Estos acontecimientos, además de afectar profundamente a las familias, generan dolor, rabia o desesperanza colectiva que, si no se abordan de manera más abierta, seguirán alimentando la lista de resentimientos no procesados que carga el país.
La situación en Gaza es la prueba de que ni la más atroz crueldad logra movilizar de forma unánime a la sociedad internacional para detener la violación masiva y sistemática de derechos humanos en un territorio donde la esperanza de una humanidad mínimamente justa se desvanece por completo.
Sea cual sea el fallo en segunda instancia, ojalá el país representado en sus líderes tenga la templanza para asumir tanto una sentencia que confirme la de primera instancia como una que la revoque, sin generar más conflicto social y polarización política.
Escenarios como la Conferencia de CAF, en el marco de su iniciativa Iberoamérica 500+, y el Hay Festival de Santa Marta fueron esenciales para reunir diferentes voces en torno a la historia de la ciudad y su agenda de desarrollo.
Este tipo de liderazgo se nutre de la fragmentación social, fomenta divisiones profundas, utiliza las redes sociales para agudizar la polarización y carece de coherencia o lógica en sus anuncios, decisiones y discursos.
Aunque la Casa Blanca intentó posteriormente embarajar la situación, era evidente que Trump no solo ignoraba el idioma de su homólogo, sino también el origen de Liberia y la estrecha relación que ese país mantiene con Estados Unidos. A este desafortunado episodio de la diplomacia estadounidense podríamos denominarlo la diplomacia del desconocimiento.
Lo más grave es que, antes del 15 de septiembre, el presidente Donald J. Trump deberá presentar ante el Congreso de EE. UU. el memorando de certificación sobre drogas. Para muchos, es casi inminente que Colombia será descertificada, como ocurrió durante el gobierno de Ernesto Samper. Si esto llegara a suceder, las consecuencias para el país serían —sin exagerar— absolutamente desastrosas.
No es lo mismo la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, cuya iniciativa vino directamente de la sociedad civil, que una Constituyente promovida por un gobierno de turno con el objetivo de acumular poder o perpetuarse en él.
En este contexto, la decisión más crucial recae en el gobierno de Estados Unidos, que definirá en las próximas dos semanas si intervendrá directamente en el conflicto para apoyar militarmente a Israel o si continuará limitándose al apoyo logístico y financiero que actualmente ofrece a su principal aliado en la región.
Esta situación no solo representa un desafío institucional, sino que genera una profunda incertidumbre entre los ciudadanos, que ya viven en un estado permanente de desasosiego. Nadie sabe qué traerá el día siguiente: una marcha, un decreto, el cierre de una carretera o del transporte público, un escándalo de corrupción o una incoherencia discursiva que amplíe aún más el desconcierto nacional.