Un tipo siniestro como Alejandro Ordóñez, que quemó publicaciones comunistas y pornográficas, nunca debió ser procurador. Pasó en Colombia porque es un país conservador. Está en los genes de nuestra sociedad y eso apenas empieza a cambiar con las nuevas generaciones. Un ejemplo lo corrobora: leí el sábado pasado, en una encuesta de EL HERALDO, que un 63 % se muestra en desacuerdo con legalizar la marihuana, mientras países como Uruguay ya dieron el paso. Contra esa mojigatería han sido los ‘fumatones’ rebeldes de la hierba que han ocurrido en varias ciudades del país. Los ‘besatones’ de los gays hay que añadirlos a esa rebeldía.
Quienes leímos marxismo en los años 70, padecimos ese conservadurismo: nuestras madres, aterradas por la influencia comunista y atea sobre nosotros, nos quemaban los libros; en mi caso, si no me avispo, me los hubiese incinerado todos. Un texto menos explícitamente subversivo, como ‘El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado’, logró sobrevivir. En cambio, el ‘Manifiesto Comunista’ y ‘El Estado y la revolución’ no alcanzaron a escapar al holocausto maternal.
Esa intolerancia, o mejor, esa aversión a las ideas que no compaginan con la tradición, son antiquísimas. Borges escribió sobre un ministro chino que ordenó la confiscación y la quemazón de todos los libros que no proclamaran que la historia comenzaba con el Emperador.
El procurador, creo, ya no quema libros o probablemente se cuida de hacerlo en público y con avisos de prensa previos convocando a esos rituales inquisitoriales, como hace varias décadas, pero usa su poder disciplinario para destituir e inhabilitar a adversarios ideológicos que detesta como Piedad Córdoba y Gustavo Petro, cuyo voto influyó, cuando era senador, para que Ordóñez llegara al cargo. Petro, en un gesto de respeto a la diferencia, ayudó a elegirlo y defendió su decisión diciendo que así como él no dejaría de ser de izquierda, el procurador tenía derecho a sus misas ortodoxas.
Antes ninguna destitución de Ordóñez había desatado una protesta tan multitudinaria y resonante como la que ha tenido su principal escenario en la Plaza de Bolívar. Miles de funcionarios públicos habían pasado por la guillotina disciplinaria de Ordóñez, e igualmente había repartido excomuniones al aborto y a la comunidad LGBTI, pero sólo lo de Petro ha desencadenado una airada reacción. Y aunque una parte del país celebra la medida, la mayoría no la comparte por excesiva y riesgosa para el proceso de paz.
El procurador tenía el antecedente de Piedad Córdoba y quizás pensó que no pasaría mayor cosa. Con Petro el asunto ha sido de otro color. Como me decía un amigo: ‘matándolo’ políticamente lo que ha logrado es que Petro haya resurgido proyectando la imagen vencedora de un Cid Campeador. Lo sacó de la rutina administrativa y lo colocó en el balcón oratorio del Palacio Liévano.
Si el presidente Santos ratifica el fallo, para no perder al partido conservador, puede complicar su reelección y los diálogos de La Habana. Podríamos transitar hacia una peligrosa polarización sin retorno.
@HoracioBrieva