Aunque han pasado cerca de 64 años, en la mente de José Dolores Vargas sigue vigente el recuerdo de la inundación que casi borra del mapa a Guaimaro, el único corregimiento que tiene el municipio de Salamina y que también se encuentra en alerta ante la erosión fluvial.
Mientras recorre las calles de su terruño junto a su hijo Temístocles –quien tenía tan solo dos meses de nacido cuando se presentó la emergencia–, el nonagenario hombre revive los momentos de angustia que junto a su familia tuvo que vivir en aquel noviembre de 1956.
'Hubo una creciente grande y el río entró por una de las calles. Se inundó todo el pueblo. Tuvimos que salir corriendo, unos para Salamina y otros para Ponedera', sostiene con cierto dejo de nostalgia en su voz.
Don José, como es conocido cariñosamente entre los habitantes de este terruño, no titubea al decir que existe un generalizado miedo de que 'en cualquier momento' el río crezca y vuelva a inundar las calles.
'En esa época, el agua nos daba hasta el pecho dentro de las pocas casas que quedaron de pie, porque muchas se cayeron. Es algo que yo no quiero volver a vivir', agrega.
A pocos pasos, su hijo Temístocles confirma que los ‘inunda’ la zozobra ante el flagelo que vienen viviendo desde hace varios años.
'Aquí nos acostamos y no sabemos si nos podemos levantar con los pies entre el agua o lo pueden llamar a decirle que la casa se la está llevando el río', dice.
Asegura, además, que varias viviendas se encuentran en riesgo de sucumbir en el caso de que se presente una creciente súbita que termine de debilitar el ‘muro de contención’.
'El comelín se ha llevado varias calles. Este punto es zona roja y quedaron que iban a reubicar a las personas que acá residen. Nada ha pasado desde ese momento', sostiene, antes de fijar su mirada sobre el horizonte ribereño.