Vampiros, cíclopes y tragaldabas, que habían nutrido mis pavores nocturnos hasta entonces, se vieron, de pronto, desdibujados por un siniestro bestiario donde sobresalían nombres como los de Justiniano, Jerjes el Grande, Gilles de Rais, o Atila, la medallita de los Hunos, a quien no por sus buenas maneras apodaron «el azote de Dios».
En un país de poetas sin poesía, León de Greiff fue una excepción enorme. La suya es una poesía sensitiva, sensible, de esa que da siempre un sentido más puro a las palabras de la tribu.
La traductora mexicana Margret S. de Oliveira Castro y el crítico colombiano Conrado Zuluaga, publicaron una nota con el sugestivo título de “Elogio a una traición”, en donde presentan un mosaico de disparates cometidos por los traductores de Gabo a idiomas como el inglés, el francés y el alemán.
La pintura, la literatura y la música popular han registrado a través del tiempo la presencia e importancia de los gallos en el imaginario de América Latina.
Por mi parte, prefiero entrever el cuento de Borges en los pergaminos del gitano, en los pliegues de un deslumbrante fragmento de ‘Cien años de soledad’, ese Aleph Caribe construido por Gabo.
El mito, en versión de Gerardo Reichel-Dolmatoff, dice que solo el mar estaba en todas partes. El mar era la Madre, y sobre ella se formaron, uno tras otro y antes del amanecer, nueve mundos, uno de los cuales es el nuestro.
En el Caribe, al que pertenezco, se mezcló la imaginación desbordada de los esclavos negros africanos con la de los nativos precolombinos y luego con la fantasía de los andaluces y el culto de los gallegos por lo sobrenatural…
Nadie sabe cómo, pero al parecer el virus que se propaga por el mundo de manera desgarradora, saltó a los humanos en un lejano mercado de Oriente, o al menos esa fue la fábula que nos contaron.
Quizá ello nos autorice a afirmar que la sublime emoción de la creación literaria no nos enferma o perjudica, sino que nos cura. Porque el culmen del lenguaje —como bien comprendía el anónimo autor De lo sublime—, constituye una extraordinaria elevación, que, al irrumpir como un rayo, devasta, sobrecoge y conduce al éxtasis.
Ese drama humano se vivió en el Caribe más que en ningún otro sitio, eso es innegable. Allí ocurrió el mal llamado Descubrimiento, se inició la conquista, la destrucción de las Indias, allí se inauguró la academia de los aventureros del Nuevo Mundo.