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Un hombre personifica a un animal salvaje en la comparsa Selva Africana. John Robledo
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Carnaval: El mundo al revés

¿Por qué disfrutamos violar las reglas en Carnaval? La máscara y la comedia, dos elementos que permiten la transgresión durante la fiesta.

Por: Carlos Julio Pájaro

Existen dos componentes esenciales del carnaval que muestran su clara semejanza con la fiesta agraria en la cual hunden sus raíces.

Primero, la máscara, que con todo y no ser creación exclusivamente griega, era un elemento básico en los ritos preteatrales de la fiesta agraria, y su uso teatral. La máscara confiere en Grecia la identificación forzosa con lo extraño y lo divino, obteniéndose el don de «ser otro» y de lograr poderes más allá de los limitados alcances humanos. La máscara pertenece originariamente al mundo de los muertos y las divinidades infernales, que característicamente son también, de modo corriente, divinidades agrarias de las que dependen la vegetación y la vida toda . De este modo, la mímesis constituye un elemento esencial de la fiesta agraria y pasa a serlo de la misma manera en el teatro y, en su prolongación, el carnaval.

Si por su carácter extático la fiesta agraria suprime el tiempo e identifica al individuo con todos los de su comunidad y a ésta con el todo cósmico, se deduce entonces que tienen cabida en ella todos los elementos miméticos y todas las interpretaciones miméticas posibles: el sacerdote, en virtud de la máscara, se transforma en Deméter durante su ritual evocativo de la divinidad; también, gracias a la máscara, al perder el individuo sus confines y limitaciones, los hombres pueden sentirse como mujeres o viceversa o bien como seres animales o semianimales (antigua encarnación de lo divino); en ciertos casos, la máscara simboliza el revestirse de elementos nuevos y no comunes necesarios para realizar el rito y, en otros, gestos y rasgos horribles, entre amenazadores y grotescos, normalmente destinados a alejar el mal (apotropaicos). Y todo esto llevado a la formidable amplitud de ceremonias miméticas —con o sin más- cara— que permite la combinación de Música, Canto y Danza, que es lo que las fuentes donde ha sido hallada la información aquí presentada identifican como mímesis, y que atraviesa por igual a la fiesta agraria, al teatro y al carnaval.

 

El segundo es la Comedia. Se puede asegurar sin temor a equivocarnos que el nacimiento de la comedia antigua tiene lugar en el seno de la fiesta agraria dado el paralelismo entre las dos, el cual se hace evidente en que la comedia normalmente comienza con una situación desesperada que impulsa al hombre a buscar su superación instaurando un «mundo mejor» —finalidad igualmente de los ritos agrarios—. Generalmente la polis está sumida en una guerra dolorosa, o sufre subyugada por los políticos corrompidos o por causa de la injusticia o por obra de poetas y filósofos decadentes. Es el marco de la comedia aristofánica, por ejemplo, que en general adopta una actitud crítica y, podría decirse, detractora de la realidad político-social contemporánea suya. La comedia hurga en los defectos y miserias de esa realidad y los expone a la opinión pública con desenfado, acompañada por el tolerado «todo decir» .

El héroe cómico es el responsable de poner fin a la realidad criticada. Dicho propósito es logrado mediante una serie de actos rituales como invocaciones e himnos a los dioses, luchas y cantos festivos de triunfo, expresados en forma ligera, agradable y a menudo ridícula. Hay recurso a lo fantástico, lo mágico, al engaño y a toda suerte de tramas. El resultado es siempre propiciatorio, benigno: la liberación, pero no sólo del héroe, sino de la comunidad. La salvación de la comunidad que se busca a lo largo de la acción dramática, cuando se logra, es simbolizada por el estado feliz de reconciliación y armonía que se muestra al final, y que en ocasiones es simbolizado por el mundo de la fiesta dionisíaca, con todo su libertinaje y excesos orgiásticos, derivados del ritual agrario. Además, en la comedia, la imagen de la felicidad está construida sobre la posibilidad de lo prohibido y por la proclamación de los valores pacíficos y comunitarios, la evitación de cualquier pugnacidad, como corresponde al espíritu de comunión característico de toda práctica ritual colectiva.

La comedia y el carnaval comparten un ambiente de permisividad que se encuentra atravesado por las mismas claves: un mundo puesto al revés en que se rompen las importunas prescripciones de la moral y la decencia, licencia sexual, sátira, travestismo, falta de respeto por lo que ordinaria- mente es sagrado (sermones entre burlas, ridiculización de ceremonias sagradas, etc.), excesos en la comida y en las bebidas y, como puede muy bien ser apreciado, toda la documentación sobre carnaval abunda en detalles en torno al universo de prodigalidad y despilfarro, caos y crítica que le pertenece en propiedad a este certamen, igual al del transcurso de la acción dramática de los cómicos, convertido en su paraíso también intemporal.

La risa y el carnaval

Ahora bien, tanto en la sacra orgía de la fiesta dionisíaca, en la trama jocosa de la comedia, así como en el extravío carnavalesco, hay un elemento esencial común, convencionalmente definido como el estímulo que provoca la risa: lo cómico. El humano es el único animal que ríe, y la risa, como todo lo lúdico, carece de propósito extraño a ella misma, pero necesariamente debe ser motivada por algo externo. El clima de disipación y alegría que envuelve a estos tres acontecimientos, y que constituye la apoteosis de la risa, es motivado por el predominio de la parresia en tono bromista y falto de seriedad, lo cual configura la comicidad que le es inherente. El cómico y su público se encuentran unidos como formando una cadena, dada la necesidad de ambos de la gratificación producida por la presencia de un mecanismo liberador. «El chiste, la ocurrencia cómica, el rasgo de ingenio —dice Luis Gil—, presuponen la creación intelectual de un mensaje con esa posibilidad de doble intelección y su simultáneo desciframiento por parte del receptor en un acto recreativo de la misma índole. La captación de lo transmitido en el doble plano de referencia, si emisor y receptor operan con un mismo código, se efectúa inmediata- mente, y la señal de que se ha interpretado correctamente el mensaje es la risa, en la que se descarga la tensión de la expectación, liberada al efectuarse la transferencia de una línea de pensamiento de un contexto al otro.» Adicionalmente, dado que fiesta agraria, comedia y carnaval, son realizaciones colectivas, en ellas la risa exhibe su naturaleza social de carácter expansivo y contagioso; la risa es «risa de grupo» y lo cómico es también un hecho social. Así podemos considerar que la risa y lo cómico constituyen una unidad de elementos que, dentro del fenómeno discutido, posee una función generadora de comunión. Pero, ¿qué es propiamente lo cómico asociado al carnaval?

Existen numerosas teorías sobre la naturaleza del carnaval, pero difícilmente alguna podría prescindir de hacer consideraciones sobre lo cómico y la risa que van asociados a la inmoderada trifulca y al bullicio formidable en que transcurre. La ya madura tradición de análisis semióticos ha contribuido a la comprensión de los rituales carnestoléndicos, presentando, entre sus diversas cuestiones, una interesante manera de tematización de la comicidad. Es el caso de Umberto Eco, quien, en su ensayo Los marcos de la «libertad» cómica, trata de aclarar una definición de car- naval mediante una conceptualización bien delimitada de lo cómico.

Según Eco, el efecto cómico se obtiene cuando es violada una regla, preferiblemente de etiqueta. Esta violación es normalmente cometida por alguien con quien no simpatizamos, porque es un personaje innoble, inferior y repulsivo (animalesco), factor que nos hace sentir superiores a su mala conducta y a su pena por haber transgredido la regla. Si bien reconocemos que ha sido rota una regla, el hecho no nos preocupa y, por el contra- rio, damos la bienvenida a la violación y reconocemos que el personaje cómico ha tomado desquite por nosotros al desafiar el poderío represivo de la regla. Nuestro disfrute por la violación de la regla se suma al placer que nos proporciona la desgracia de un individuo animalesco y, al mismo tiempo, nos es indiferente la defensa de la regla, así como no compadecemos a un ser tan inferior.

Esta definición de lo cómico la transporta Umberto Eco al concepto de carnaval, pues, ¿bajo qué circunstancias dejan de preocuparnos las reglas, básicamente cuando estas se encuentran anudadas al control moral? Cuando el mundo ha sido puesto al revés: es el momento en que «los tontos son coronados» y somos efectivamente «libres», sobre todo porque nos emancipamos de la existencia de reglas. La máscara de carnaval es la garantía del «tránsito sin riesgos» —si se nos permite— gracias al cual podemos cometer cualquier pecado y permanecer inocentes. Todos podemos comportarnos cómicamente, como los personajes animalescos de la comedia. El carnaval es el teatro natural en que animales y seres animalescos toman el poder y se convierten en los dirigentes. En el carnaval hasta los reyes se comportan como el pueblo.

La conducta cómica —censurable y vituperable en tiempos no carnestoléndicos—, el mundo vuelto al revés, pasan a ser la norma. Se sucede una total «inversión de los opuestos», que es la situación auténtica de carnaval. Los individuos normalmente considerados inferiores despliegan ritos acompañados de una conducta gestual y verbal vulgar, y es el momento de tratar a sus superiores, los cuales pueden ser las personas respetables de la sociedad, burlonamente ridiculizándolos y provocándolos con obscenidades.

Pero un «buen» carnaval sólo es posible si el transgresor viola la regla mediante comportamientos absolutamente prohibidos, siendo el transgresor plenamente consciente de la prohibición, y respetuoso de ella en la vida no carnavalesca; además, ésta debe ser una transgresión autorizada (recuérdese la licencia y permisividad otorgada por los individuos que fungen de «reyes» y «reinas» a la lectura del «bando» con el cual comienza el desorden del carnaval). El carnaval debe ser también muy breve, en comparación con la vida ordinaria de observancia de reglas, y debe permitirse una sola vez al año, pues una carnavalización total de la vida es el anti-carnaval: la transgresión y la conducta libertina se volverían normas, y dejarían de estar al borde de lo socialmente aceptado.

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