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'Tendrán que poner a un policía en cada esquina. Así de sencillo', dice Giselle Tabuena, y suelta la risotada. En las fiestas de la Independencia, con unas amigas, iba de cuadra en cuadra, por el barrio Olaya, bailando el ‘baile plebe’ para recoger unas monedas y financiar su rumba. 'Nos la gozamos', agrega.

En el otro extremo de la ciudad, en las instalaciones del Concejo ubicadas en el histórico barrio de Getsemaní, el integrante de esta corporación, César Pión, reconoce que el proyecto de Acuerdo, que recientemente aprobaron y que busca controlar los 'bailes erotizados', entre niños, niñas y adolescentes menores de 18 años, no contempla medidas concretas de restricción o prohibición.

'Hay que perfeccionar el proyecto', agrega Pión, quien fue el ponente de esta iniciativa que armó una polvareda desde mediados de año, cuando llegó a la secretaría de la corporación para su estudio.

El concejal de Cambio Radical Antonio Salim Guerra Torres, quien repite curul y que, escrutado el 92,44% de las elecciones de octubre, logró 6.695 votos, siendo el séptimo de 19 elegidos, fue quien presentó el proyecto para prohibir esta forma de danzar, que hace furor por toda la periferia y que alarma a algunos sectores religiosos, moralistas y políticos.

Guerra puso sobre la palestra el tema. Se llevó videos, cifras, sicólogos y testimonios de pastores evangélicos, entre otros argumentos, a las audiencias públicas celebradas del Concejo donde se debatieron las supuestas incidencias del baile en los comportamientos sexuales y personales de los niños y jóvenes. El concejal reconoce que es cristiano practicante.

LA APROBACIÓN

Esa vez esgrimió estadísticas para demostrar que el ‘baile plebe’, y cierta música afrocaribeña (como la champeta y otros ritmos extranjeros), estaba incidiendo en el alto número de embarazos tempranos, entre niñas de comunidades necesitadas. Y que esta forma de bailar 'aceleraba el instinto sexual'.

Le cayeron rayos y centellas, por una parte. Otros lo aplaudieron. Incluso, una estrella de la champeta, el palenquero Charles King, retó a Guerra a que en vez de estar prohibiendo que el pueblo bailara y escuchara la música de su gusto, donara un riñón para los niños pobres que lo necesitaban para salvar su vida. Y fue más allá: dijo que si el concejal se atrevía, él también donaba uno suyo.

Tomó tanto color el asunto que los concejales, a medida que veían que se acercaban las elecciones, empezaron a ponerle el freno de mano al proyecto, porque temían que pudieran perderse unos votos vitales para su reelección; o que se propagara una animadversión contra ellos, y que llevara al traste sus intenciones de volver al Concejo.

Entonces pararon

El proyecto fue archivado hasta después de elecciones. Resuelta la contienda electoral y enfriado el tema, los concejales desempolvaron su iniciativa y esta vez, sometida a una cirugía, le dieron luz verde, sin tantas demoras.

Aún el proyecto no ha llegado a manos del alcalde Dionisio Vélez para su sanción. El ponente César Pión asegura que lo aprobado no contiene medidas específicas de control o penalización de este baile entre menores, distintas a las que contempla el Código de Infancia y Adolescencia.

'Está tácitamente consignada (la sanción) en el proyecto', agrega Pión. A la pregunta de cómo concibe él esta aplicación de las normas, explica:

'Si hay una fiesta, organizada por algún adulto, y unos niños están bailando de forma erotizada, y si alguien lo graba o denuncia con evidencias, entonces se le aplica el Código'.

OTRA CARA DE LA MONEDA

Pero una cosa se piensa en los salones refrigerados del Concejo y otra en las faldas del cerro de la Popa, suburbio que es un santuario de la champeta y el baile de estos ritmos candentes que se heredaron de África.

Allí está Luis Tower, uno de los máximos exponentes de la champeta. 'Eso de los concejales no va para ningún lado', dice.

El cantante se lamenta: 'la cosa no es por ahí'. 'Aquí –enfatiza– lo que hay es que educar a los niños, que son los cimientos de la sociedad. No estar prohibiendo un baile'.

Opiniones parecidas tiene el estudioso de temas de cultura afro Ricardo Chica, docente y Doctor en Ciencias de la Educación de la Universidad de Cartagena. Considera que el Concejo equivocó la estrategia.

Para él, el llamado ‘baile plebe’ lo que pone de manifiesto es la pobreza, la exclusión y la miseria que reina en gran parte de la ciudad. 'Los concejales se quedaron con una visión moralista porque el problema de fondo no es el contacto de los genitales en el baile, sino la problemática social que debe atenderse de una manera interdisciplinaria y multidimensional', opina.

Y más de fondo pregunta: '¿Cuál es la oferta cultural que hay en los barrios. La respuesta es que no hay. Y eso hay que tenerlo en cuenta también'.

El HERALDO habló con una madre del barrio Olaya, Yasmeli Pertuz, quien tiene un hijo de 6 años y le preguntó: ¿Dejarías bailar a tu hijo el ‘baile plebe’? La mujer de 30 años, respondió: 'No'. Y agregó: 'Si lo hace de ‘repelencia’ (por juego) tal vez, pero de verdad no se lo permito. Me daría pena'.

MORBO EN ADULTOS

En este debate, la sicóloga de la Universidad Tecnológica de Bolívar Leslie Espinosa Montero dice que el morbo está en los adultos y no en los niños, y que estos solo piensan en su diversión y no en la sexualidad.

Expresa que en los barrios populares cartageneros 'no existen alternativas de diversión' por lo que les queda la música y el baile. 'Los adultos somos quienes le imprimimos la malicia, los niños solo piensan en recrearse', dice.

El concejal Pión, a diferencia de estas consideraciones, piensa que 'no se puede llamar baile al roce y golpes de genitales. Uno ve que hasta se les tiran encima a los otros. Eso no está contemplado en ninguna herencia cultural de origen africano, como algunos quieren hacer ver'.

De manera que mientras a algunos concejales los desvela la propagación del ‘baile plebe’ entre niños y jóvenes; en las barriadas la música se prende y se forma el ‘despeluque’, como aquí se llama.

El proponente

Antonio Salim Guerra Torres fue acusado de querer conquistar a la comunidad de cristianos evangélicos con fines electorales con su proyecto de prohibición de los bailes erotizados, o ‘baile plebe’. Él lo negó. Reconoce que es cristiano practicante. Es odontólogo de la Universidad de Cartagena, especialista en investigación. Estuvo vinculado al Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía General, donde fue Jefe de Criminalística, en Cartagena. En 2014 realizó un debate en el Concejo que puso al descubierto la forma como operaban las redes de prostitución en la ciudad, especialmente en el sector turístico de Bocagrande. Ha apoyado otros proyectos polémicos como el de la oración cristiana antes de iniciar las sesiones en el Concejo, que estuvo a punto de ser revocado por un grupo de sus colegas que se opone a esta práctica aduciendo libertad religiosa en el país. Lleva más de 12 años en el Concejo. Pertenece a la bancada de Cambio Radical, fue reelegido y apoyó en las pasadas elecciones al candidato Antonio Quinto Guerra, quien perdió. Fue uno de los asistentes a la fiesta famosa que hizo este en su finca, en vísperas de la oficialización de su candidatura al primer cargo del Distrito.