Diez años después del rompimiento del Canal del Dique, el drama por la tragedia sigue vivo. Los habitantes del sur del Atlántico aún no han podido recuperarse de aquella inundación que arrasó con todo a su paso y dejó a la deriva a cientos de familias que perdieron sus viviendas y enseres.
Luego del 'infierno' que significó dicho acontecimiento para los pobladores de los municipios afectados, y los posteriores meses viviendo a la intemperie donde la comunidad se refugió en cambuches, albergues y cualquier lugar lejos de las aguas, la situación no mejoró.
En el barrio El Progreso, de Santa Lucía, cerca de varias casas palafíticas y algunas construidas con bloques de cemento, Efraín Cortés levantó su vivienda en un terreno rodeado de barro. Él lo llama su 'cambuchito', pues literalmente vive en un refugio improvisado que edificó luego del paso destructor de las aguas.
En una espuma cubierta de sábanas y sacos, sobre unas canastas de refrescos, duerme todos los días. Cuenta con dos sillas plásticas llenas de polvo y una especie de tocador en hierro oxidado, donde reposan sus herramientas. Sus paredes son de tela y zinc, lo mismo que el techo.
Cortés, un hombre de tez trigueña que se dedica a la albañilería y a 'lo que salga', es uno de los miles de atlanticenses que vio el 30 de noviembre de 2010 cómo la fuerte corriente de agua proveniente del Canal del Dique se llevaba lo que había conseguido con años de trabajo. Relata que en aquel momento vivía junto con su mujer en una casa de barro, en condiciones dignas.
Olvidado. Así dice sentirse 10 años después de la tragedia. Las ayudas llegaron en su momento para mitigar el drama, pero Cortés lleva más de dos años esperando que le entreguen una de las casas palafíticas. Él cree que no ha contado con suerte, como sí la han tenido varios de sus vecinos, que han sido beneficiados con proyectos de vivienda.
'Ahora tengo un cambuchito de zinc y tela que yo mismo construí porque quedaron en construirme la casa y nada. Estoy en malas condiciones donde estoy, más de 7 años viviendo así. Aquí era donde estaba mi casa de barro y estaba bien bonita, ahora da pesar', relata el hombre de 65 años de edad.
Con sus ojos mirando fijamente hacia su casa, dice que no pierde la esperanza de tener nuevamente un hogar digno, como lo era antes de la tragedia. 'Quisiera reconstruir mi casita, para ver si reconstruyo lo que yo tenía. Allí estaba con mi mujercita y ahora estoy solito como el llanero. Me gustaría hacer mi casita en material, si me ayudan con los materiales yo mismo puedo armar mi casita', pide.
A unas cuantas cuadras de Cortés, se encuentra la casa de Luz Mary Martínez, madre cabeza de hogar para cuatro hijos, quien ha luchado a lo largo de los años y ha logrado ir levantando poco a poco su ranchito, en el mismo lugar donde se encontraba hace 10 años.
Llorando y con la voz entrecortada cuenta lo que vivió en los dos años que permaneció en un albergue, ya que su casa de barro desapareció por completo bajo las aguas. En ese momento, regresar a Santa Lucía era imposible, pues el agua tardó en secarse y fue muy difícil empezar de cero.
'En ese momento todo estaba mojado, húmedo. Esto era puro barro, la casita quedó destruida. Con mi esfuerzo, de poquito la he ido construyendo, está en ladrillos, lo que no tengo es fuerza para seguir. La casa está en obra negra porque no tengo esa fuerza económica', manifiesta.
El interior de la vivienda está –como ella misma dice– en obra negra. La cocina está ubicada en lo que debería ser el patio. Es fácil divisar –desde la cerca de palitos– las ollas, los calderos, los vasos y las cuatro piedras que forman el fogón de leña.
Luz Mary Martínez dice que siempre se ha dedicado a oficios varios. De donde la llamen, ella va a trabajar. Desde cultivar rosas, melón, yuca o pepino, hasta irse a un monte a 'tirar machete', pues no cuenta con un trabajo estable y con lo que gana trata de mantener su familia e ir levantando poco a poco su casa.
'Nos sentimos olvidados por parte del Gobierno. Yo como madre cabeza de hogar y las personas que estábamos allá esperábamos que nos ayudaran con un empleo o algo así, para uno sobrevivir hasta que uno pudiera tener un poquito más de fuerza, pero no hemos podido', sostuvo Martínez.
Historias como las de Efraín y Luz Mary se repiten en los municipios del sur del Atlántico. La comunidad añora regresar a la vida que llevaba antes de aquel 30 de noviembre de 2010. Desean poder recuperar todo lo que perdieron y dedicarse al trabajo que tenían una década atrás.