Un rumor se escucha entre las sedientas calles del corregimiento de Arroyo Negro, ubicado en el municipio de Repelón. Dicen que en pocas horas llegará el carro tanque que envía cada tantos días la Gobernación del Atlántico para que distribuya agua potable. Sin ser confirmada la información, niños y adultos empiezan a salir de las casas con ‘pimpinas’ vacías en las manos.
Los pobladores del caserío saben que cada familia solo podrá llenar cuatro baldes de capacidad máxima de 20 litros, y que la inspectora del corregimiento se encargará de supervisar para que nadie 'haga trampa'.
La desesperación está retratada en el rostro de estas personas, quienes aseguran que llevan dos días sin recibir suministros de agua. 'El líquido que trae ese vehículo es gratis y lo usamos exclusivamente para nuestro consumo', afirma Zoraida Zamora.
En la entrada del corregimiento, a las afueras de la caseta del pueblo, se ubican varias personas a esperar el vehículo porque allí es donde realizará la primera de cuatro paradas. Mientras aseguran un puesto en la fila, todos ríen y conversan.
'Cuando llega el carro con el agua, se acaba la amistad. Empezamos a tirar codo entre nosotros porque nadie quiere irse con el tanque vacío', dice en tono indiferente Amanda Mercado, una de los 800 habitantes del corregimiento. Ella admite que, a su gente, la sed los une y el agua los divide.
Una tubería seca. Hace ocho años funcionó por última vez el acueducto en la zona. Sin embargo, los negreros -gentilicio con el que se conoce a los nativos de este pueblo- afirman no extrañar aquellos días porque 'el agua que llegaba era muy salada'. Desde entonces, ellos han optado por almacenar el líquido de las lluvias y aprovechar lo que pueden tomar de los jagüeyes que pertenecen a los finqueros del sector. Pero, últimamente, los pozos han estado secos y los cuerpos de agua tienen barro y poco líquido.

Un perro se resguarda bajo la sombra de una banca en la que toman asiento quienes esperan la llegada del carro tanque.
La inspectora de Arroyo Negro, Denis Mujica, explica que hace unas semanas fueron iniciadas las labores de recuperación de la infraestructura que otrora distribuyó el líquido al corregimiento, aunque gran parte de las tuberías las hallaron secas, fracturadas y con barro.
'La Gobernación ya está terminando las labores para reactivar el servicio. La alcaldía de Repelón está reparando los tubos y también será instalada una planta de tratamiento para mejorar la calidad del agua', señala Mujica.
Agrega que lo salobre del líquido ocurre porque es extraído de un manantial subterráneo que posee altas concentraciones salinas.
Al inicio de los trabajos, la gente se opuso a que fueran continuados, aduciendo que el suministro de aquella agua salada no sería la solución. No obstante, otros afirman que de ser instalada la planta de tratamiento, tal y como lo prometió el gobernador José Antonio Segebre, podría llegar el fin del Vía crucis de los negreros.
Entre yucas y piedras. La pobreza entra a Arroyo Negro a lomo de burro, camina con los pies descalzos y pasea entre viviendas que combinan paredes de cemento con otras de bahareque.
Los habitantes de este corregimiento, que queda a 45 minutos de Repelón, tienen como principal actividad económica la agricultura, apoyada en la siembra de yuca y ñame. Pero la sequía, que en estos últimos meses azota a la región y al país, ha afectado el suelo y la economía de los campesinos de la zona.
'Si cayera agua del cielo, tendríamos pasto. Pero como no hay ni del cielo ni de la tierra, aquí no hay nada', manifiesta Alejandro Mendoza, capataz de una finca del sector.
A raíz de esto, los jornaleros guiaron su atención hacia la extracción de unas piedras lisas y redondas que observaron en el seco cauce del arroyo Negro, que rodea al corregimiento que lleva el mismo nombre.

El agua es comercializada por dos mototaxistas, quienes la transportan desde Luruaco hasta el corregimiento.
La sed de los negreros, del suelo y de los animales ha sido atentida en los últimos meses con el poco dinero que han obtenido los campesinos a partir de la venta de dicho elemento rocoso.
'Ya por aquí se acabaron esas piedras, quedan muy pocas pero en zonas retiradas. Los hombres no saben qué hacer', comenta Amanda Mercado.
Joe García, biólogo de la Corporación Autónoma Regional -CRA-, apunta que este tipo de prácticas ponen en riesgo la erosión de la ladera del cauce.
'Estas piedras se encargan de controlar la fuerza de la corriente de las aguas, pero si no están, la velocidad del arroyo empezará a afectar las orillas y posiblemente se presentarán deslizamientos', advierte el biólogo.
'¿Y de qué vamos a vivir?, exclama Amanda, quien reconoce la afectación, pero defiende la labor de los campesinos.
‘Pimpinas’ en carretas. En los casi tres mil días que han transcurrido desde que llegó la última gota de agua a Arroyo Negro por el acueducto, sus habitantes no solo han recurrido al aprovechamiento de lo que cae del cielo y de lo que ofrecen los jagüeyes, pues la sequía le ha puesto un precio de 700 pesos a cada 20 litros de agua.
Luis Manotas y Javid Solano son habitantes del corregimiento que han adecuado a sus motocicletas una carreta en la parte trasera, sobre la que transportan al municipio de Luruaco las ‘pimpinas’ que les encargan para ser llenadas de agua y regresadas a Arroyo Negro.
'No todos tenemos para pagar. Por eso esperamos la llegada del carro tanque, pues este nos la brinda gratis', apunta Zoraida Zamora.
Está terminando el día, los que llegaron ansiosos desde la mañana a la espera del arribo del vehículo, regresaron a sus casas en el transcurso de la tarde. Hacia las 5 p.m. partió el último que esperaba ser el primero. El carro tanque no llegó y reportó que su regreso tardaría a lo sumo dos días más.
'Debe ir a otros caseríos que pasan por lo mismo que nosotros', explicó la inspectora al grupo reunido porque Arroyo Negro no es el único pueblo del Atlántico que lamenta su sed.