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A Andrés Salcedo lo conocí hace más de 35 años cuando la programación de televisión era bastante limitada, no solo por contar con apenas dos canales y un horario reducido sino por el contenido del mismo.

Allí, la gran mayoría de mi generación, escuchamos su magnífica voz como conductor de Telematch, un programa de entretenimiento alemán producido por la empresa Transtel.

Poseedor de una extraordinaria dicción, creatividad, elegancia en el relato y respeto al idioma, era una delicia escuchar a Andrés en dicha transmisión y hacía las tardes de los fines de semana muy placenteras para todos los televidentes de nuestro país. Pero la joya de la corona era la Bundesliga, cuyos partidos se emitían en diferido y que se los disfrutaba uno sin saber que tenían facilito uno o dos años de haberse jugado.

Allí el maestro Andrés, haciendo gala de una impecable narración, nos permitió conocer el poderoso fútbol alemán con todas sus figuras a las que con su prodigiosa imaginación rebautizó con graciosos apodos que hoy todavía recordamos: “Mateito” Matheus, “caperucita roja” Rummenigge, “Arropilla” Maghat, “El porot” Hassler, “Súper Ratón” Kevin Keegan, “Manniku” Kaltz, “Mao-Mao” Breitner y por supuesto el más famoso de ellos, “migajita” Littbarski, el espía que vino del frio.

Andrés hacía uso de un silencio prudente y necesario que nos invitaba a estar más atentos y valorar cada palabra que luego pronunciaba.

Pausado, analítico y con un vocabulario que me obligaba a tener un diccionario a la mano para poder estar a la altura de su exquisito y culto dialecto.

Luego pasó a ser la voz oficial de Telecaribe y hace aproximadamente 15 años tuve la oportunidad de conocerlo en persona gracias a que vivimos un año en el mismo edificio. Allí tuvimos varias charlas amenas donde siempre me sentí embelesado con su particular forma de expresarse, siempre atento a acariciar el idioma sin dejar aparte su lado caribe, porque la decencia, elegancia y respeto no pelean con el hecho de ser costeño y Andrés lo tenía bien claro y era un digno exponente de ello.

Varias veces estuve en su estudio, ubicado en su apartamento en Pradomar, donde trabajaba en el mejor ambiente, con una preciosa vista al mar, escuchando siempre al sonero mayor Benny Moré -su artista preferido- y en compañía de su querida esposa Vilma.

Hoy ha partido pero nos deja un legado inmenso, cientos de transmisiones, muchos comerciales, varios libros escritos (y uno por publicar) y mucho cariño a los que lo rodearon.

Andrés, gracias por todo. ¡Buen viaje!

Antonio Javier Guzmán Pacheco