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Vengal, el hombre que venció las dificultades

Considerado el mejor basquetbolista de nuestro Departamento, es hoy un reconocido ingeniero civil

El día que Carlos Segundo Vengal Pérez apareció por el estadio de baloncesto Suri Salcedo, en su rostro se le dibujaba el virus de la pobreza extrema. Aún así, su imagen era la de un gladiador: alto, de brazos largos, y espalda ancha. Venía acompañado de Antonio Barrios, su profesor de Educación Física, que lo llevaba esa tarde agraciada donde Antonio Baraque, entrenador de la selección Atlántico en esos días de los años setenta.

Sin proponérselo, desde esa fecha para él inolvidable, cuando el técnico Baraque le dijo que ‘si tocaba el aro de la canasta, lo aceptaba en la selección’, los días aciagos, rodeados de necesidades quedarían atrás.

Mucho tiempo después, en un amplio reportaje que le hiciera el fallecido periodista Carlos Lajud Catalán, Baraque, apodado el Mandrake del baloncesto, por sus genialidades en la raya, diría: “desde que lo vi, sabía que estaba en presencia de un diamante en bruto”.

No se equivocó, pues este hombre que venció la adversidad, se convirtió con el pasar de los años en el mejor basquetbolista que ha tenido este departamento. Las estadísticas lo respaldaron: 30 puntos por partido, dominador absoluto de los tableros, y un liderazgo a toda prueba, lo convirtieron siempre en un ganador.

Oriundo de Riofrío, población abanderada en el cultivo del banano, y célebre por el río que lleva el mismo nombre, cuyas aguas siempre heladas por venir de la Sierra Nevada, lo convirtieron en el sitio predilecto para desenguayabar. Heredó de su abuelo Cristian Vengal, un mulato de Curazao, que dirigía la Federación de Trabajadores del Ferrocarril en la época de las bananeras, la templanza y el liderazgo que lo ayudaron a vencer la fatalidad que lo persiguió desde pequeño.

Sus estudios primarios y secundarios realizados en Ciénaga, Santa Marta, Fusagasugá, y luego Barranquilla, dan muestra de las andanzas de trotamundos que tuvo que sortear para culminar sus estudios. A pesar de ese recorrido en manos de la escasez, siempre tuvo presente que sin preparación académica su vida continuaría por el sendero de espinas. Culminó esta etapa de formación integral, con el pergamino que ostenta con orgullo y que marcaría su destino, convirtiéndose en el primer bachiller Coltejer de su promoción en el colegio Barranquilla.

INFANCIA EN REBOLO. El hambre y la necesidad fueron siempre el plato principal para él y sus hermanos. Ya siendo jugador de baloncesto de la selección, me dice en esta entrevista: “me fueron a buscar a esa casita destartalada, cuyo piso era de arena, y dormíamos en el suelo sobre un colchón viejo. Tú, que estabas ahí, seguro no dijiste nada, pero todavía existe otro detalle que te lo digo hoy —entonces, como exprimiendo el corazón para sacar el tiempo ido, continúa diciendo— “en esa casa donde vivíamos mis hermanos y yo, no tenía baño, ni inodoro”.

Me quedé callado, pues consideré que con eso me había dicho todo. La ausencia de sus seres queridos en menos de seis meses, como fue la muerte de su padre, Carlos Vengal Llanes, de su madre Aura Pérez Bueno, y de su hermano menor José Antonio, acrecentaron las vicisitudes de una familia que quedaba completamente sola y desamparada. Entonces, me recuerda al célebre camión.

“Ustedes me mamaban gallo, pero con ese viejo aparato me ganaba la vida para darle de comer a mis hermanos”. Sin dejar de hablar, gesticulando, quitándole las telarañas al pasado me dice sin temor a equivocarse, “sobrevivimos merced a la bondad de la gente del barrio Rebolo que compartía con nosotros el pan”.

APARECE TITO CRISSIEN. Desde el primer instante que Antonio Baraque lo recibió en la selección, demostró que el camino del triunfo le esperaba. Su primera salida con un seleccionado lo hizo con la Universidad del Atlántico, un quinteto poderoso conformado por jugadores de valía como, Helí Pereira, Joaquín Arias, Rafael Amador, entre otros. Se ganó el trofeo del mejor rebotero, comenzaba a descollar como genio y figura del área de los tres segundos. Esa época dorada del baloncesto del Atlántico estuvo respaldada por dirigentes que se convirtieron en mecenas, tales como Tito Crissien, y el ya fallecido doctor Rafael Bustillo García. Junto con Baraque, conformaron un triunvirato que engrandeció este deporte en el país.

El nombre de Carlos Vengal ya corría por las avenidas de este deporte y fue cuando Crissien lo saca de esa casa colmada de necesidades y se lo lleva a un apartamento de su propiedad cerca del estadio de baloncesto. Le ofrece beca para estudiar en la CUC, trabajo para él y su hermana. La nube negra que lo había acompañado, comenzaba a desvanecerse.

Ya era el ídolo de la afición de esa época cuando el básquet era fuerte en nuestro departamento. Titular indiscutible, fue dejando su huella imborrable en los coliseos del país. Jugaba con lo justo, sabía que había llegado tarde al baloncesto, por eso se limitó a realizar lo que siempre hizo a la perfección, dominar los tableros, y moverse debajo de ellos con precisión.

Eso le bastó para ser considerado el mejor ‘poste’ que tuvo el país. Su fortaleza para levantarse y encestar, o tomar el rebote, lo convirtieron en indispensable, y fuera de serie. No me causó asombro cuando me dijo que su fuerza había nacido de la necesidad.

EL ingeniero. Supo desde un principio, que el básquet lo usaría como trampolín para saltar la barrera de los infortunios. Supo también que la oportunidad de estudiar no la desaprovecharía jamás. La ilusión de haber estudiado medicina había quedado atrás.

La beca ofrecida en la CUC lo convirtió en un ingeniero civil. Estando en cuarto año, aún sin graduarse, demostró que estaba destinado para convertirse en un hombre importante en el campo de la ingeniería. Había triunfado como deportista, ahora lo quería hacer como profesional. Su profesor, Jorge García Herrera se lo pronosticó encomendándole la tarea de realizar trabajos de calculista en proyectos de construcción. Comienza a soñar con los números, a conocer el mundo de la ingeniería, para convertirse en lo que es hoy, un ingeniero de reconocida trayectoria en el país.

Para llegar donde está hoy, tuvo que pasar mucha agua por debajo del puente, comenzó de abajo, sin perder nunca el norte, por eso se ha conservado siempre como ha sido, amigo de los amigos, sin olvidar aquellos que una vez le tendieron la mano. En esa lista interminable está Nicolás Güette, quien le dio el primer trabajo y Antonio Domínguez, quien le dio la mano cuando apenas se iniciaba en estas lides. Fue en esa importante empresa donde comenzó a untarse de los grandes proyectos.

LA FOTO DE SU OFICINA

La foto colgada en la pared, lo dice todo. En su despacho, que sigue siendo el mismo desde cuando firmó el primer contrato, colgado en la pared, está el cuadro con la foto en mención. Es una estampa donde resalta los atributos técnicos que tuvo este gigante cuando vistió los colores de nuestro departamento. Rodeado de dos defensas, donde uno de ellos aparece en el aire desbalanceado, cayéndose, el otro, aturdido, esperando la reacción del atacante, se ve a Carlos con posesión de la pelota, el cuerpo debidamente inclinado y sostenido por los dos pilares que son sus piernas, la pelota protegida con su cuerpo, y la mirada concentrada en el entorno, esperando el instante para levantarse y encestar. Cuando vi la foto, perfecta por sus atributos técnicos, consideré que era la mejor manera para demostrar porqué fue el mejor. Una historia quizás irrepetible, de un hombre que jugando baloncesto superó a la adversidad, por eso, sin dudarlo un instante, me dice que todo lo que es se lo debe a ese deporte.

Por José Deyongh Salzedo        

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