Atlántico

Invasiones: un problema que crece en medio del desarrollo de Galapa

A medida que ha crecido y prosperado el municipio, las invasiones de este sector del Atlántico han aumentado con la llegada de miles de migrantes.

Galapa vive toda una ironía.  Por un lado están empresas de gran renombre y una gran zona franca; por otro, están Chupundún, Villa Tablita y La Piragua. Por un lado está el desarrollo comercial, de infraestructura,  demográfico y poblacional; por otro, están las migraciones de extranjeros y el aumento de invasiones de larga data que han crecido en los últimos años. Por un lado está el pueblo que da pasos de gigante; por otro, la mudanza de atlanticenses en condición de pobreza extrema que buscan prosperar en una tierra cada vez más jugosa. La luz y la noche al mismo tiempo. Así parece estar establecido.

Galapa cuenta con una colorida entrada por el corredor industrial. John Robledo.

De unos años para acá, el municipio vive su propio contraste con la llegada de tantas buenas nuevas. Ha tenido una metamorfosis de pueblo excelso para las artesanías, feudo de manos talentosas y con importantes tradiciones tras sus raíces de asentamientos indígenas, a la de una tierra ideal para crecimiento de la industria, para la generación de empleos y para ser un punto clave en materia de conexión vial.

Los números están en verde y los indicadores solo reflejan temas positivos, pero en el ‘cuadro’ de desarrollo hay colores que desencajan. Detrás de la ‘pintura’ imponente que significa ser el corredor industrial del Atlántico se ha colado la desigualdad, la pobreza y el hambre. El cemento y el acero junto a las casas de tabla y los niños con los huesos pegados a la piel.

Su cara más fea

En los límites del casco urbano, lejos de la Troncal del Caribe, pero más cerca del mero monte, un centenar de casas de colores, hechas en tabla, se ha ‘reproducido’ en los últimos años. Están asentadas en colinas y calles destapadas y, aunque es una realidad conocida que se encuentra en Barranquilla y toda su área metropolitana, la dinámica en Galapa ha tenido cambios a considerar. Ahí están los que si desayunan no almuerzan. Los que duermen, sin importar el número, en una misma cama. Los más necesitados. Los urgidos. Pero también los malos.

Muchos de quienes habitan en este tipo de casas son víctimas de desplazamiento forzado de otras partes de la región Caribe que hace algunas décadas buscaron un mejor porvenir. Algunos hasta suman más de 10 años luchando para sobrevivir en medio de pésimas condiciones. Se han acostumbrado a su lucha y le siguen ‘metiendo el hombro’ al día a día, pero reconocen que los tiempos han cambiado para mal.

 “En realidad uno es pobre y le toca duro. Hay muchas cosas que nos hacen falta, pero toca seguir porque no tenemos de otra. El problema es que los vecinos han cambiado aquí. Ha venido mucha gente mala y no sabemos de dónde. Eso ha hecho que la zona se haya vuelto mucho más violenta y sucedan cosas de droga y esos asuntos. Antes no era así. Éramos pobres, pero no malos. A uno le gustaría que eso cambiara y no nos olvidaran porque queremos mejorar como le ha pasado a muchas zonas de Galapa”, dijo una mujer, residente en la invasión La Piragua, quien prefirió reservar su nombre.

Las invasiones de Galapa  tienen las mismas aristas que las de cualquier otro municipio del Atlántico. No hay saneamiento básico, la energía eléctrica no está normalizada y la mayoría –por no decir todas– de las calles están destapadas: tres grandes carencias para los que viven en este tipo de terrenos.

Pero –según quienes habitan allí– los principales problemas vienen con la lluvia. Los techos de estos hogares son de láminas de zinc corroídas por el óxido, lo que genera dos grandes sufrimientos para los que se refugian bajo este material: el insoportable vapor que genera en las viviendas cuando el sol está en su esplendor y la poca protección que brinda cuando llueve. En resumidas cuentas, sufren de día y de noche.

“Vivimos totalmente mal. Somos tan pobres que a veces no tenemos ni para comprar un bacín. Nos toca difícil y más en esta época de pandemia. Lo peor es cuando llueve y toda el agua se nos mete y se nos inundan las casas y hay que correr para tratar de salvar las cosas. Eso es muy feo porque nos hace sufrir mucho. Las calles se llenan de barro y hasta las cosas de la casa se caen y se dañan. Creo que no son condiciones dignas para que nuestros niños crezcan.   Yo he vivido aquí hace más de ocho años y me he dado cuenta de cómo ha crecido Galapa y espero que eso también nos incluya a nosotros más pronto que tarde”, manifestó Johanna Oliveira, cabeza de hogar y madre de seis hijos.

Pero los males no paran ahí. A la falta de oportunidades laborales, al hambre,  a los peligros y la miseria se les ha unido otra indisposición: el arribo constante de nuevas personas a estos barrios que, según los miembros más antiguos de estas comunidades, han hecho que las invasiones crezcan en tamaño, en inseguridad y delincuencia.

“Galapa ha tenido invasiones, pero son muy pequeñas y están regadas. Lo que ha pasado es que con el crecimiento del pueblo mucha gente mala se ha venido para acá para aprovecharse del momento. Ha llegado mucha gente a estos sitios a vender droga y a pertenecer a pandillas  y cosas así. Antes uno conocía más a los vecinos, pero ya ha avanzado todo”, contó Milciades Peña, vecino del barrio Los Carruajes.

Lo anterior, al menos en materia de migración, es comprobable en las estadísticas del Dane. Según el informe de Censo Poblacional y Vivienda de 2018, Galapa es el tercer municipio del Atlántico –solo superado por Soledad y Puerto Colombia– que es visto como principal  destino para emigrar desde Barranquilla. La presentación precisa que el municipio ha acogido a 5.062  personas en los últimos cinco años, mientras que Puerto Colombia destaca con 5.091 y Soledad con 15.443.

Por otro lado, la Administración Municipal informó que, desde 2017, a Galapa han llegado más de 3.000 extranjeros (en su mayoría venezolanos) que buscan en este pedazo del Atlántico una oportunidad para triunfar en la vida.

Crecimiento

A pesar de su notorio crecimiento, Galapa aún tiene aires de pueblo. Sus calles son tranquilas, su gente es acogedora y –lejos de la zona industrial– la gran mayoría de barrios guarda las costumbres artesanas y ‘lomo’ para subsistir de la ganadería o de otros oficios. Según sus pobladores, el cambio de los últimos años “ha sido del cielo a la tierra”, gracias a la llegada de grandes empresas.

“Antes todo había que conseguirlo en Barranquilla, pero ahora hay mucho comercio aquí y todo está a la mano. Llegan todas las empresas y las calles están mejor. Se nota que todo está creciendo y eso es bueno”, explicó Daniel Calderón, tendero galapero.

“Del tiempo que me vine para acá (hace 20 años), los barrios han cambiado mucho. Diría que un 80 % de progreso ha habido. Sí es verdad que hay invasiones, pero no influyen de una manera grave en nosotros”, dijo Amalia López.

Por su parte, el alcalde José Fernando Vargas reconoció todas las aristas que ha traído el progreso del municipio y explicó los planes que tienen para que se sigan consolidando como un punto favorable para propios y foráneos.

“Nuestro municipio trabaja fuerte por vencer la pobreza extrema que aquí hay. Todo es producto y las oportunidades que hay aquí, que a veces genera que haya más gente y más  problemas. Cada vez que se abre una empresa buscamos que nuestra gente ocupe esos cargos. Con respecto a las invasiones, el objetivo es poco a poco entregarles viviendas dignas a la gente que vive en estos sectores”, manifestó el mandatario.

En total, Galapa tiene 60.708 habitantes, según cifras entregadas por la Alcaldía Municipal. El sector urbano del municipio está conformado por 39 barrios, mientras que el rural cuenta con el corregimiento de Paluato.

Buenas finanzas

El municipio de Galapa fue el primer territorio del departamento y el segundo a nivel nacional en ser reconocido en la medición del Índice de Desempeño Fiscal (IDF) que evalúa el Departamento Nacional de Planeación Nacional (DNP).

Este es un instrumento analítico que mide el grado de gestión fiscal que los municipios y departamentos le dan a sus finanzas públicas.

Es decir, demuestra que el territorio “ha sido disciplinado con el uso de sus recursos”.

En palabras del alcalde José Fernando Vargas, la distinción reconoce al municipio por ser autosostenible financieramente, porque cumple con los límites de gastos de funcionamiento según la Ley 617 de 2000 y porque presenta un importante nivel de recursos propios o tiene solvencia tributaria.

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