Inspirada por su vocación artística, la artista plástica barranquillera Ana Escorcia emprendió –desde hace dos años– un camino en el cual no solo ha tenido que superar las barreras propias de décadas de explotación, sino que tuvo que ayudar a levantar los puentes entre dos generaciones diferentes, pero que todavía les queda el cordón umbilical de los saberes ancestrales, de una tierra libre, rebelde y con sabor a bollo de mazorca.
Mediante el proyecto ‘Palenques Urbanos entre Saberes y Sabores’ no solo ha logrado enarbolar la bandera de la dignificación de las matronas palenqueras, sino que ha permitido trascender en todo el país, pero sobre todo en el corazón de las comunidades del sur de Barranquilla.
“Este proyecto es ganador de la convocatoria del Portafolio Nacional de Estímulos 2025 en el área de creación de nuevos creadores, de artistas jóvenes. Es el proyecto ganador de la región Caribe. Palenques Urbanos nace desde una investigación que vengo desarrollando a partir de una tradición familiar que era la elaboración de bollos de queso y agua de maíz. Esta necesidad de reconstruir la memoria de esos saberes ancestrales me lleva a la necesidad de explorar desde un estudio ampliado”, explicó.
Conocimiento con sabor a bollo
Mediante su proyecto, Ana logró identificar las características más importantes de la transferencia de conocimiento de las comunidades palenqueras, para luego trabajar ese aspecto visual, con sus sabores, colores, texturas y toda la experiencia sensorial de la cocina tradicional, en un ambiente urbano, en barrios como La Esmeralda, Valle o Nueva Colombia, en Barranquilla.
“Muchas palenqueras me comentaron que hay una gran cantidad de estas matronas aquí en Barranquilla. Por eso me surge esa idea de empezar a relacionarme con las matronas desde aquí, desde mi localidad. Me pareció fantástico que fuera algo tan local”, agregó.
El proyecto fue retador, pues aunque Ana tenía el conocimiento familiar de cómo se hacían estos alimentos, su tez blanca, bastante pálida que contrasta con su cabello oscuro y ensortijado, no les inspiraba mucha confianza a las matronas afros de pura cepa, con la sangre traída hace siglos de la lejana África.
“Han sido estigmatizadas, por así decirlo. La comunidad ha sido usada, de hecho, para fines investigativos que han sido extractivistas completamente. Entonces, no hay como toda una conciencia y una retribución realmente a esos saberes de la cultura palenquera. De hecho, vienen, se sirven de los saberes que tiene la comunidad y la retribución es prácticamente nula”, mencionó.
Además, puso de presente que “acá venían, observaban sus procesos y ni siquiera les compraban un bollo. No recibían un pago tampoco por su trabajo, no recibían un incentivo. Y pues yo dije, bueno, esto no es para nada ético. Yo tengo la tez clara, entonces eso también fue como algo tajante, limitante. Siempre me veían como: esta peladita que va a saber hacer un bollo”.
Cocinando el legado
María Luisa Pérez Herrera es una mujer nacida en Cartagena, pero criada en Barranquilla. Esta mujer, quien es prima de los hermanos boxeadores campeones mundiales Prudencio y Ricardo Cardona, aprendió a cocinar los bollos gracias a su madre, Catalina Herrera.
Con los años se dedicó a trabajar temas de cosmética. Hoy, gracias al proyecto, ha sido certificada en sus conocimientos ancestrales, en busca de que lo que le enseñaron no muera con ella.
“Nunca dejé mis saberes, ni mis sabores. Tan es así que, cuando Ana me comentó, me inscribí y resulta que el Sena nos certificó en manipulación de alimentos. Gracias a este proyecto de Palenques Urbanos hemos sido reconocidas, y sabemos que esto va para adelante”, dijo.
Otra de las matronas beneficiadas es Valeriana Herrera, de 69 años, una palenquera nacida en Barranquilla, quien hace poco le operaron los ojos para corregirle la vista. Con sus lentes oscuros no aparta la mirada de la tradición: “Allá en mi casa la única que sabe hacer bollo soy yo. Somos tres hembras y la única que los vende soy yo. Ahora mismo no estoy elaborando porque estoy operada de la vista. Mis bollitos son light. Yo los grito así en la calle. Me emociono por los niños, por enseñarles que sepan más del trabajo, de la materia prima que sabemos nosotros hacer”.
La tercera de las mujeres es María Cáceres, de 66 años, quien luego de tantos años trabajando el maíz ha encontrado en él la fortaleza para seguir adelante, luego de que –por las cosas de la vida– de las dos hijas que trajo al mundo, hoy solo le quede una.
“Tengo una casita a punta de bollo. A punta de cocada y bollo la hija mía estudió en la Universidad del Atlántico. Se llama Azulay del Carmen Reyes Cáceres. Ella hacía bollos y en el tiempo de los dulces, en abril, también elaborábamos bastantes. Este proyecto para mí fue excelente. Para mí es muy valioso, porque eso fue lo que me sacó adelante, lo que me hizo ser quien soy yo hoy, lo que me dejó mi abuelita, lo que me dejó mi mamá”, agregó.
Sentados en unas mecedoras, la pequeña Enysmar Valdez y el inquieto Luis Mario Cáceres, ambos de 11 años, se quedaron pendientes hasta el final escuchando a las mujeres mayores. Conversando entre ellos y de sus bocas sale una verdad que pesa tanto como toda la historia de sus ancestros.
“Hay que aprender a hacer bollos para ser alguien en la vida. Para trabajar, para trabajar. Y ganarse la plata uno mismo sin robar”, cerraron como lección aprendida, el gran fruto sembrado de este proyecto.


