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Para jugar al ‘pikinini’ solo hacían falta: dos piedras o ladrillos, un palito plano, de unos 20 centímetros de largo y un palo de escoba. El palito se colocaba sobre las dos piedras, un tanto separadas; luego, con la punta del palo de escoba, se lanzaba al aire y se bateaba como si fuera una pelota de béisbol. Se hacían competencias de este juego, y el ganador era el que, bateando el palito, lo mandara más lejos.

Era un juego que no requería ningún equipo costoso, ya que un par de piedras, un palito y un palo de escoba lo había en cualquier casa. Era un juego de niños, sano, divertido y descomplicado, que se hacía al aire libre, en plena calle, cuando el tráfico vehicular en los barrios residenciales era escaso y lento; no había premura y los carros detenían su marcha esperando pacientemente que los niños que jugaban en la vía se apartaran. Los bordillos de los andenes eran las graderías de ese amplio estadio que era la calle. Allí, los que no estaban jugando, se sentaban a ver el partido; allí arrimaba el vendedor de dulces y cigarrillos, que ponía la chaza en el suelo y se mezclaba con los jugadores para participar en un partido de bola e’ trapo, de chequita, o competir en una guerra de trompos. Allí llegaba el vendedor de revistas, el que vendía cortes de tela, el mandadero. En fin, cualquier transeúnte se detenía a ver el partido, a jugar o hacerle barra a uno de los equipos, sin ser hincha de ninguno. Era una verdadera integración de clases sociales, tan propia de nuestra Costa Caribe. Eran tiempos tranquilos, cuando la vida transcurría a ritmo lento y había tiempo ‘para todo’.

Por Antonio Celia C.
Antonioacelia32.hotmail.com