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A veces deambulan en el cerebro fantasmas aún más terribles que la misma realidad de nuestro mundo. Poco a poco, unos grotescos tentáculos surgen por detrás de las cortinas y las puertas, por debajo de la cama o entre las rendijas de madera reptando como si fueran unas horribles lombrices de tierra. Esos tentáculos se apoderan de ti en medio del insoportable silencio de la noche, y tú, frágil e inmóvil como un muñeco de porcelana no puedes hacer nada porque… Sí, estás dormido, sumergido en las verdosas profundidades de una pesadilla, y al despertar dices dando un suspiro cosas tales como: “gracias a Dios” o “tan solo ha sido un mal sueño” o el simple y llano “menos mal”.

Si nos detenemos a estudiar con cuidado, podríamos sorprendernos gravemente ante la inmensa variedad de monstruos que crean nuestros miedos mientras dormimos. Pues, a decir verdad, ¿quién no se ha despertado justo en las horas que preceden el amanecer en medio de una sacudida de terror? Cuando la luna llena es un círculo amarillento y las estrellas tienen un brillo peculiar. De pronto, parece que una mano se posa sobre la ventana del cuarto, o a lo lejos, se va acrecentando poco a poco la carcajada de un bebé en medio de la madrugada, una sombra marca un camino curvilíneo en las paredes y hay dos pequeños ojos rojos escondidos en alguna parte de la habitación.

Sin ir más lejos, hace pocos días entrevistaba a un cuerdo pero al mismo tiempo creyente amigo mío sobre su pesadillesco sueño ocurrido en la madrugada del primero de abril del año en curso. “En el sueño me desperté como de costumbre, desayuné pan con café sin problemas, luego me di un baño. Me puse el uniforme y empecé a caminar hacia el trabajo con un espléndido día. Pero algo no andaba bien. Noté que todo lo que me rodeaba estaba dispuesto al revés: las manecillas de mi reloj giraban en sentido opuesto y los números del dial estaban invertidos y desordenados, los anuncios publicitarios se encontraban boca abajo, los carros conducían en sentido contrario dejando nubes de humo negro en las calles, y las personas que me encontraba no eran más que unos perturbadores rostros grises y desencajados. Pero. Lo peor de todo, lo que me hizo despertar dando un brinco, fue la iglesia. Tú bien sabes que vivo cerca de la catedral de la ciudad, esa que tiene un inmenso cristo de bronce colgado en la nave principal. Procuré esconderme allí para protegerme de la vesania y la confusión de afuera, pero cuando abrí las pesadas puertas y observé de frente el nuevo altar de la iglesia de ese nuevo mundo invertido … Bueno ya sabes… Fue algo espantoso, me desperté de inmediato”.

Andrés C. Palacio