
Reflexión para un 12 de octubre
Más que establecer una verdad histórica sobre lo ocurrido con la llegada de Cristóbal Colón y sus consecuencias (tarea que no debe abandonarse), el reto hoy es combatir las brechas sociales que aún separan a los herederos de aquella historia común.
Se celebra hoy, como cada año en esta fecha, el Día de la Raza, que recuerda el momento en que una flota de tres naves capitaneadas por Cristóbal Colón y financiadas por la Corona española llegaron a estas tierras que hoy llamamos América.
Aquel acontecimiento, del que no eran plenamente conscientes los recién llegados –creían haber llegado a India por otro lado–, cambió por completo el rumbo de la historia. No solo desencadenó una convulsión en el territorio ‘descubierto’, donde se asentaban diversas civilizaciones nativas, algunas de elevado grado de desarrollo. También sacudió los cimientos de la vieja Europa, cuyo destino quedó atado desde entonces a un continente que les abrió las posibilidades de expansión y explotación en momentos en que se les cerraban otras rutas comerciales.
Prácticamente desde el arribo de los españoles, algunas mentes lúcidas debatieron la legitimidad de la empresa conquistadora. Caso notable es el del fraile dominico Francisco de Vitoria, considerado el padre del derecho internacional moderno, que osó en 1530, en pleno apogeo de la conquista, cuestionar los métodos de la ocupación.
Pese a todo, durante siglos prevaleció en los textos académicos la versión histórica de los vencedores europeos. Hasta que, en 1959, coincidiendo con el surgimiento del movimiento indigenista, el historiador mexicano Miguel León-Portilla publicó Visión de los vencidos, donde recoge escritos indígenas posteriores a la caída de Tenochtitlán.
El debate sobre el 12 de octubre y sus consecuencias sigue abierto. ¿Qué fue aquello? ¿Un genocidio perpetrado por unos europeos vesánicos contra unas pacíficas culturas indígenas? ¿Un episodio más de barbarie como los que han jalonado la historia de la humanidad, entre los que se incluirían los crímenes que cometían unos pueblos indígenas contra otros antes de la llegada de los españoles? ¿Una empresa civilizadora que tuvo inevitables, y terribles, ‘daños colaterales’?
El propio nombre de la fiesta ha sido cambiado en diversos países al vaivén de sus momentos históricos. En España se llama Día de la Hispanidad. En Argentina se denomina Día del Respeto a la Diversidad Cultural. En Bolivia, Día de la Descolonización. En Venezuela y Nicaragua, Día de la Resistencia Indígena...
En los últimos tiempos se ha ido imponiendo, con el impulso de historiadores y diplomáticos conciliadores, el concepto eufemístico de “encuentro entre dos mundos” para describir lo sucedido aquel remoto 12 de octubre de 1492 y sus consecuencias. Dos mundos que de inmediato fueron tres, con la llegada de esclavos africanos. Y que, con el paso del tiempo, derivaron en un aluvión racial, cultural y étnico que transformó para siempre estas tierras.
El gran reto hoy, más que establecer la verdad histórica de lo ocurrido (tarea que no debe abandonarse), es combatir las brechas sociales que, lastimosamente, siguen separando a los herederos de esa historia común.
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