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Esta noche a las 10:30 p. m. segunda parte del especial sobre la orquesta VOCES DE BILLO HOY, en Telecaribe. Aparecerán tres interesantes entrevistas con Ernesto Giraldo, Alberto Arteta y Álvaro Barbosa, y tomas del viaje que hice a Venezuela y Santa Marta para acompañar y respaldar a la agrupación.
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La periodista Tatiana Azcarraga logró un testimonio sobre René Valenciano que podría ganarse un premio de periodismo. El goleador dijo que nunca le agradó jugar fútbol, que ha sufrido mucho porque no duerme. Pasa tomando pastillas, y ha llegado inclusive a estar hospitalizado varios días. Y las relaciones con su padre nunca fueron buenas. Según él ha llevado una vida infeliz.
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En una conferencia reciente del escritor Ramón Illian Baca se refirió en buenos términos a mis escritos cuando hablo sobre quienes escriben en Barranquilla. La información la recibí por el industrial Filiberto Mancini. Gracias maestro por su concepto.
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Murió en Cartagena un grande del buen decir, de estirpe, linaje y caballerosidad. Me refiero a Rodolfo De la Vega, contertulio con mi padre cada noche en el barrio de Manga. Rodo escribía con humor y con profundidad. Eres aristócrata por nacimiento y comportamiento, pero se molestaba cuando se lo recordaban. Él era dentro de su ser una persona muy sencilla y abordable. Lamento su muerte y me enteré semanas después.
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Igualmente me produjo pesar la muerte de Carmen Andrade. Una señora que vivió intensamente hasta los 94 años. Así, sin exagerar. Conoció mundos, personalidades y era una fiesta escucharle sus historias y ese gran don que tenía para ganar amigos. Tocaba piano, conversaba deliciosamente. En Estados Unidos recuerdo una cena inolvidable donde la doctora Socarrás, tan importante en Cuba, donde conocí a ese gigante de los viajes, la buena mesa y el buen vivir que Luis Zalamea Borda y su distinguida esposa Beba, que ella me presentó. Al igual que Rodolfo me enteré tarde de su muerte.
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Notas liliputienses: Vagamundiando…Burro mocho…Mafafa…Lirio…Rositas…Polidor…Mascando…Perrateo…Golero.
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Ahora sigo con la segunda parte del capítulo dedicado al torero español Palomo Linares, de mi libro de memorias ‘Antes de que se me olvide’

Él llegó y no esperaba la presencia del alcalde Arango y su hija con unas flores (no puedo precisar si era Alicia, la secretaria del presidente Uribe o su hermana). Luego hubo un desfile motorizado desde el aeropuerto hasta el hotel Americano y una banda chupa-cobre. Cuando llegamos al hotel, recuerdo que el torero me dijo:

-“Édgar, ¿tú eres director de Tránsito?”

Aquel detalle mío impresionó mucho al torero y esa tarde en la segunda corrida que apenas se realizaba en la nueva plaza de toros de Cartagena, repleta hasta las banderas con 18 mil personas, me hizo un homenaje tal, que casi me da un infarto: me brindó el primer toro, el segundo a Belisario Betancur, candidato a la presidencia. Aquello produjo tanta envidia, que la plaza entera empezó a silbar varios minutos, una rechifla infame, como de rechazo.

Tanta gente importante que había allí y que Palomo ¡me dedicara un toro! Lo mejor fue cuando se terminó la corrida y yo salía de la plaza, todas las personas con las que me encontraba, me felicitaban y abrazaban. Entonces pensé: ‘Esas personas fueron las mismas que me chiflaron’. Pero así es la humanidad.

Aquel gesto del torero sirvió para que el doctor Betancur le dijera a Tico Rodríguez que quería conversar conmigo. Durante un tiempo, Betancur y yo fuimos amigos.

Además de viajes a España, siempre acompañé al torero en sus correrías por todas las ferias nacionales, luego a Venezuela, Ecuador, Portugal, México y alguna vez a Francia.

Aquellas giras eran inolvidables. Era vivir la vida en su plenitud, codearse con lo mejor del país, asistir a las fiestas más elegantes y tener un anfitrión sin par. De aquellos tiempos recuerdo haber visto en El Palomar a David Turbay y a uno de los Santos de El Tiempo.

En primera fila los hermanos Lozano, José Luis, Eduardo y don Pablo, descubridores de Palomo, después Espartaco, y un día llevaron a El Palomar a César Rincón. Los Lozano, solteros, caballeros, gente muy distinguida, amigos de toda la vida.

Siempre en la cuadrilla de Palomo venía un humorista disfrazado de periodista, su misión era hacer reír al torero y a sus amigos antes de cada corrida. Era la persona clave para quitar las tensiones. Ese mismo bufón – no doy el nombre para no fastidiarlo-, hoy día es un crítico taurino muy cotizado y venía todos los años a las correrías taurinas americanas, hasta su muerte.

En aquellos días, Palomo por su fama, su juventud y sus millones tenía novias por montones, pero eran de paso. Su gran amor lo conoció en Palma de Mallorca; tenía 15 años y se llama Marina Danko (barranquillera). Se la presentó Pardo Llada y dieron un paseo en coche de caballos. Aquel romance cambió la vida del torero, todo marchaba sobre ruedas cuando, de pronto, pelearon, y ella se fue para Miami. Y Palomo empezó afectarse en su profesión.

Aquello había que arreglarlo de alguna forma. Palomo (también pintor) exponía por primera vez sus cuadros en una galería de Carlos Pinzón y estaba invitado el presidente López. Ideamos un plan para que el torero y Marina se reconciliaran. De Vengoechea consiguió los pasajes, y Pardo convenció a la novia. Palomo no sabía lo que le teníamos preparado.

Esa noche presenciamos un altercado que Pachecho tuvo en la puerta con unos toreros y aficionados que le lanzaron excrementos, se trataba de un problema que había con los toreros colombianos en relación con sueldos y colocación en cada feria, en donde el animador había tomado partido. Cuando llegamos a la exposición ya Marina estaba en el segundo piso de la galería. Palomo entró conmigo, seguido de cerca por Pardo y Gallego Blanco. Él la vio de lejos, subió corriendo y le dijo: “Gordi, ¿tú aquí? Te adoro”… En la emoción al torero se le olvidó saludar al presidente López. Luego de la reconciliación, Palomo me dijo que se iba con su novia para Cartagena y que se preparaba para varios días de descanso. Marina llegó con una acompañante y se alojó en un hotel, Palomo en otro distinto.

Yo le había dicho a un grupo de periodistas que quería hacerle un homenaje al torero, y esa noche le íbamos a entregar un trofeo – que debíamos comprar- como el mejor torero del mundo. Cometí el error de darle esa misión a Ramón Ladrón de Guevara, en ese entonces presidente de los colegas de Cartagena. Como él no era taurino, compró un trofeo, y cuando yo lo recibo, apenas a media hora del homenaje, veo que es un futbolista sosteniendo un balón con un brazo en alto. No veía la relación, pero ya no se podía hacer nada.

Llegó el momento esperado, me anuncian, y cuando le entrego el trofeo, él lo recibe y me dice al oído que aquello no tenía nada que ver con los toros. Mi respuesta rápida fue : ‘Como no, es un trofeo al esfuerzo, fíjate la posición del futbolista’. Sonrió y lo tomó por el lado amable. En aquella semana de reconciliación pasaron toda clase de hechos: estábamos comiendo en el restaurante ‘Don Boris’, era época de lluvia y Marina y Palomo muy elegantes en la mesa…de pronto, irrumpe una rata por encima de la comida que nos salpicó a todos… Cuando se despedía para regresar a España me dijo en la escalerilla del avión:

-“Tú eres el primero que lo sabe, me caso en tres meses”.

Con Palomo aprendí mucho. Tenía una cicatriz pequeña cerca de la mejilla y una vez le pregunté:

-¿Por qué no te haces la cirugía?

-“Porque es un trofeo de la vida”.

Tenía algunas normas de conducta, no se podía llevar a las reuniones personales que se presentaran con queridas o mozas, odiaba a los mafiosos, y al principio era algo celoso con la competencia. En Venezuela, yo estaba hablando con ‘El Niño de la Capea’, él estaba jugando cartas y cuando se percató, enseguida se paró como un resorte.

-“Édgar, cuidado con este, y le haces crónicas…”

Pasaron los años y Palomo se retiró. Él es primo de Raphael el cantante, y ahora los dos sesentones se parecen como dos gotas de agua. Lo vi otra vez en España, pero no invitado por él. Me llevó a comer y a una exposición de sus pinturas. Luego anunció que venía a Cali, pero su viaje no se realizó. Nos volvimos a encontrar cuando murió su suegro Imre Danko. Me presenté al camposanto con Pablo Rodríguez. Cuando me vio llegar, Marina se le acercó y le dijo:

-“Te dije que él venía”…

Continuará mañana miércoles…

Por Édgar García Ochoa