El Heraldo
El desierto de Sonora que se extiende por Estados Unidos y México es calificado como una fosa común con miles de desaparecidos. Fotos ilustración tomada de San Diego Union y Tribuna de San Luis.
Colombia

La odisea de una familia colombo-venezolana que cruzó a EE. UU.

Esta es la historia de un joven quien, en su afán por alcanzar una vida mejor, cruzó en compañía de su familia la frontera por el desierto de Sonora, valiéndose de la guía de ‘coyotes’.

Sobre la arena, las huellas advierten de la presencia de vida salvaje. De solemne belleza y climas extremos, el desierto de Sonora se ha convertido en la tumba de miles de migrantes cuyos restos óseos están esparcidos por este vasto territorio.

Es también el lugar donde José, un joven colombo-venezolano, quien pidió no revelar su verdadera identidad, emprendió la peligrosa travesía en busca del sueño americano en compañía de su esposa, su hijo de 4 años, tres hermanas, tres sobrinos menores de edad, y un cuñado, el pasado 28 de febrero.

Habían llegado una semana antes a Cancún como turistas con un itinerario para supuestamente pasar unas vacaciones familiares en esta ciudad; y en efecto, así fue.

Partieron desde Bogotá, ciudad en la que estaban radicados, con un paquete turístico de siete días en esta paradisíaca isla por el que cada uno gastó alrededor de 4 mil dólares. Finalizada su estancia, el paso siguiente era viajar por avión a Ciudad de México y luego a Hermosillo, capital del estado de Sonora, para posteriormente cruzar la frontera  valiéndose de la guía de traficantes de migrantes conocidos como ‘coyotes’.

Al llegar a Cancún fue que pude tener comunicación con los coyotes; ellos no querían hablar con nosotros desde Bogotá. 

El lucrativo negocio del tráfico de migrantes

“Fue un viaje a ciegas porque la condición de los ‘coyotes’ era que solo podíamos establecer contacto directo con ellos en México y no desde Bogotá. De hecho, desde Colombia fue difícil conseguir a esa gente porque trabajan muy bajo perfil y nadie habla de eso. Un conocido nos ayudó a hacer el enlace y al llegar a Cancún fue que pude tener comunicación con ellos; fue una conversación corta. Nunca te dan nombre, ni ubicación exacta”, contó el joven de 31 años e ingeniero de profesión.

Sin embargo, la odisea de la familia comenzó justo al llegar al aeropuerto de Cancún para abordar el avión con destino a Ciudad de México. “Allí fue nuestra primera retención por parte de la policía mexicana. “Sabemos a dónde vas y lo que vas a hacer. Tienes que pagar; si aún no tienes ‘coyote’, no te preocupes. Nosotros te lo buscamos”, le dijo a José uno de los agentes de la Policía.

"Nos metieron a una oficina y en ningún momento nos pidieron mostrar nuestros documentos de identidad. Sencillamente fueron al grano y ya”, relató.

En esa primera retención asegura que tuvieron que pagar a los policías 250 dólares en efectivo. Al principio me negué porque era una detención ilegal. Pero funcionarios de migración eran cómplices de estos policías y no había absolutamente nada que hacer. O pagaba o sencillamente perdía el vuelo a Ciudad de México. Y pues, tras dos horas de retención, tuve que pagar”, añadió.

Tras llegar a la capital de México, su siguiente destino era Hermosillo. Pero nuevamente la Policía los retuvo dos horas, junto con otras personas. Fue exactamente la misma historia. “Sabemos a dónde vas y lo que vas a hacer. Tienes que pagar”. A punto de perder el siguiente bus al pueblo donde debían llegar, José y su familia pagaron esta vez 300 dólares para poder seguir su camino.

Si el extranjero es venezolano, colombiano o ecuatoriano, ellos aprovechan.
En cada recodo del camino hay ropa desgarrada, calzados rotos, latas de comida, cantimploras y otros objetos personales que contienen las historias de cada migrante cuyas pisadas han recorrido este árido sendero. Foto ilustración

“Si el extranjero es venezolano, colombiano o ecuatoriano, ellos (la Policía) aprovechan”, asegura el joven.

Tras un viaje de 9 horas en bus, finalmente llegaron a Sonora a las 4:00 a.m. Allí los esperaba un hombre. “Nos llevó a una casa; era un ‘town house’. Solo estábamos nosotros y nadie nos vigilaba”.

El sujeto, un trabajador del ‘coyote’, les ofreció la comida que estaba en la nevera. “Nos dijo que podíamos tomar lo que quisiéramos. Podíamos salir de la casa si queríamos, pero la advertencia fue que no se hacían responsables si la policía nos agarraba. Tuvimos un trato privilegiado por ser referidos por una persona cercana al traficante”, relató.

“Supimos después que en otra vivienda, del mismo traficante, había hasta 80 personas que también esperaban para cruzar la frontera. A ellos no los dejaban salir y aunque pagaban por la alimentación, muchos tenían hasta dos días sin comer nada porque la comida no alcanzaba”.

Decidimos quemar nuestros pasaportes y cédulas colombianas y cruzar la frontera con la documentación venezolana.
El trayecto por este desierto es uno de los más calurosos y grandes del mundo. Foto ilustración

En la vivienda, el personal al mando del ‘coyote’ les pidió el pago pactado para alcanzar suelo estadounidense: 1.500 dólares por cada uno. Luego del recibir dinero, uno de los hombres les retuvo sus celulares.  “Una parte la pagué en dólares en efectivo, otra parte fue en oro, y otra a través de una transferencia desde una cuenta bancaria de Estados Unidos”, añadió.

Ese mismo día, José y su familia decidieron quemar sus pasaportes y cédulas colombianas, con los que habían ingresado a suelo mexicano, y cruzar la frontera a EE. UU. con la documentación venezolana. La mañana siguiente fueron trasladados a otra casa; era una vivienda rural a pocos kilómetros del muro. Allí la familia permaneció solo 6 horas.

Al margen del peligro

“A las 12:00 a.m. nos recogieron en una camioneta junto a 9 personas más que habían completado el pago; había ecuatorianos, colombianos, venezolanos y cubanos.  Luego, ellos esperaron una hora exacta para mover a la gente. Cada coyote tiene una hora específica para poder transitar por esta zona. Eran dos hombres con pasamontañas y portaban armas. Nunca se dejaron ver el rostro”, contó José.

En medio de la oscuridad fueron dejados en un punto del desierto donde recibieron indicaciones para completar el recorrido a pie y sin la compañía de los traficantes. “Nos dijeron que debíamos caminar media hora hasta llegar al muro”.

“Caminen por el borde para que el dron o las cámaras los vean, son cámaras infrarrojas y tienen 200 metros de alcance”, dijeron los hombres, quienes además recomendaron no llevar más nada aparte de lo que tenían puesto.

Sentí el miedo es estar del otro lado, solo, y sin saber qué hacer y para dónde ir.
Decenas de migrantes tratan de cruzar cada día hacia Arizona por el desierto. Foto ilustración

“Sentimos muchos nervios por estar con esas personas armadas; no sabes lo que le harán a tu familia. Luego de eso, el miedo es estar del otro lado, solo, y sin saber qué hacer y para dónde ir.  Nunca en mi vida había sentido tantas cosas como en esa noche”, expresó

De ese árido camino, José recuerda no solo los cactus que hirieron sus pies durante el recorrido sino un sinnúmero de objetos personales que contienen las historias de cada migrante cuyas pisadas han recorrido este sendero.  “Recuerdo que caminamos bajo completa oscuridad y el frío era increíble. En el grupo había un joven de Ecuador que viajaba con dos bebés y su esposa. Ya habían intentado cruzar una vez y los devolvieron. Esa madrugada su esposa se desmayó y me tocó cargarla, mientras él tenía a sus hijos. No habían comido nada, ni tomado agua durante ese día”, señaló.

Alrededor de las 2:00 de la madrugada, una Patrulla Fronteriza estadounidense los abordó. “Stop, stop”, gritó un oficial al tiempo que alumbraba sus rostros y los apuntaba con su arma.

“Nos preguntó si estábamos armados; también si nos conocíamos. Minutos después llegaron 15 oficiales más, quienes nos mandaron a desvestir y nos requisaron. Cuando la policía de frontera nos aborda lo hace como si fuéramos unos criminales. Esa noche lo que teníamos para el frío no los quitaron”, agregó el joven.

Posteriormente fueron trasladados a un centro de detención de migrantes en Tucson, Arizona y cuatro días después fueron llevados a Texas donde estuvieron retenidos cuatro días más. “Es impresionante ver la cantidad de personas que cada día llegan. Todas las mañanas al levantarme eran 40 caras diferentes que veía, la mayoría para ser deportados. Durante ese tiempo no pude tener contacto con mi familia. Solo los vi algunos días cuando limpiaban las celdas y nos soltaban en un patio. Sin embargo, no podía acercarme a ellos”.

El asilo, su única opción

Tras ocho días de incertidumbre, José y su familia fueron liberados bajo juramento. “Los primeros días me sentí muy raro porque después de vivir esa experiencia y estar nuevamente en libertad es algo que deja a uno como en pausa”, relató.

El pasado 1° de septiembre, José y su familia tuvieron su primera cita en la Corte de Inmigración en Cleveland, Ohio. Su petición de asilo fue negada.

“Nos leyeron los cargos de los que se nos acusa y nos dijeron que aún no somos elegibles para asilo. Ahora estamos a la espera de nuestra segunda cita el próximo 19 de noviembre para saber qué pasará”, contó.

Afirma que de no ser elegible para asilo, su única opción es el amparo del Estatus de Protección Temporal, un permiso migratorio anunciado el pasado 8 de marzo por el presidente Joe Biden, que le permite trabajar y residir legalmente a unos 320.000 venezolanos que se encontraban en EE. UU. para esa fecha.

“Dos días antes de salir del centro de detención, fue anunciado el Estatus de Protección Temporal  y ya aplicamos. Esperamos que no los aprueben”.

Actualmente José, quien trabaja como electricista, reside con su familia en Cincinnati, Ohio. “Comencé a trabajar de forma irregular y aquí estoy enfrentando nuevos retos, fuera de mi zona de confort.  Mi sueño siempre fue llegar a este país; no era de esta manera pero así se dieron las cosas. También sueño con regresar a mi tierra algún día”.

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