La vida de Vicente Aranaga Alfonzo, un caraqueño que recorre el mundo sacándole sonrisas a la gente con una marioneta, transcurre en medio de vivencias que no puede guardar en el equipaje de 30 kilos que siempre lo acompaña.
Por estos días, cuando muchos hacen hasta lo imposible por estar con sus familias, Vicente está lejos de los suyos. Su espíritu nómada lo trajo a Cartagena. Llegó en autobús hace una semana. Desde entonces no ha dejado de cautivar a quienes se concentran a su alrededor para ver sus presentaciones.
Juancito, como llama a su marioneta, se convierte en el centro de las miradas. Es un simpático muñeco de color azul, con la pinta del director de una orquesta sinfónica, que se sienta sobre un cojín que hace las veces de sillón, justo detrás de un diminuto piano de cola.
Con la agilidad y precisión de sus dedos, que sostienen las cuerdas que le dan vida a Juancito, el ‘marionetero´ Vicente logra seducir a los espectadores, que se aglomeran en las calles y plazas.
Juancito parece cobrar vida. Da la impresión de que adopta los mismos ademanes de un ser humano. Su cuerpo de madera y trapos se inclina hacia atrás y hacia adelante, como si se estremeciera por las notas de salsa instrumental que salen de una caja sonora.
A los niños y adultos, que buscan no perderse el más mínimo detalle, les resulta imposible no sonreír ante lo que presencian. Otros, anonadados, comentan entre sí.
Al final de la presentación, que ha motivado a que antes del cierre más de uno se desprenda de monedas o billetes como retribución por el espectáculo, Juancito frota su mano derecha sobre la frente, como quien se seca el sudor porque está exhausto. ¡Vaya gesto!, el músico de madera y trapos lo ha entregado todo. Han sido doce minutos de goce para todo el público.
Con el cierre de la muestra musical, son varios los que podrían pensar que han tenido ante sus ojos a uno de los tantos turistas mochileros que no tienen otra opción para ganarse la vida. Sin embargo, lo de Vicente dista mucho de serlo, dice lleno de orgullo.
Asegura que la vida le ha enseñado que el valor del dinero pasa un segundo plano cuando existen momentos que logran saciar lo que necesita el alma. En su caso, ha encontrado en las marionetas el cariño de la gente.
'No hay mejor pago que ver a tantos niños y adultos, que en medio de la monotonía diaria, pueden sacar un rato de su tiempo para ver mi show y reírse, a través de lo que les brindas con una marioneta', comenta Vicente.
De escultor a amante de las marionetas. Hijo de una artista plástica y un topógrafo, Vicente pensó que estaba hecho para la escultura. Por eso, en 1989, partió a Valencia (España), donde estudió Corrientes Experimentales de la Escultura del Siglo XX, en la Universidad Politécnica de esa ciudad.
Todo apuntaba a que sería un escultor prominente, sin embargo, Vicente quería interactuar con la gente. Sentía la necesidad de ver los rostros de quienes presenciaban lo que había plasmado con sus manos.
'Me pasaba algo que me entristecía. Eran las esculturas las que estaban con la gente. Y yo no tenía posibilidad de interactuar con quienes iban a presenciar mi trabajo'.
En España conoció a una mujer checa a la que le fue imposible resistírsele a sus encantos. Formalizaron su relación y su vida toma un nuevo rumbo porque con ella entendió el significado de una marioneta.
'En República Checa se estudia teatro de marionetas, es una profesión. Me enamoré de una checa, y junto a ella comencé a recorrer Europa, mostrándole a la gente todo lo que se puede expresar por medio de una marioneta'.
Aunque no cursó estudios profesionales de teatro de marionetas, fue tal la pasión que adquirió, que ahora su vida giraba en torno a ello.
Acompañado por su esposa, recorrió durante diez años casi toda Europa. A cualquier lugar donde llegaban, desde Polonia hasta el sur de España, asistía a las mejores muestras del teatro de marionetas. Los viajes comenzaban en primavera y terminaban en otoño. Eran días de presentaciones en calles y plazas.

La relación con su amor checo llegó a su fin, pero quedó una niña de 6 años que hoy vive con su madre, en Praga.
Nace ‘Juancito’. El final de su relación no fue obstáculo para que Vicente continuara inmerso en el mundo de las marionetas.
Vicente se trasladó la ciudad de João Pessoa, en Brasil, a donde llegó con una marioneta algo maltratada. La llamó Joãozinho porque tenía un brazo deteriorado, que Vicente dejó en condiciones óptimas.
Los planes iniciales para Joãozinho solo contemplaban la posibilidad de que fuera trompetista. Sin embargo, algo a lo que Vicente le concede gran importancia, motivó a que se diera un cambio.
Después de permanecer en Brasil, hasta hace dos años, Vicente y su marioneta continuaron su recorrido hacia otros lugares de América. Ahora Joãozinho pasó a llamarse Juancito, por aquello del castellano.
Vicente retornó a Venezuela. Allí recorrió ciudades como Margarita y Caracas. Hace un par de semanas entró a Colombia por Cúcuta, y de allí, a Cartagena.
Se instaló en un pequeño hostal de la ciudad vieja, donde paga 35 mil pesos diarios. El monto incluye un desayuno típico del Caribe y el hospedaje.

Desde su llegada, Vicente asegura que ha encontrado una magia única en la ciudad y su gente.
Vestido, por lo general, de pantalones cortos, camiseta de algodón y un sombrero caribeño, camina desde el hostal hasta el lugar donde realizará su próxima presentación
Ha sido tanta la acogida de Vicente y su marioneta Juancito, en Cartagena, que permanecerá en la ciudad hasta esta primera semana de enero.
Dice, entre risas, que lo máximo que ha recibido al finalizar una presentación han sido $10 mil. Pero, más allá de eso, ha vivido momentos excepcionales.
Vicente y Juancito continuarán su recorrido por ciudades como Medellín y Cali. Luego le dirán adiós al país, y se trasladarán a Guayaquil (Ecuador).
La travesía continuará por Perú, Chile y Argentina. El fin del recorrido por Sudamérica llegará para dar inicio a un viaje muy especial. En abril, Vicente partirá hacia República Checa, donde se reencontrará con su hija.