Vivir en hacinamiento en la cárcel Modelo ya es una costumbre para sus reclusos. Las ‘habitaciones comunitarias’ albergan hasta 14 internos, quienes distribuyen el poco espacio de cuartos y corredores para tirar sus colchonetas y colgar sus sábanas como hamacas.
En el 'palacio' del que habló el coronel Alejandro Murillo, subdirector del Inpec, hay barrotes oxidados, paredes olvidadas por la pintura y tendederos de ropa improvisados. Allí la privacidad es un baño sin puerta.
Entre los pasillos conviven exparamilitares, ladrones de barrio y vendedores de droga, entre otros. Un exrastrojo relata con indiferencia que 'nada más' ha matado a unas veinte personas en su vida.
El recuerdo del trágico incendio del pasado 27 de enero se respira en el olor a humo que está adherido a las paredes del pasillo siete. A razón de esto, gran parte de la población de internos pide que les tomen placas para descartar infecciones respiratorias.
Todos los residentes de dicho pasillo, recuerdan con nostalgia a los 17 compañeros que murieron por la conflagración y manifiestan que esperan el regreso de los que siguen heridos.
Entretanto, una decena de colchonetas son ingresadas por los guardianes al centro penitenciario. Lo único que se sabe es que fueron donadas, pero desconocen el nombre del benefactor.
'Pura colchoneta es lo que traen', reniega desde su ventana un recluso. '¡Oigan! La ropa y las sábanas también se nos quemaron', grita él.
Se corta por un medicamento. Juan Carlos no quiere mostrar su rostro, pero quiso que se diera a conocer lo que él hace cada vez que, según dice, le niegan los medicamentos que necesita para su tratamiento del colon. Este joven afirmó que se corta con frecuencia en la zona del antebrazo para exigir la entrega de las pastillas que requiere. 'Yo he querido hasta quitarme la vida', dice. Confiesa que más de 10 veces ha pasado la cuchilla por su piel.
'Te hablo desde el calabozo'. Pedro Luis lleva más de un año fuera de los patios y confinado, junto a otros 13 presos más, a vivir en un cuarto de seis por cinco metros, al que llaman calabozo. 'Mira mis tatuajes y tómales una foto', expresa emocionado el joven. La euforia con la que habla sorprende a cualquiera, a pesar de la situación que vive día a día. 'Ojalá nos mejoren a los presos las condiciones de vida', apunta Pedro Luis.
Escaleras. Juan Bautista Gutiérrez dice que está aquejado por un fuerte dolor en una de sus muelas, e insiste que necesita un odontólogo, pero que no le han atendido su petición. Al momento de la fotografía, estaba sentado en las escaleras que conducen a un pequeño cubículo en el que duerme. En su mano tiene un envase en el que recibirá su almuerzo. Confiesa que su problema molar le ha dificultado, incluso, la ingesta de alimentos.
Mirando más allá. Ante la dificultad que enfrentaron los reos para salir del sitio durante la conflagración del pasillo siete, estos arrancaron las rejas que custodiaban el cuarto. En los bordes de la estructura se evidencia la secuela del fuego que se extiende como una mancha negra que solo la pintura podrá ocultar. Con la mirada perdida en el horizonte, este interno se fuma un cigarrillo.
Recordando. Juan tiene el rostro lacerado por las quemaduras que sufrió durante el incendio del pasado 27 de enero. 'Mire cómo quedó todo esto', afirma. El joven recuerda que mientras estuvo cerca a los baños, buscó la manera de sacar agua para hacerle frente a las llamas. Sin embargo, explica que tuvo que salir corriendo, sin saber que detrás quedaban muchos compañeros que luego fueron encontrados carbonizados en el sitio en el que los vio por última vez.
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