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'Aquí no se habla de violencia'. La frase está encerrada en un círculo semejante a las señales de prevención de tránsito. Está elaborado a mano en una hoja de papel, con marcadores negro y rojo y está en una de las puertas de cristal que flanquean una sala de recibo cuya pared principal son cientos de libros: arquitectura, urbanismo, ciudades, historia, música, ecología.

En el apartamento de los Consuegra-Ariza, donde nadie es músico, es también común la parranda que ellos mismos organizan como protagonistas de su conjunto vallenato. Igual es común colocar mensajes en los rincones de su la casa. Como si un profesor escribiera sobre un tablero. Es sinónimo de la vocación académica que los rodea.

'Aquí no se habla de violencia', lo decretó Ignacio Consuegra Bolívar, el jefe del hogar tras llegar sano y salvo a casa luego de intensa y ansiosa búsqueda que hicieron autoridades, familiares, amigos y hasta desconocidos.

'Cuando hay solidaridad la vida es más llevadera, cuando hay solidaridad hay vida', dice Consuegra Bolívar, que tiene en su mano izquierda las huellas de la atención médica que le brindaron en el municipio de Tubará, donde apareció el viernes, un día inolvidable para el país, de la mano de la Selección Colombia.

'No vimos el inicio del partido porque a esa hora me atendian en la Clínica del Caribe pero puedo decir que para nosotros Colombia no perdió. Quedó empatada. El primer gol fue encontrarme con la familia, saber de tanta solidaridad, incluso de gente que no me conocía', de las autoridades, de los medios de comunicación, expresa el arquitecto restaurador.

Ante la avalancha de preguntas y de hipótesis sobre su desaparición— que ocurrió camino a la Universidad Simón Bolívar, donde se desempeña como vicerrector— Consuegra Bolívar decidió como respuesta a su suceso colocar el aviso.

'Como arquitecto tengo que opinar sobre mi ciudad pero sobre lo ocurrido quien tiene que hablar es la autoridad. Todo está bajo investigación'.

Ahora se protege los ojos con lentes para el sol porque sale al balcón, donde tiene sobre la mesa el libro El triunfo de las ciudades, de Edward Glaeser, que analiza cómo la creación de la urbe nos puede hacer más ricos, más inteligentes.

'El libro enseña que la ciudad donde vivimos y esto aplica para todo ciudadano del mundo, debe hacernos más felices. Y que ese debe ser un propósito común, que por ello debemos trabajar, es decir por la buena convivencia', dice con su habitual tono convincente.

¿Pero qué va a pasar con usted? No lo se, responde. 'Dependo de las investigaciones. A mí la gente me hace comparaciones con otros casos y eso no me gusta. Yo no hablo de violencia, nunca lo he hecho. Pero me da temor las crisis de las ciudades y esto no es nuevo siempre lo he dicho', dice el ex aspirante al concejo de Barranquilla por el Partido Verde, quien actualmente estudia un doctorado en gestión del patrimonio cultural en Granada, España, donde también es profesor.

El arquitecto Consuegra Bolívar, frente al mensaje que desde hace mucho tiempo enmarca la entrada de su apartamento,

Habla sobre su rumbo académico porque piensa que esa condición en el exterior le ha proporcionado otras costumbres. 'Uno puede ir a un cajero autómatico a la medianoche, entonces hay una dicotomía de ambientes y uno asimila y comienza a creer que está en el mismo lugar, a dar papaya. Pudo ser eso. Pero bueno la ciudad está como dando un mensaje que no puede uno puede tener esa amplitud para disfrutarla, para desenvolverse y poco a poco va uno como arrinconándose. Yo hace años fustigo el encerramiento de Buenavista hacia abajo, de todas esas casas es como el inicio de una nueva ciudad que no puede a nosotros porque yo soy un hombre de terraza, sin rejas. Reconozco que soy desprevenido, ingenuo porque me pongo a hablar con cualquiera por ahí y eso lo hago con costumbre. Hoy día la convivencia ha cambiado, es triste ver que ahora todo se resuelve a una respuesta a partir del armamentismo y yo nunca he pensado eso'.

Sobre si relaciona lo ocurrido con el incidente que tuvo un par de días antes con la denuncia que hizo sobre la poda de un árbol de mango que finalmente cortaron en El Prado, dice que no.'Para nada. Eso sería una respuesta de las autoridades. Yo no creo que la gente sea tan torpe de cometer algo tan evidente. Yo no relaciono nada en mi vida con la maldad'.

Acerca de su manera de ser y de su rutina diaria, sobre todo porque solía ir a la universidad en biocicleta, dijo que cree que tendrá que cambiar algunos hábitos. 'Eso es lo triste, que uno piensa que las cosas no van a ser nunca iguales. Yo ahora me asomé al balcón y vi dos motos y uno siente algo diferente. Ya uno no va a ser el mismo nunca, desprevenido. Es lo que digo, la ciudad se ha ido transformando y ha perdido la convivencia'.

Contó que durante las 41 horas que estuvo desaparecido, lo único que encontró para comer fueron mangos.

Señaló que si bien ha recibido improperios, no ha sufrido amenazas. Tampoco sabe si lo que le sucedió se desencadenó luego de un ataque con escopolamina. 'Los resultados de los examenes médico lo dirán. Salen en tres días'.

Se despide entregando una carta que hoy hará circular. En sus apartes dice: La vida nos ofrece oportunidades de múltiples matices. A mí, con todo este oscuro episodio que acabo de superar, parece que me hubiera hablado al oído, diciéndome: 'Afianzado en el designio de Dios, vas a tener una segunda oportunidad sobre la tierra'. Faltarían las palabras y los actos para agradecer el compromiso asumido por las autoridades y medios de comunicación'.