El Heraldo
Rodrigo Córdoba, médico psiquiatra. Cortesia
Barranquilla

“Hay un monstruo grande que está impactando la salud mental de las personas”: Rodrigo Córdoba

En diálogo con EL HERALDO, el psiquiatra advierte que los fenómenos sociales y económicos derivados de la crisis sanitaria traerán consecuencias en el equilibrio emocional de los ciudadanos, pero también asegura que este hecho inédito rescatará valores perdidos.

Rodrigo Córdoba, médico psiquiatra, profesor de la Universidad del Rosario y director general del Centro de Investigaciones del Sistema Nervioso (grupo CISNE), estima que esta crisis debería dar paso a un nuevo contrato social, liderado por los gobernantes, pero en el que tendrían que aportar todos los ciudadanos para construir una sociedad más solidaria y fraterna, con mejores condiciones de vida.

El reconocido especialista está convencido de que una experiencia tan profunda como esta ayudará a las personas a ser mejores y a estar más centradas en los otros.

P.

¿Estamos frente a una nueva realidad social?

R.

No tengo dudas. Han llegado unos cambios que han dado paso a una serie de transformaciones importantes. Este es un hecho inédito. Algunos dirán que la humanidad ha enfrentado otras pandemias, pero esta es distinta porque hoy tenemos redes sociales y medios de comunicación muy permeables que permiten conocer todo lo que pasa alrededor del mundo.

Además, estamos cabalgando en uno de los sentimientos propios de los seres humanos que es el miedo, y esta sensación nos está recordado que somos vísceras, finitos y gregarios. Todo lo que está pasando traerá una forma distinta de vivir, pensar y entender. Cambiará la manera de relacionarnos, limitándonos en situaciones absolutamente fundamentales como la expresión desinhibida de los afectos.

P.

Eso parece muy difícil.

R.

Si no cambiamos esta conducta se pone en riesgo a muchas personas cercanas. Tenemos que aprender a vivir distinto y a limitar la expresión de los abrazos y de las caricias, que tendrán que tener ciertas precauciones.

Así como nos acostumbramos a ponernos zapatos, por ejemplo, nos tocará usar el tapabocas en el día a día, al menos durante un tiempo. Es lo que supone tener una realidad distinta.

P.

¿Pero cómo adaptarse a esa nueva realidad?

R.

Los seres humanos somos difíciles. Nos cuesta adaptarnos a los cambios, más cuando se trata de uno tan brusco como este. Lo han tenido que hacer millones de adultos mayores y niños, entre otros grupos poblacionales, que han estado tanto tiempo encerrados en sus casas.

Son cambios de conducta que resultan muy complejos y que se deben asumir como parte de un proceso gradual. Esto no es como una película de terror en el cine, que estamos esperando que se acabe, encienden las luces y abren la puerta del teatro. Esto nos obliga realmente a poner en marcha cambios de conducta, ese es el reto que hoy tenemos para introyectar esos comportamientos que obliga la nueva realidad.

P.

Parece sencillo, pero no lo es.

R.

Excepto que exista un temerario, que aún los hay, si una persona ve un semáforo en rojo no se lo pasa o nadie prende un cigarrillo en un restaurante. Tenemos por un tiempo, en la medida en que las autoridades sanitarias así lo establezcan, aprender a vivir, insisto, de una manera distinta siendo responsables con nosotros y con los otros.

En el caso del suicidio, la decisión es de uno; pero frente al contagio, mi decisión impacta y compete a mi entorno, a mis conciudadanos en mi barrio y en mi ciudad. P ¿Qué tengo que hacer para cambiar y ayudar a los demás a hacerlo? R La ilustración es la mejor herramienta para ayudar a entender las dimensiones, los riesgos y lo que esto implica. Hay que ser efectivo, afectivo y asertivo en lo que se comunica porque a veces lo que se dice, termina desinformando.

La decisión de no pasarse un semáforo en rojo no se puede tomar solamente por la posibilidad de que un policía lo vea y le imponga un comparendo, sino porque cada persona debe ser capaz de comprender que si no lo hace facilitará que el tránsito fluya, mientras evita ponerse en riesgo y arriesgar los demás. En este caso, las medidas apuntan a proteger la salud y el bienestar de cada ciudadano, de sus seres cercanos y de los otros.

P.

¿Cómo hacérselo entender, por ejemplo, a niños y personas mayores?

R.

Si yo le doy una cátedra, como si estuviera hablando en un postgrado, los niños no lo van a entender. Pero si se generan herramientas pedagógicas útiles, en las que capto su atención como el juego o el dibujo, la situación será distinta. En el caso de los adultos mayores, un grupo que no es el que ha estado más impactado en el término de prevalencias, pero sí al que más daño le ha hecho este virus, también hay que ilustrarlo y puede ser a través de un formulario en el que cada uno pueda evaluar sus riesgos y tomar su decisión.

Siempre existirá el impertinente, el retador o el temerario, pero confiemos que sean la excepción, porque si hay más personas de este tipo que racionales y sensatas, la situación se pondrá muy compleja.

P.

¿Qué hacer con las personas que, pudiendo salir, no lo hacen por miedo?

R.

Hoy todos anhelamos un grito de ¡Eureka! en la humanidad y celebrar que se encuentre una vacuna o un tratamiento efectivo. Seguramente las playas de Pradomar se llenarían, pero eso no es posible en este momento. Por tanto, las salidas e incursiones a la calle de las personas que sienten temor deben ser graduales.

Está demostrado que si se usa el tapaboca, hay lavado de manos, se mantiene la distancia social y solo se sale para lo indispensable, el riesgo de tener en contagio es muy bajo o nulo. Quienes tienen miedo de salir a la calle deben dar unos primeros pasos, como si estuvieran aprendiendo a caminar, de manera corta o gradual.

P.

¿Cuándo debería buscar ayuda una persona que siente superada por lo que está pasando?

R.

Los seres humanos tenemos una visión estigmática o un poco distorsionada del fenómeno de lo mental que surge de un viejo dilema filosófico de mente-cuerpo, que viene de Descartes. Hay que entender que la mente es una función del cerebro y los fenómenos mentales son frágiles, como nuestros huesos lo pueden ser y que el equilibrio emocional también se rompe.

Si una persona empieza a dormir mal, a comer mal o a tornarse irritable, se deben tener en cuenta esas señales de alarma porque se pueden convertir en un problema. Si esto se hace persistente, duradero y disfuncional, hay un trastorno o un desorden frente al que debería buscar ayuda con un profesional de la salud mental que puede ser un psiquiatra o un sicólogo clínico.

P.

¿La salud mental hoy está en riesgo?

R.

La salud mental no es de los otros, es de nosotros, es en primera persona. Todos hemos experimentado situaciones de miedo, de ansiedad, de no poder dormir, yo mismo las he tenido, y actualmente hay personas que enfrentan realidades muy crudas, como consecuencia de lo que está pasando por la pandemia.

Lastimosamente aquí se esconde un monstruo grande, que son los fenómenos sociales y económicos, que está impactando la salud mental.

La Cuarta Ola, como lo han definido algunos, son los fenómenos mentales, y a Colombia, que ya es un país que tiene unas cifras importantes en términos de desórdenes mentales, el pos COVID, o el día después, le traerá repercusiones. Estas personas deben buscar soporte y ayuda para que puedan estar más tranquilas y seguramente así, podrán encontrar más luz en el camino.

P.

A nadie se debería presionar para entre en esta nueva realidad.

R.

Así es, hay muchas personas que no van a poder. No es porque no quieran, es porque no pueden. Es como si alguien tiene cansados los músculos y le piden que camine más, no va hacerlo porque no le dan. Cuando una persona está deprimida, sus familiares le dicen que salga, y le comentan, usted tan bonita o tan lúcida, salga. Pero, insisto, no es que no quiera, literalmente no puede hacerlo porque tiene una visión pesimista de sí misma.

Esto no se trata de empujar, sino de buscar alguien que oriente y ayude.

P.

¿Qué hacer con quienes deciden, por voluntad propia y no por necesidad, desacatar las normas?

R.

Cuando una persona actúa así, lastimosamente es el reflejo de que algo está pasando en su cabeza. Cualquiera que haya tenido un mínimo de información conoce los riesgos y consecuencias que esto implica. Pero hay muchos que tienen una actitud temeraria y no piensan en los otros, ni son capaces de ser solidarios. Frente a sus conductas, el Estado tiene que proteger a los ciudadanos porque están poniéndolos en riesgo. 

P.

¿Qué pasará en el ‘día después’?

R.

Lo que hoy vivimos, y prefiero ser iluso, va a rescatar una serie de valores que son intrínsecos, que están en los seres humanos, pero habían sido dejados de lado porque, aunque hablamos de ellos, poco los practicamos, entre ellos la solidaridad. Se ven muchos gestos solidarios que están creciendo en distintos sectores y gremios, y guardo la esperanza que se conviertan en conductas permanentes.

También son cada vez más valiosas las cadenas de afectos, que han venido fortaleciéndose, a través de grupos en los que extrañamos las caras y las sonrisas de familiares y amigos, que nos hacen falta en estos días. La esperanza, que ha sido un motor de este proceso, es también optimismo para ver el vaso medio lleno y entender que hay países que empiezan a estar del otro lado. Un trabajo que debemos construir entre todos.

P.

¿Y quién orienta?

R.

Los líderes políticos, que son los que toman las grandes decisiones asumiendo responsabilidades, tienen que darle pautas a este nuevo contrato social. Su tarea es imperiosa para otorgarle mayor importancia a la humanidad que a las diferencias.

Ojalá, que quienes lleven este timón sean capaces de entender que deben buscar una serie de acuerdos por el bien de todos para dar forma a ese nuevo contrato social que permita una sociedad más solidaria y fraterna, con mejores condiciones de vida.

Aunque cada uno de nosotros también podrá aportar lo suyo desprendiéndose de cosas suntuarias que no se requieren para así poder ayudar a los demás a cubrir sus necesidades básicas

P.

¿Lograremos cambiar?

R.

El reto más grande en la política de salud pública son los cambios de conducta que generen fenómenos de transformación social. Si somos capaces de entender que con el esfuerzo de cada persona, se garantiza el bienestar de todos, qué mejor razón para cambiar esas conductas. Ojalá fuera un proceso de reflexión individual, que no necesitara que el policía nos esté vigilando o controlando para cumplir con las medidas básicas.

Si lo hacemos, saldremos todos mejor librados y esta experiencia tan profunda nos permitirá ser mejores personas, pensando más en los otros.

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