Quiero hoy distraerme de mi destino para recordar algunas de las lecturas que me han ayudado a sobrellevar el abismo de este año que termina.
Algunas de estas lecturas son en realidad relecturas, nuevas visitas al entrañable universo de las letras.
Este hombre enigmático, tozudo, desmemoriado para todo lo que no fuera su obsesión, nos dejó su ausencia, su olvido. La historia le robó su nombre. Necesitó quinientos años para nacer como mito».
Diciembre entra por los sentidos. Tal vez por ello, siempre lo he asociado con los olores. El primero y más importante de los cuales es el de la pintura. Desde muy niño me percaté de que hasta el más humilde de los vecinos de mi cuadra pintaba su casa en este mes.
Vampiros, cíclopes y tragaldabas, que habían nutrido mis pavores nocturnos hasta entonces, se vieron, de pronto, desdibujados por un siniestro bestiario donde sobresalían nombres como los de Justiniano, Jerjes el Grande, Gilles de Rais, o Atila, la medallita de los Hunos, a quien no por sus buenas maneras apodaron «el azote de Dios».
En un país de poetas sin poesía, León de Greiff fue una excepción enorme. La suya es una poesía sensitiva, sensible, de esa que da siempre un sentido más puro a las palabras de la tribu.
La traductora mexicana Margret S. de Oliveira Castro y el crítico colombiano Conrado Zuluaga, publicaron una nota con el sugestivo título de “Elogio a una traición”, en donde presentan un mosaico de disparates cometidos por los traductores de Gabo a idiomas como el inglés, el francés y el alemán.
La pintura, la literatura y la música popular han registrado a través del tiempo la presencia e importancia de los gallos en el imaginario de América Latina.
Por mi parte, prefiero entrever el cuento de Borges en los pergaminos del gitano, en los pliegues de un deslumbrante fragmento de ‘Cien años de soledad’, ese Aleph Caribe construido por Gabo.
El mito, en versión de Gerardo Reichel-Dolmatoff, dice que solo el mar estaba en todas partes. El mar era la Madre, y sobre ella se formaron, uno tras otro y antes del amanecer, nueve mundos, uno de los cuales es el nuestro.
En el Caribe, al que pertenezco, se mezcló la imaginación desbordada de los esclavos negros africanos con la de los nativos precolombinos y luego con la fantasía de los andaluces y el culto de los gallegos por lo sobrenatural…