Cuando un escritor recibe el premio Nobel de literatura, ganan dinero él, la editorial que tiene el contrato de impresión, las librerías, y quienes venden las ediciones piratas en los semáforos. Pero, ¿quién más gana dinero, aparte del premiado, cuando la Academia Sueca decide otorgarle el galardón a un músico? Me lo pregunto ahora, que desaparecieron las tiendas de discos, que la mayoría baja la música pirateada de internet, que Bob Dylan ya es un viejo tranquilo que no da conciertos multitudinarios, y que la generación que entraría a devorar virtualmente el producto la tiene sin cuidado alguien que dijo “Hay que ser honesto para vivir fuera de la ley”.

Seguramente a muchos escritores, para los que ganarse el Nobel, además del prestigio, significa ponerle fin a todas las angustias económicas que se hayan tenido en la vida, los embargará la sensación de que con el premio a un músico ese dinero tan necesario se invirtió en el lugar equivocado. Otros, además, lo considerarán como un acto que tiende a la banalización del estímulo más importante del mundo de las letras.

Los más ortodoxos sentirán, incluso, que así las cosas no sería nada de raro que el premio Nobel de economía lo ganara un padre o una madre de familia capaz de realizar ecuaciones impensables para sostener a una numerosa prole con el salario mínimo, o que el premio Nobel de física se le otorgue a un lanzador de las ligas mayores, con la habilidad para manejar las fórmulas que ponen a rotar de manera impredecible para el bateador una maciza pelota de béisbol.

Ya Vargas Llosa reaccionó: “Me gusta mucho como cantante, pero creo que ha sido una equivocación de la Academia Sueca. Tengo la impresión que la civilización del espectáculo entraba a la academia y me preguntaba si el próximo año le darían el premio Nobel a un futbolista”. Pero hay algo en todo lo se ha generado alrededor del reconocimiento a Dylan que no calza, que me sigue haciendo ruido, y no es precisamente porque considere que el compositor y músico no se merece el premio.

Salvo Sartre que lo rechazó, los escritores que se lo ganaron lo acogieron con alborozo, y se convirtieron –guardada las proporciones propias de la época en que lo recibieron–, en una suerte de estrellas del espectáculo en sus países. Se les hicieron canciones, se bautizaron calles con sus nombres y hasta sus figuras aparecieron en el papel moneda de sus naciones. Bob Dylan, el hombre que hace parte del espectáculo de la música popular, el que supuestamente será un desprestigio para la reputación del Nobel de literatura, tal parece que ni siquiera lo aceptará. Peor aún, ni siquiera ha dicho nada, lo ha ignorado, lo tiene sin cuidado la dimensión del premio.

En algún rincón, el viejo sabueso de mejillas caídas con una sonrisa en los labios recuerda su canción: “Si según ustedes su época merece ser salvada/entonces mejor empiecen a nadar/o se hundirán como piedra/porque los tiempos están cambiando”. Mientras tanto, las noticias de farándula anuncian que Vargas Llosa le pidió matrimonio a Priscilla Presley.

javierortizcass@yahoo.com