el octogenario campesino.

De esa fecha nefasta recuerda los gritos de los paramilitares para que se reunieran en el parque y los señalamientos de “auxiliadores” de la subversión.

“Todavía me acuerdo de mi sobrino, que lo dejaron tirado por allá en Cieneguita. Eso después quedó desolado.  Hay gente que le da vuelta a la ‘rosa’, pero allá ya no vive es nadie. Yo me fui pa’ Barranquilla unos meses, pero me vine porque me quedé sin plata. Me devolví a trabajar la parcela, que es lo único que uno sabe hacer”, apunta Otero.

Sentado en una vieja silla, explica que el nombre del pueblo se debe a la “mata de fique”, de la que los labriegos sacaban lo que ellos llamaban bejuco, para fabricar la pita o cabuya que utilizaban en los amarres de las construcciones y otras actividades domésticas o en el campo.

Los que se quedaron en Pita le dieron la cara al miedo y hoy sueñan con un mejor futuro. Los que volvieron lo hicieron impulsados por la nostalgia y el anhelo de los buenos tiempos de paz y tranquilidad. Los que no han regresado continúan espantados por los recuerdos de la guerra y de la muerte.  Y aquellos a los que los violentos hicieron partir para siempre, esos que quedaron reducidos a sombras, olvido y malos recuerdos, se constituyen en otra de las muchas razones que tiene esta comunidad y el país entero, para encontrarle pronto una cura a la impiedad de la violencia que se ha constituido en el cáncer que consume al país hace más de 50 años.

Reparación colectiva e individual

Alfredo Palencia Molina, director territorial de la Unidad de Víctimas, explicó que en la actualidad la comunidad de Pita es sujeto de una  reparación colectiva. En el plan que ya está trazado y en marcha intervienen distintas entidades (Gobernación del Atlántico, Alcaldía de Repelón, la Unidad de Víctimas y el Gobierno Nacional).

“El plan ya fue aprobado por el Comité de Justicia Territorial de Repelón. La Unidad está trabajando en el proyecto de reactivación y conversión del pozo de agua para convertirlo en un mini acueducto. Estamos recopilando los documentos de cada una de las víctimas para identificar la población y la idea es proceder a una reparación individual, que puede ser de unos 12 millones por familia, dependiendo del núcleo familiar. Ya ellos están aportando los documentos y el próximo año estaremos entregando las indemnizaciones”, explicó.

La Gobernación del Atlántico anunció en enero de 2014 inversiones por $150 millones para la reparación de todas las áreas recreativas y otros $150 millones para la reparación de la planta física de la escuela. Hasta el momento estos anuncios no se han concretado.

Intervenciones de la Unidad de Restitución de Tierras en Atlántico

De acuerdo con Ella Cecilia del Castillo, directora Territorial del Atlántico de la Unidad de Restitución de Tierras, desde que la oficina  fue abierta en 2013 en Barranquilla, en el Departamento han ingresado 288 solicitudes de restitución. En Magdalena, competencia también de esta oficina, han presentado 1.818. En ese tiempo solo se han logrado dos sentencias efectivas de restitución en el departamento del Magdalena, lo que se traduce en dos restituciones de tierra para familias despojadas. Hasta el 23 de abril de este año no se había logrado que a nivel nacional el Atlántico fuera priorizado para trámites de restitución. El 26 de julio de este año le llegó el turno a Repelón, donde la oficina inició labores priorizando a la comunidad de Pita, que durante esta primera fase recibe atención administrativa. Aún no han realizado trabajos con la comunidad. “En la actualidad nuestra intervención está focalizada en realizar todo el trabajo de formalización de los predios de los residentes que no cuentan con los títulos de propiedad”, indicó del Castillo. De acuerdo con la funcionaria, luego vendría la etapa judicial o de representación de las víctimas ante los jueces de restitución, para que se haga efectivo el derecho de restitución y formalización de los predios. Este proceso culmina una vez un juez expida la sentencia que otorgue a las víctimas el derecho del predio. Luego iniciarán la fase final que comprende el acompañamiento en lo referente a proyectos productivos, alivio de pasivos o deudas con cargo al Banco Agrario, al que las víctimas se hacen beneficiarios una vez sea emitida la sentencia de restitución.

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