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Mi abuela y mi tía paternas necesitadas de favores, cada una me solicitó le ayudara con el suyo. Mi tía necesitaba adquirir unos medicamentos para su salud y en casa de mi abuela se había acabado la existencia de leña para cocinar. Ante estas necesidades y desocupado, tomé una carreta y salí a cumplir con dichas diligencias. Tomé una vía pavimentada para facilitarme el trabajo y al cabo de una hora de recorrido se acabó el pavimento y seguí por un sendero si bien era difícil para los conductores de los vehículos que lo transitaban, más para cualquiera que empujara una carreta. En un sector de la vía que parecía terminar allí, se inició una pendiente que además de pronunciada presentaba muchas dificultades que sortear, como escombros y vehículos en subida. Fue tanta la dificultad que me fue imposible mantener el control de la carreta y ésta terminó en el mar, lugar en donde finalizaba el camino. Yo estaba tan preocupado por el percance que no advertí a dos niños que se aproximaban, uno de aproximados diez años y el otro de siete. El mayor me dijo que no me preocupara porque ellos rescatarían la carreta, que los esperara allí donde me encontraba. Ambos se lanzaron al mar y la sacaron. Yo no sabía cómo y con que compensarlos y metí mi mano en el bolsillo que contenía el dinero de las medicinas para mi tía, pero el chico mayor me atajó y al tiempo me decía que no era necesario. La carreta la colocaron en el patio de la casa cercana al risco en un patio limpio y plano, cubierto por pasto verde y parejo. El niño mayor se acercó a mí y preguntó si la llenaban con leña. Miré alrededor y había muchos maderos y tablas sobre una playita. Les propuse llenarla en la calle para facilitarme la salida del lugar. El niño menor tomándome de una mano me llevó hasta el lado del patio y me mostró una cancha de futbol en donde se ejecutaba un partido con mucha asistencia.

-Por aquí-me dijo-podemos sacar la carreta sin ningún problema.

De regreso al patio encontré dos personas sentadas a una mesa bajo el alero trasero de la vivienda. Con las personas estaba el niño mayor. Nos acercamos y los niños los presentaron como Jesús y José, padre y abuelo respectivamente

Los días pasaron y en cualquiera de ellos, luego de superada mi situación laboral y todo lo que ello conlleva, regresé a visitar a mis amigos y cuál fue mi sorpresa cuando al llegar al sitio sólo encontré un desolado risco y las olas del mar meciendo, al compás de su canto, los maderos sobre la playa.

Ulises Rafael Rico Olivero

uliricol93@hotmail.com