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El retiro de monseñor Nel Beltrán, Obispo de Sincelejo, de su ejercicio pastoral significa un duro golpe no solo para la Región Caribe, sino para la Iglesia Católica, que siempre encontró en él la prudencia y sabiduría necesarias para afrontar los momentos difíciles, que no fueron pocos. El cansancio y los quebrantos de salud llevaron al jerarca católico a hacer un alto en el camino para dedicar más tiempo a partir de ahora a la meditación y la oración, tal y como lo hace el papa emérito Benedicto XVI.

La ausencia del “Padre Nel”, como era conocido por la inmensa mayoría de sincelejanos, que lo vieron como referente espiritual de la ciudad durante los últimos 22 años, se sentirá no solo en la capital sucreña, sino en toda la Región, pues su labor trascendió más allá de lo meramente religioso. De hecho, fue gracias a su gestión que grupos al margen de la ley, como la Corriente de Renovación Socialista (CRS), abandonaron las armas y se reinsertaron a la vida civil.

Pero, además, la huella del jerarca católico también quedó registrada a lo largo y ancho de los Montes de María, donde las comunidades encontraron no solo a un vocero ante las autoridades civiles, militares y de policía, sino a un compañero y amigo en la brega diaria y una voz de aliento ante las dificultades. La labor social de Monseñor Beltrán, reconocida hoy por todo el país, fue tan valiosa como la misma misión pastoral que desempeñó con lujo de competencia.

Como el mismo Papa Francisco, sucesor de Benedicto XVI, monseñor Beltrán ejerció su apostolado por los pobres y para los pobres. No hay en él ningún gesto de ostentación o falsa humildad, pues interpretó cabalmente el mensaje de Cristo según el cual el poder consiste en servir al prójimo. Así fue desde sus inicios como sacerdote y luego cuando comenzó a ocupar altos cargos dentro de la Iglesia Católica.

La labor de monseñor Beltrán en Barrancabermeja, por ejemplo, es recordada con cariño y gratitud por parte de los habitantes del puerto petrolero, sobre todo por quienes residen en los sectores más vulnerables y apartados de los centros de poder. Allí se involucró con quienes más necesitan del acompañamiento espiritual de los jerarcas eclesiásticos, hecho que, paradójicamente, le ocasionó “desencuentros amistosos” con quienes veían en él a alguien muy cercano a los más débiles.

Monseñor Beltrán también alzó su voz cuando consideró que la Iglesia Católica se estaba apartando de su verdadera vocación de servicio y estaba tomando partido por los poderosos, alejándose así de los preceptos cristianos.

De hecho, la reflexión que acompañó el anuncio de su retiro tiene una enorme carga de profundidad espiritual: “Los cristianos si quieren ser buenos cristianos deben volver personalmente a Jesucristo y vivir como Jesucristo. Y en segundo lugar, que anuncien a Jesucristo, no importa en qué religión. Lo importante es que encuentren a Jesucristo, que es el que salva”, dijo con la humildad que siempre lo caracterizó como jerarca católico.

En estos días santos qué bueno sería que el ejemplo de Monseñor Beltrán se convierta en referente obligado de los feligreses de la Región Caribe y de todo el país. Su voz debería ser escuchada con atención y su vida, apegada a los principios cristianos y al amor al prójimo, debería ser un modelo a seguir.

El llamado es a que la Semana Mayor no se convierta en una larga jornada de placer físico y vagancia en la que brille por su ausencia la reflexión espiritual y el recogimiento familiar. Las palabras de monseñor Beltrán, ahora que decidió apartarse de su labor pastoral, deben guiar el proceder de quienes profesan y practican los valores cristianos.