La gente, el pueblo, este domingo tiene que marchar. Pero no desde los partidos, ni con políticos oportunistas. Esta debe ser una marcha silenciosa, sin dueños, sin logos, sin cálculos. Un rechazo claro a la violencia y una defensa serena de la democracia.
Por eso, la consulta ya no es un gesto democrático para “escuchar al pueblo”, como repite el Gobierno, sino la pataleta de quien no quiere soltar el control del relato. Si el Congreso aprueba una buena reforma laboral, al presidente se le cae el guion del héroe solitario frente a un Capitolio insensible.
No se trata de pedir líderes perfectos. El poder es complejo, sí. Gobernar implica negociar, equivocarse, tomar decisiones difíciles. Pero hay una línea básica que no se puede borrar: el respeto por lo público, el valor de la palabra y la empatía mínima con el otro. Eso es liderazgo. Lo demás es cinismo.
Aún queda tiempo. Treinta días de legislatura para demostrar que representar no es solo votar. Que sí se puede escuchar, negociar y legislar pensando en la gente. Y, sobre todo, que quienes nos representan todavía pueden ponerse en los zapatos del otro. El país los está mirando.
Mujica siempre supo que liderar es servir, estar al lado de la gente y resolver lo que les duele. Y ese es el chip que debe cambiar la oposición. Colombia no necesita salvadores, necesita líderes que sepan escuchar, entender y cumplir.
El Congreso no la tiene fácil y por eso necesita nuestro respaldo. Si permite la consulta, Petro se blindará de un supuesto respaldo popular y, así pierda la consulta, tendrá seis millones de votos listos para la primera vuelta de 2026.
Mientras tanto, en Colombia, especialmente en la costa Caribe, los apagones no son noticia, son paisaje. No necesitamos una tormenta solar ni un desbalance europeo para quedarnos sin luz, suficiente con que caiga un aguacero o simplemente que sea mediodía. En Barranquilla, Cartagena o Santa Marta, los cortes son tan del día a día como el calor. Y lo más preocupante es que el Estado parece resignado a normalizar el problema, como si fuera parte del folclor costeño.
Cambiar el mundo no es tarea de uno solo, pero alguien tiene que empezar. Él lo hizo con gestos, con valores, con una forma distinta, y, en muchos casos, impopular de liderar. Hoy, más que nunca, esos valores hacen falta en nuestras casas, en las calles y en quienes lideran. El mundo, gracias a él, ya es un poco mejor. Y como su enseñanza, su liderazgo fue tan profundo y vivido a través del ejemplo,
En tres días el día de la independencia se convirtió en el día que el mundo dejó de ser liderado por los Estados Unidos, perdió la confianza de sus aliados y se quedó con lo que ya tenía hace mucho tiempo, una guerra comercial con China.
Colombia necesita líderes verdaderamente comprometidos, figuras que estén dispuestas a ir hasta el final, no a probar suerte para ver cuánto duran en la contienda, porque este festival de egos y aspiraciones sueltas solo beneficia a quien ya tiene estructura y narrativa clara, el que no necesita convencer a nuevos votantes, sino simplemente movilizar a los suyos.