Al entrar al municipio de Piojó, ubicado en el departamento del Atlántico, los visitantes son recibidos por un paisaje de casas coloridas y una atmósfera marcada por la reactivación del turismo y la gastronomía local. Sin embargo, conforme se avanza hacia el corazón de la comunidad, el ambiente cambia. Las sonrisas de los habitantes, visibles al inicio del recorrido, se transforman en expresiones nostálgicas y melancólicas al llegar a las zonas afectadas por la emergencia invernal de hace dos años. El desastre, que impactó a cerca de 249 familias, dejó cicatrices profundas en este rincón del Caribe. Una de las historias que refleja este panorama es la de Mireya Alonso Jiménez, nacida y criada en este municipio. Su casa, destruida durante la emergencia, fue reconstruida gracias al esfuerzo colectivo de su familia. Ahora, cada tarde, Mireya se sienta en un banco que construyó frente a su hogar para observar a sus nietos jugar. Sin embargo, su mirada se pierde mientras reflexiona sobre las promesas incumplidas. El proceso de reasentamiento anunciado por el Gobierno, que podría brindarles estabilidad y tranquilidad a ella y a sus vecinos, sigue siendo un anhelo más que una realidad. “Hemos logrado mucho con nuestras manos, pero la tranquilidad completa depende de lo que nos prometieron”, comenta Mireya con voz pausada, dejando entrever la incertidumbre que pesa sobre quienes aún luchan por reconstruir no solo sus hogares, sino también sus vidas. En Piojó, las esperanzas de un futuro mejor conviven con los recuerdos de la adversidad, mostrando que, aunque las heridas físicas pueden sanar, las cicatrices emocionales y sociales aún tardarán en desaparecer.