El universo en una canica
Por mi parte, prefiero entrever el cuento de Borges en los pergaminos del gitano, en los pliegues de un deslumbrante fragmento de ‘Cien años de soledad’, ese Aleph Caribe construido por Gabo.
Por mi parte, prefiero entrever el cuento de Borges en los pergaminos del gitano, en los pliegues de un deslumbrante fragmento de ‘Cien años de soledad’, ese Aleph Caribe construido por Gabo.
El mito, en versión de Gerardo Reichel-Dolmatoff, dice que solo el mar estaba en todas partes. El mar era la Madre, y sobre ella se formaron, uno tras otro y antes del amanecer, nueve mundos, uno de los cuales es el nuestro.
En el Caribe, al que pertenezco, se mezcló la imaginación desbordada de los esclavos negros africanos con la de los nativos precolombinos y luego con la fantasía de los andaluces y el culto de los gallegos por lo sobrenatural…
Nadie sabe cómo, pero al parecer el virus que se propaga por el mundo de manera desgarradora, saltó a los humanos en un lejano mercado de Oriente, o al menos esa fue la fábula que nos contaron.
Quizá ello nos autorice a afirmar que la sublime emoción de la creación literaria no nos enferma o perjudica, sino que nos cura. Porque el culmen del lenguaje —como bien comprendía el anónimo autor De lo sublime—, constituye una extraordinaria elevación, que, al irrumpir como un rayo, devasta, sobrecoge y conduce al éxtasis.
Ese drama humano se vivió en el Caribe más que en ningún otro sitio, eso es innegable. Allí ocurrió el mal llamado Descubrimiento, se inició la conquista, la destrucción de las Indias, allí se inauguró la academia de los aventureros del Nuevo Mundo.
No olvidemos que la élite dirigente de nuestra nación católica construyó con tenacidad la creencia de una nacionalidad blanca de piel y europea de cultura. Tanto el indio como el negro, en ese contexto, fueron considerados palos en la rueda para el progreso, elementos nocivos para la salud económica, social y cultural del país.
Lo importante es que rija la violencia, no las serviles timideces cristianas. Si la victoria y la injusticia y la felicidad no son para Alemania, que sean para otras naciones. Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno”.
Como señala Germán Vargas, los cuentos de Álvaro Cepeda Samudio podrían clasificarse, con fácil y torpe desviación crítica, como simples alardes de técnica, cuando ciertamente, como una corriente subterránea, contienen un suave tono lírico, un clima de soledad y un prodigioso equilibrio entre ficción y realidad.
El relato sugiere que la temprana y terrible disputa de los padres por ganarse el favor religioso del muchacho lo traumatiza de tal modo que lo lleva al a la locura y por último a la muerte.