
Playas paradisíacas y seguridad sanitaria en los mágicos cayos cubanos
Las playas del archipiélago Jardines del Rey, así como de los cayos Coco y Guillermo, se han convertido en la alternativa de cientos de viajeros.
A simple vista cuesta creer que estamos en 2020: varias personas toman el sol sobre la arena, otros ríen coctel en mano y una pareja camina abrazada cerca del agua. Todos con el rostro descubierto, olvidando por unos días que fuera todavía azota una pandemia.
La única pista de que la covid-19 es aún una realidad son las mascarillas de uso obligatorio para el personal de los hoteles cubanos, regidos por un protocolo que incluye tomas de temperatura y desinfección de manos y pies a la entrada, que los empleados hacen cumplir amablemente, pero sin excepciones.
Sol radiante en pleno invierno, playas paradisíacas y seguridad sanitaria son las bondades con las que Cuba quiere atraer a un turismo extranjero cada vez más necesario para reflotar su maltrecha economía, ahora aún más golpeada por la pandemia.

El archipiélago Jardines del Rey, conjunto de islotes en el norte del país con unos 25 hoteles, estuvo entre los primeros en recibir extranjeros tras el cierre de fronteras por el coronavirus y es el único que todavía se mantiene casi “desconectado” de la isla grande. Así seguirá hasta que Ciego de Ávila, la provincia a la que pertenecen los cayos Coco y Guillermo, cumpla los indicadores sanitarios que le permitan entrar en la “nueva normalidad” activa en la gran mayoría del país desde el pasado 12 de octubre y que incluye la puesta en marcha completa de actividades y servicios.

El turismo es la segunda fuente oficial de ingresos de Cuba, por detrás de la venta de servicios profesionales al exterior. Antes de la pandemia contribuía en un 10 % al producto interior bruto (PIB) del país y generaba aproximadamente medio millón de empleos. Para este 2020, Cuba aspiraba a recibir 4,5 millones de turistas, pero ocho meses de cierre de fronteras hacen imposible esa meta.